Propuesta 135 – Taller de CREATIVIDAD LITERARIA

taller de creatividad literaria-135Escribid un relato de máximo 2.800 caracteres cuyo tema sea la huella que dejan los primeros amores y cómo marcan las relaciones futuras.
 

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El libro de mis buenos momentos

EL LIBRO DE MIS BUENOS MOMENTOS
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Un libro para escribir
más de quinientas situaciones que te ayudarán
a recordar los mejores momentos de tu vida.
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 Este libro es una herramienta para capturar con palabras nuestros buenos momentos contando las sensaciones que nos hacen vivir y los detalles necesarios para evitar que caigan en el olvido.
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Contempla unas quinientas situaciones que todos hemos vivido o viviremos, con varias preguntas para cada una de ellas cuyas respuestas nos permitirán captar y disfrutar con más intensidad esos instantes irremplazables.
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libros para escribir y luego leer

  3 comments for “Propuesta 135 – Taller de CREATIVIDAD LITERARIA

  1. Sandra Carrion Estay
    18 enero, 2017 at 02:45

    Lucas fue papá soltero a los 22 años. El embarazo no fue producto de una pasión incontrolable y fulminante, no. Él fue a una fiesta con la idea de pinchar con una determinada niña, pero esto no paso. Y después de la desilución y desencanto de no haber logrado llevar a cabo su objetivo y luego de muchas horas, se dió cuenta de que una niña lo miraba mucho, y se dijo «A falta de pan, buenas son las tortas». Y se fue a la casa de esta niña y mantuvo relaciones sexuales. Al mes de mantener relaciones sexuales ella se embarazó, ¡No conocían ni como se llamaban! y ella le pidió que comprara unos fármacos, para abortar, pues no pretendía quedarse con una guagua. El tratamiento consistía en inyectarse tres ampollas, pero con la segunda inyección se puso tan mal, que Lucas se asustó y le pidió que tuviera la guagua. Ella aceptó inmediatamente, pero con la condición de que se casaran.
    Desde el tercer mes de embarazo en adelante, Lucas vivió una angustia permanente. A sus padres no les contó que sería papá, con alguien que no conocía, no queria y con quien tampoco pretendía casarse. El día que nació la guagua, lo llamaron a la casa de sus padres y como no estaba, le dejaron recado: digale a su hijo que fue papá de una niña. Desde ese momento en adelante, su vida se transformó en un calvario, pues la «niña» quería casarse y lo llamaba por teléfono a diario, inventando situaciones de la guagua, que él tenía que solucionar yendo a verlas a ambas.
    Lucas no se casó, pero se preocupó de no tener relaciones sexuales sin protección, para evitar traer niños al mundo sin desearlos y no continuar un amorio que no es tal.

  2. 14 febrero, 2017 at 15:55

    DEMONIOS Y RECUERDOS

    Mi primer amor no fuiste tú. Supongo que lo sabes. A mí me gustaba tu amigo, ese alto, el del cuerpo de anuncio, ese que era un capullo. Sí, me tendría que haber enamorado de ti primero, pero ya sabes cómo son estas cosas, una chica siempre se enamora del más macarra. Y yo no soy una excepción.

    Tú eras el guapo, el de la cara de nena, el ídolo de las niñas del colegio de monjas. Tu amigo, la novedad. No sé cómo explicarlo, supongo que es el despertar, ese momento en el que te das cuenta de que quieres hacer algo más que ir agarrada de la mano de alguien y te fijas en cómo es su cuerpo. Te lo imaginas. Te gusta. Eso es nuevo. Eso mola mucho.
    El día que te conocí, le pedí a Frida que me acompañara a la bolera, la que está al lado del cine de la rotonda, porque sabía que iba a ir tu amigo, ya ni me acuerdo del nombre. Cogimos el autobús cuarenta, el mismo que nos llevaba hasta la Universidad. Hacía un calor que rajaba las piedras, íbamos las dos con pantalones cortos, pintarrajeadas, sobre todo yo que tenía a tu amigo metido en la cabeza de una forma que no te puedes ni imaginar y tenía muy clarito que ese día no se me escapaba.

    Subimos al cuarenta, durante el camino nos hartamos a decir tonterías sobre cómo nos iría esa tarde y demás, el autobús lleno de viejos mirándonos con cara de alucinados. Yo diciendo pavadas y Frida riéndose a lo bestia. Tengo su risa rebotando en mi cabeza. Llegamos a la parada, entonces a la bolera no se llegaba directamente desde allí, había que andar. Me acuerdo que había una valla, con un agujero, que alguien haría en su día para atajar el camino y ya se quedó así para siempre. A través de ese agujero se cruzaba la vía del tren y caminando por un descampado llegabas más rápido, si no te arriesgabas a que te atropellara un tren tenías que dar una vuelta del copón y tardabas por lo menos media hora. Qué miedo nos dio a Frida y a mí, pasar por ahí, ella se cabreó y casi se da media vuelta y se larga y yo: “Por favor, por favor, por favor…” Al final dijo que sí, yo pensé: “Voy a matarme.” Pero no, uff, pasamos por el descampado, había dos tíos metiéndose algo, Frida diciendo: “No nos hemos matado, pero ahora nos van a violar.” Yo me reí y los dos que estaban drogándose nos miraron y ya está, no dijeron nada más. Solo fueron diez minutos y yo le dije a Frida: “No te preocupes que luego estos nos llevan en coche.” Ilusa de mí.

    Llegamos a la bolera, ahí estaba toda la aquélla panda de cerdos vestidos de negro, tú incluido. Yo mirando al cachas del piercing y pensando: “Le quiero.” Ya ves tú qué idiota. Aunque era consciente de que él a mí me veía como carne, me engañaba con aquello del “Nunca se sabe, a lo mejor se enamora de ti.” Es para morirse de risa. Frida y yo caminábamos hacia vosotros y nos mirabais de arriba abajo, tasándonos. Escuché algo desde lejos, alguno dijo algo de “Zorra”. Sé que tú no fuiste. Tú estabas con la rubia esa, no sé si era tu novia o sólo la querías para lo que la querías. Creo que lo segundo, bueno, no lo creo, lo sé.

    Vino el cachas, medio borracho ya, no sé ni cuántas se habría bebido, me dejó caer su brazo enorme sobre los hombros, pesaba mucho. Ya ves tú qué majo, no me había dicho ni hola y ya me estaba metiendo mano. Menudo cerdo que no era. “Vamos a tirar unas cuantas, pero antes vais a beber algo.” Dijo, lo decidió él solo, ni siquiera nos preguntó nuestra opinión. Pidió dos litronas, que pagamos nosotras por cierto. Qué basto, dos litronas. Entonces servían alcohol a menores sin ninguna vergüenza.

    Empezamos a tirar bolas, a mí se me daba fatal, pero Frida le cogió el punto y no paraba de dar saltitos y grititos y de chocar manos. Se reía de todo. Cuando me tocaba tirar a mí, sentía cómo se me clavaban los ojos de todos, hasta los de la rubia. Mi turno. Me concentré e intenté ignorar las miraditas de los demás, me coloqué en posición y tiré. Hice pleno. Vi de reojo tu expresión de admiración, me di cuenta, pero tan centrada estaba en impresionar a tu amigo, que no le di importancia. Él no vio mi tiro, estaba hablando con Frida. Sentí una punzada de celos.

    Cuando acabamos de jugar, uno de los demás, un chico bajito, con gafas y el pelo largo, dijo: “¿No estáis cansados? ¿Por qué no vamos a beber al parking?” La rubia que iba contigo gritó: “sííííí…”, muy animada, levantando un brazo con el puño en alto y claro todos los demás la siguieron, Frida también, se había integrado en el grupo mejor que yo. Caminamos hasta el parking, había dos coches, viejísimos, sucios, los típicos de segunda mano. Uno era del cachas, el otro del de gafas. El cachas dijo: “Voy a poner música para chicas.” Comenzó a sonar una especie de pop suave, una mierda de música. El alcohol corría de vaso en vaso, como en una fiesta de bárbaros, yo ya temía que el “Madelman” se hubiese olvidado de mí, cuando sentí sus manos enormes en mi cintura. En eso tú de repente, cogiste a la rubia del hombro y te alejaste con ella. El alcohol iba subiendo, yo empecé a reírme como Frida y a pedir cigarros, el de gafitas me dijo: “Si quieres hierba pídele a Pau.” Le contesté que no gracias, que no quería hierba. No te imaginaba tan duro como para vender María. Yo a lo mío. Entonces comenzó a sonar un temita sensual, el cachas me cogió otra vez de la cintura, para arrimarse a mí, de pronto sentí su lengua dentro de mi boca y su mano debajo de mi falda, a mí a mis quince años me dio una vergüenza tremenda y se la retiré de un golpe, él insistió, como me gustaba tanto cedí. Luego dijo: “Vamos dentro.” Yo me sentía mareada ya, la líneas del parking daban vueltas a mi alrededor, apenas era consciente de lo que estaba pasando. El entró y se sentó en el asiento del copiloto, no me dejó sentarme al otro lado, tiró de mí hacia él, tenía tanta fuerza que me colocó encima de sus piernas como si fuera una muñeca hinchable. Cogió una de mis manos con una de las suyas, enormes, sensuales, se la metió debajo de la camiseta, muy seguro de sus encantos, estaba sudado, pero su cuerpo parecía perfecto, sin un gramo de grasa, sin esa rudeza del vello afeitado. Insistió en llevar mi mano debajo de sus pantalones, yo la retiré, me daba un poco asco, en aquélla época imagínate.

    Los demás a lo suyo, bebiendo frente al maletero del otro coche, que estaba aparcado un poco más lejos, aun así me llegaban a oleadas las risas tormentosas de Frida. Me sentí más tranquila al escucharla. Él se quitó la camiseta, no había visto un cuerpo como ese ni en las revistas, ni en la piscina cuando caminaban frente a mí, en fila, los chicos del equipo de waterpolo de la Universidad. Podía sentir un bulto en sus pantalones pero en aquél entonces era tan ignorante, que ni siquiera lo tuve en cuenta. Me pidió que me desabrochara la camisa, yo no quería, pero él no me hizo ni caso y empezó a desabrocharla él. Me la quité. La expresión de la cara le cambió, sus rasgos se desencajaron de puro gusto, me retiró la tela del sujetador y pasó su lengua por uno de mis pezones, raspaba como la de un gato, el bulto en sus pantalones se hacía cada vez más grande.

    Entonces alguien golpeó la ventana con fuerza, los dos no espantamos, sorprendidos. Eras tú, pusiste esa cara que ponen todos los tíos cuando ven a la chica de turno, con otro. Le hiciste una seña a tu amigo para que bajara del coche. Él me apartó de sus piernas como si fuera un animal diminuto y me tiró en el asiento del al lado. Le miraste con cara de querer matarle y le llevaste unos metros más allá. Escuché fragmentos entrecortados de una discusión entre machos, el cachas decía: “Joder tío no te creas el dueño del mundo”. Luego volvió, me dijo: “Lo siento guapa, se acabó la fiesta.” Me cortó todo el rollo, me vestí y salí del coche a buscar a Frida. Ella en su salsa. “Tenemos que irnos ya o si no a ver como volvemos a casa después. “Me lo estoy pasando bien, me quiero quedar.”Contestó, la pobre. “¿Me estás diciendo que te apetece volver a pie, borracha por el descampado y que te atropelle un tren, si no te violan antes?” Se le vio cara de disgusto y cedió, me había acompañado ella a mí y ahora era yo la que le jodía el plan. “Vamos, despídete de tu amigo el gafitas que nos largamos.” Levantó el brazo para despedirse, el chico de las gafas la miró con cara de no entender nada, yo la agarré del brazo y la hice entrar en el asiento trasero, empujándola, la puerta no cerraba bien. Entonces llegó el cachas, que ya iba que se caía por los suelos y dijo: “Joder, esto no se cierra ¿Lo habéis roto?” Le dio un portazo tan fuerte que se la cargó del todo y se quedó medio suelta. Frida me miró con cara de asustada, yo le hice una seña para tranquilizarla. “Abróchate el cinturón, Frida, vamos.” El cachas se puso al volante de la nave, consiguió salir del parking haciendo eses hasta llegar a la carretera. Menos mal que iba súper ciego y no le dio tiempo a alcanzar mucha velocidad, porque después de dos eses más se estampó contra el quitamiedos. Yo acabé con un latigazo cervical de campeonato y Frida salió despedida por la puerta que se había roto momentos antes. Me desabroché el cinturón y me acerqué corriendo a ver si estaba bien. Tenía el pelo pringoso, cubierto de sangre, pero seguía consciente: “¡Llama a un taxi!” Le grité al cachas, me miró con cara de “No me des órdenes”. Sacó el móvil y llamó. Mientras esperábamos, no se preocupó de otra cosa que no fuese su pobre, inútil y destrozadísimo coche. Le arrancó la matrícula y la tiró por los aires, como si con eso fuese a arreglar algo. En eso llegó el taxi, Frida y yo subimos. Me quedé petrificada cuando me di cuenta de que no pensaba acompañarnos. “Id a urgencias, yo me acerco cuando sepa qué hago con mi coche.” Dijo y se quedó tan a gusto. A Frida le chorreaba la sangre por cabeza, ya comenzaba a marearse, yo intenté mantener la calma, por un momento pensé que mi amiga iba a morirse recostada en mi falda, en el asiento trasero de un taxi. Llegamos a urgencias, afortunadamente no había casi nadie, Frida entró la primera, por la gravedad de su herida, se la llevaron tendida en una camilla, semiinconsciente. Yo me quedé allí fuera, sentada, con un dolor de cabeza que parecía que tenía los sesos licuados. Al rato, entraste tú por la puerta, solo, sin la rubia. Venías muy decidido, caminando hacia mí, te sentaste a mi lado y me miraste con unos ojos que parecía que el mar se derramaba a través de ellos. Te interesaste por Frida. ”Tengo miedo”. Contesté. Guardaste silencio. Pregunté por tu amigo y ahí viste tu oportunidad: “Ha venido su ex a recogerle.” Dijiste. Me miraste con ojos crueles. “¿Qué te creías que te ibas a casar con él?” En esos momentos pensé que a lo mejor mi amiga se moría desangrada porque yo me había empeñado en ligarme a un tío, cuyo único mérito era llevar un piercing en la ceja y pasarse el día en el gimnasio. Me tapé la cara con vergüenza y las lágrimas rodaron por mis mejillas. Pasaste suevamente tu mano sobre mi espalda. Preguntaste: “¿Quieres que me quede?” Contesté que sí, siempre que me dejaras llorar en paz.

    Ahora vivo en otro país, en un piso de cuarenta metros cuadrados, en compañía de mis dos gatos. Por las mañanas hace un frío espantoso en invierno y a las cuatro de la tarde ya es de noche. Mi madre me llama todos los días para atormentarme con sus problemas imaginarios y si hace bueno voy en bici a trabajar, pero maldita sea la memoria y malditos sus demonios, a veces algún recuerdo de Internet me arranca de dentro el yo adolescente y siempre me acuerdo de tu amigo, para acordarme de ti. Me pregunto cómo hubiera sido mi vida si mi primer amor hubieses sido tú.

  3. 9 abril, 2017 at 17:57

    CARTAS A NADIE IV/EL CORAZÓN DE LOTO

    Hay una novela, Juan, no sé si la has leído. No recuerdo el nombre. Trata sobre una mujer china que pasa su infancia y su juventud preparándose para ser una buena esposa, lo que en la época imperial suponía entre otras cosas, destrozarse los dedos de los pies a martillazos y apretarlos con una venda bajo las plantas. Esta práctica degeneraba en eternas noches sin dormir, entre sollozos y quejas hasta que aquellos pies alcanzaban la deseada medida de siete centímetros y medio, entonces pasaban a recibir la denominación de “pies de loto de oro”. Esos pies diminutos resultaban tan sensuales para un chino precomunista, como para cualquier hombre de ahora lo serían unos gigantes pechos naturales. Pues bien, la joven protagonista, tras tanto sufrimiento se casa con un médico formado en Occidente, que para su sorpresa, le pide que se quite las vendas. Con el tiempo, tras otro doloroso período de adaptación, la joven doncella Kwei Lan consigue correr y caminar, pero sus pies nunca llegan a recobrar ni su anatomía, ni su movilidad original.

    Mi corazón, es como los pies de Kwei Lan. Supongo que el algún momento de mi temprana adolescencia lo vendé con tal fuerza que hasta que conseguí reducir sus latidos al mínimo, al contrario que ella, no sentía el dolor, pero tampoco el placer, ni la ardiente floración en su interior. Ese, mi corazón, ya quedó tullido de por vida: El corazón de loto de oro. Entonces conocí a André, el lo desenvolvió, le quitó las vendas opresivas, lo curó, consiguió que latiera de nuevo, aunque nunca vuelva a ser el mismo de antes. Pero tú Juan, has puesto tu pequeño grano de arena en la recuperación de mi corazón de loto dorado, has conseguido que asome una pequeña arteria en él, que entre más sangre en esa cavidad, que lata un poco más que antes. Eso es muy hermoso, tanto como si Kwei Lan de repente consiguiera ponerse de puntillas y caminar varios metros.

    ¿Te acuerdas de día que hablamos por primera vez? En realidad yo, ya te conocía de vista, de los recreativos Pentágono, aunque nunca me quedé con tu cara, solo sabía que eras el chico que esperaba a Laura en su portal, cuando bajaba te la comías a besos, eran besos babosos, carentes de afecto, más bien mordiscos. Con el tiempo supe que era una de esas chicas que te servían sólo para desfogarte. Solo te reconocía cuando ibas con ella, eras su novio, por ti mismo no eras nadie.

    Marina y yo teníamos catorce años, éramos dos crías en plena pubertad, pero nuestros cuerpos ya se habían dibujado y acabábamos de dejar atrás las muñecas para contonearnos por las esquinas y dejarnos mirar por chicos subidos en ruidosas y humeantes vespinos. Allí estábamos las dos, con nuestros pantalones elásticos, asistiendo desde la puerta de los recreativos a tus magreos con Laura. Ella siempre decía: “Deben estar tan enamorados…” Yo, (ya me conoces) le contestaba: “Creo que no tiene nada que ver con el amor.” Y así era, por una vez en mi vida creo que tuve razón.

    Pero ese no fue el día en que nos conocimos. Fue en el Instituto, en mi clase proyectaban una película relacionada con la asignatura de Ética. Me acuerdo perfectamente, se trataba de: “El expreso de medianoche.” Tú te habías refugiado en mi aula para terminar tus deberes, huyendo de las tentaciones que se ofrecían en el patio. Yo, muy coqueta, te miré por la ventana antes del entrar, todas las chicas decían: “Ohhh ¡Qué guapo!” Y me envalentonaron, fue escucharlas y yo toda en una, abrí la puerta con decisión y con mis contoneos me acerqué hacia ti como una niña que maneja un arma por primera vez sin ser consciente de su peligro. Tú me estabas viendo llegar y te adelantaste: “¡Ayúdame!”, dijiste. Me senté a tu lado y eché un vistazo a tus deberes, ibas al último curso, con lo que no podía ayudarte. Dijiste: “No me importa”. Elegí unas cuantas preguntas al azar del test que estabas casi terminando.

    En eso comenzó la proyección de la película. Un guaperas se encuentra de repente envuelto en un escándalo de narcotráfico durante su viaje a Estambul, a partir de ahí las escenas se van sucediendo hasta que el moreno es descubierto a punto de subir al avión. Entonces se produce una secuencia brutal, descubren que el tipo lleva varios kilos de hachís pegados al cuerpo con cinta adhesiva. Le llevan a un despacho y allí le arrancan la ropa. Desnudo integral de espaldas.
    Yo que no había visto un cuerpo así sino en los anuncios de la tele, me emocioné, incentivada por los ánimos que me dabas con tus bromas.

    Las escenas siguen sucediéndose entre desnudos masculinos, torturas en la cárcel y algunas tomas de connotación homosexual, hasta que por fin la novia del protagonista va a verle, él la recibe en una habitación tras una gruesa mampara de cristal, le pide a la chica que se quite la camisa y allí, ante la visión de aquéllos dos pechos colgantes, se masturba.
    Tras patalear en el suelo y gritar ¡qué asco! apartando la vista de la pantalla, lo único que conseguí oír fue tu risa ante mi infantil comportamiento. Habías terminado tus deberes, te levantaste y te fuiste, te despediste diciendo: “Volveremos a vernos.”Pero no fue del todo así, los dos lo sabemos. Después de aquél encuentro, nunca en la vida volvimos a saludarnos.

    Hay cosas que una escribe porque nadie las va a entender, Juan. A veces se lo cuento a alguien y me dicen lo de siempre, cosas simplonas, bobadas del tipo de: “Qué obsesión tienes con ese chico”, “Qué falta de vida social”, “¿Por qué vas a calentarte la cabeza con cosas que te hacen daño”. ¿No te digo yo que hay cosas que es mejor contarlas escribiendo cartas a nadie? Como decía una tía mía, que en paz descanse: “Hay cosas que es mejor contárselas a un agujero en la pared.” Cada vez que me vienen estos demonios a la cabeza, me acuerdo de mi querida tía Inés.

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