En esta ocasión debéis escribir una historia de no más de dos mil caracteres que comience con el siguiente párrafo:
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Había una vez dos pobres leñadores que regresaban, camino de su casa, por medio de un gran pinar. Era invierno, y hacía una noche crudísima. Una espesa capa de nieve cubría la tierra y las ramas de los árboles. La helada hacía chasquear al paso de ellos los vástagos tiernos que bordeaban el sendero; y al llegar al torrente de la montaña, lo vieron suspendido, inmóvil en el aire… Al desamparo colgaba balanceándose sin cesar. Los pobres leñadores se detuvieron estupefactos: nada de esto esperaban encontrar. Tal fue su conmosión, que olvidaron el titiritar de sus cuerpos, la urgencia de calor y descanso. En ambos resonaba la misma pregunta: ¿Qué hacer con ésto? Horrorizados, se miraron. -Ni idea- se respondieron a sí mismos en silencio. Nada en la vida los había preparado para este momento. El miedo que les invadía, les paralizó pensamientos y respiración. Temían moverse, pues cualquier movimiento supondría romper de tajo el silencio. Temblaban, y en los temblores sostenían la mirada. Ululaba el viento, gruñía, se burlaba de ellos. Les alborotaba el gorro, la bufanda. Uno de los leñadores, sin darse cuenta aflojó el puño en su mano, y de ella cayó sobre la nieve el hacha. Tomados en desprevenida, ambos saltaron un paso hacia atrás. Al ver que no era otra cosa sino su hacha, respiraron aliviados. El leñador más bajo jaló de la manga al otro, dirigiéndolo hacia el camino que libraba la vereda. -¡Vámonos! ¡Esto no es para nosotros!- -!Detente! Si la vida nos ha puesto este delante, será porque debemos afrontarlo. Algún aprendizaje habrá.- -¡Si de esto piensas prender algo, hazlo! Yo de aquí me voy.- y diciendo esto, el leñador más bajo pegó carrera por el libramiento de la vereda. Su compañero, paralizado, observó la espalda de su amigo alejarse rápidamente, entonces, un sentimiento de profundo abandono repletó su ser. Giró hacia lo alto de la montaña y volvió a fijar su mirada en el movimiento que seguía dibujando al aire eso que era inconsebible encontrar suspendido por aquellos lares. Armándose de valor, paso a paso se fue acercando hasta llegar justo debejo. Se paro de puntas y estiró el brazo. Algo lo impulsaba a tocarlo. Con un gran esfuerzo, logró rozarlo, pero no pudo asirlo. -Me quedaré contigo, velaré por tí-. Su subió el cuello del abrigo para protegerse del ventarrón, se enredó la bufanda tapando la nariz. Sentado, se recargó en un árbol, se metió aún más bajo el gorro, bajó la cabeza, cerró los ojos, y se dispuso a orar. En su oración lo sostenía entre sus manos, le bañaba de luz, cuidaba de él. De pronto, se sintió uno con el viento, extensión de la montaña, blancura en la nieve. Arremetió las horas de la noche con la majestuosidad de la compasión que a raudales brotaba en su alma. Danzó con los vientos, cantó con los árboles, se iluminó de frente a las estrellas. Habló de tú a tú con la Luna, y finalmente, durmió el sueño profundo de quien ama. Al despuntar la mañana, un grupo de hombres, precedido y advertido por el leñador bajo, se aproximó por la vereda. Al llegar al torrente de la montaña, lo vieron suspendido e inmóvil. El cuerpo del leñador alto se mecía al ritmo que le dictaba el viento. La montaña fue testigo.
Había una vez dos pobres leñadores que regresaban camino de su casa,
por medio de un gran pinar. Era invierno y hacía una noche crudísima. Una espesa capa de nieve cubría la tierra y la ramas de los árboles. La helada hacía chasquear al lado de ellos los vástagos tiernos que rodeaban el sendero; y al llegar al torrente de la montaña, lo vieron suspendido, inmóvil en en el aire… Las bajas temperaturas lo habían congelado, configurándole un sorprendente y mágico aspecto, que inmediatamente traslado al leñador
más joven, al escenario ideal, para ambientar un cuento de género fantástico…Gerald desde bien pequeño, había sorprendido con una mente prodigiosa, capaz de recrear las más fascinantes historias, en las que seres mitológicos, vivían entre las brumas de unos bosques, con los más variopintos escondrijos. Lugares recónditos, donde sus personajes cobraban vida propia … Hadas aladas de bellas facciones., inmensos dragones de vidriosos ojos, inocentes unicornios blancos, gnomos de mirada despierta
y pícara, abominables seres de alma pérfida…
Incrédulo, aminoró el paso. Incapaz de discernir la realidad del sueño , le pareció vislumbrar entre las graciosas formas de hielo, el inmaculado rostro de una joven, que sonriendo le atraía con la mirada… Quedó expectante esperando que de aquella basta y fria Naturaleza, surgieran nuevas y primorosas criaturas. El hielo persistía en recrear delante de sus ojos, la
más inverosímil de las historias, se imaginó así mismo posando los labios
en el frío hielo, el ardor con que la miraba, hubiera sido suficiente, para derretir de un plumazo aquel inhóspito paisaje. Se preguntó entonces ensimismado, si con esa acción conseguiría liberar de aquella «fría prisión» «, a su bella Odalisca…
La ventisca le sorprendió en el rostro, desdibujando al instante todo halo de ensoñación …
Habìa una vez dos pobres leñadores que regresaban, camino de su casa, por medio de un gran pinar. Era invierno, y hacìa una noche crudìsima. Una espesa capa de nieve cubrìa la tierra y las ramas de los àrboles. La helada hacìa chasquear al paso de ellos los vàstagos tiernos que bordeaban el sendero; y al llegar al torrente de la montaña, lo vieron suspendido, inmòvil en el aire… El ave rapaz parecìa esperarlos, seguirlos. No alcanzaron a cruzar el descampado antes que el ave; por norma general estas aves, muy grandes y fuertes, no cazan de noche, pero este invierno ha sido despiadado con todos los seres vivientes de esta comarca, y aunque ellas no matan a sus presas, los leñadores saben de hambre y temen por sus vidas. Su instinto los persuade, y aunque pasando la planicie sòlo les resta un par de horas para llegar al poblado donde estaràn a salvo; tienen la certeza de que no fueron vìctimas de esa gigantesca ave cuando aun alumbraba el dìa, porque los protegìan los enormes pinos, que aunque cubiertos de nieve les sirviò de escudo. Ahora deben resolver que hacer para pasar la noche sin congelarse y sin prender una fogata que propiciarìa el ataque de este animal, que està tan desesperado por el hambre, como ellos atormentados por el frìo. Son leñadores jovenes y no escucharon los consejos de los viejos, que les hablaron de este animal, pero no les creyeron, hasta esta noche.
Había una vez dos pobres leñadores que regresaban, camino de su casa, por medio de un gran pinar. Era invierno, y hacía una noche crudísima. Una espesa capa de nieve cubría la tierra y las ramas de los árboles. La helada hacía chasquear al paso de ellos los vástagos tiernos que bordeaban el sendero; y al llegar al torrente de la montaña, lo vieron suspendido, inmóvil en el aire… en posición vertical con su cabeza perpendicular a su cuerpo, como mirando hacia el cielo, la boca completamente abierta, más de lo humanamente posible. Claramente inconsciente. El leñador más joven ha quedado mudo, experimentando una mezcla de terror, sorpresa e incredulidad. Su compañero no mueve un solo músculo. Habían tenido una jornada durísima debido principalmente a los vientos y las bajas temperaturas, condiciones típicas en esta época del año y fáciles de sortear al contar los dos con una vasta experiencia obtenida tras largos años de trabajo y sacrificio. Demasiado brutal, sin embargo, para su compañero inexperto que no fue capaz de resistir los golpes de la naturaleza, así que lo dejaron volverse antes, se encontrarían en la cabaña, tendría todo listo para cuando ellos regresaran pero nadie puede prever una situación como esta. El mayor es el primero en reconocer al compañero flotante e intenta acercarse pero es detenido por el leñador más joven que apenas puede resistir el pánico, su mirada fija en la escena sin poder esgrimir palabra alguna. Una lágrima intencional y solitaria resbala por su mejilla. Su colega lo observa pudiendo hacer nada para ayudarlo cuando nota que sus labios se separan y su mandíbula comienza a temblar. Se vuelve y se da cuenta que el tercer leñador, aquel atrapado por fuerzas flotantes e invisibles comienza su ascensión al firmamento, lentamente en primera instancia y casi fugaz al final, camuflándose en la oscuridad de un cielo de pocas estrellas. Un grito ensordecedor y aterrorizado escapa desde lo profundo del joven, como si su estatismo y lágrima liberaran toda la tensión contenida, que no es poca, y en una acción involuntaria, corre despavorido en cualquier dirección, no sabe lo que hace, mente ciega, ojos nublados y en su invidencia no logra esquivar aquel tronco macizo que se interpone en su camino. El golpe fue certero. Cae inconsciente.
Sólo, en la oscuridad y silencio del bosque, el último personaje lamenta lo sucedido. Nada ocurrió como lo había planeado, pues no había previsto ninguna situación que involucrara la reacción de su compañero. Se culpa por aquello mientras se acerca al cuerpo tendido para asirlo desde la pierna izquierda y arrastrarlo hasta el mismo exacto punto donde habían encontrado al leñador ahora desparecido. Sujetando al cuerpo con la fuerza de su brazo izquierdo, levanta la otra mano extendiendo su dedo índice hacia el cielo y automáticamente comienza la ascensión de ambos de manera similar a la anterior, lentamente en primera instancia y casi fugaz al final, dejando a su paso solo sus instrumentos de trabajo y las huellas marcadas en la nieve. A lo lejos una lechuza emite un sonido ululante, pero ya no hay nadie en el bosque que pueda escucharlo.
Había una vez dos pobres leñadores que regresaban, camino de su casa, por medio de un gran pinar. Era invierno, y hacía una noche crudísima. Una espesa capa de nieve cubría la tierra y las ramas de los árboles. La helada hacía chasquear al paso de ellos los vástagos tiernos que bordeaban el sendero; y al llegar al torrente de la montaña, lo vieron suspendido, inmóvil en el aire…
¡Es un ChupaChups! – Dijo Ernest.
El otro día tuve que desplazarme a la gran ciudad para plantar un pino y los vi. ¡Estaban expuestos en el escaparate como soldaditos de colores que gritaban “Cómeme” al ritmo de la mejor canción navideña de tu amigo Frank!
¿Un chupa-qué? – preguntó Sedmon
Un ChupaChups! Es como un palo que sostiene una esfera de caramelo. Allí todos los niños lo han probado alguna vez. Aunque no creo que ninguno sea como este. Aquellos no flotan y son más pequeñitos. Este parece ser de fresa y nata. Dijeron que era el más sabroso!
De qué coño me estás hablando Ernest?
Mira Sedmon, ven conmigo. Le quitaremos el envoltorio y verás a qué me refiero…
Juntos se acercaron al ChupaChups flotante con la precaución de los que se intuyen ignorantes.
Acércate más – murmuró Ernest en voz baja mientras sus glándulas salivares trabajaban a máximo rendimiento. – ¿Lo ves? Este plástico se puede quitar. Y lo que hay debajo en teoría se chupa. ¿Lo probamos?
Sin esperar respuesta, Ernest procedió a la apertura del susodicho.
El O.V.N.I medía 1 metro de alto y la esfera de caramelo era del tamaño de una sandía.
Al quitar el envoltorio se desvaneció como si hubiera entrado en contacto con una burbuja de antimateria. Ernest y Sedmon se miraron como si no tuvieran párpados y tras dos segundos de incertidumbre se fundieron en una carcajada absolutamente injustificada.
¿De qué te ries? – Preguntó Sedmon
¿Y tú? –
No se Ernest. Es como si de repente me hubiera invadido una necesidad insostenible de reír.
Tal vez el olor a fresas con nata nos ha embriagado de felicidad. Venga Sedmon, lo chupas tu o lo chupo yo?
Hombre, llegados a este punto, yo creo que lo más justo sería que lo chupáramos a la vez, ¿no Ernest? Además creo que es lo bastante grande como para que nuestras lenguas no se tengan que tocar en ningún momento.
Tienes razón! Venga! A la de tres. Tu por allí y yo por aquí. Una, doooos y…….. ¡tres!
En el instante en que sus lenguas entraron en contacto con la esfera de caramelo, debido al placer inexplicable experimentado, dejaron caer las hachas que sostenían en sus manos con la mala suerte para Ernest de que la suya fue a caer por el lado afilado y letal. Su dedo pulgar del pie derecho se desvaneció casi tan rápido como aquel envoltorio y un chorro de sangre a presión salpicaba el caramelo del que incomprensiblemente seguían disfrutando.
Pasados unos treinta minutos, cuando ya se peleaban por el último trozo del palo, parecieron reconectar con la realidad.
¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy? Preguntó Sedmon con la boca pegajosa y ensangrentada.
¿Quién eres? Preguntó Ernest -¿Que me has hecho? ¿Has sido tu hijo de puta?
Sin pensarselo dos veces, Ernest cogió su hacha, que había quedado clavada en el suelo y se la endosó en el frontal rebanando el cerebro al pobre Sedmon, que cayó al suelo como un higo en maduro.
Joder! Me cago en… pero qué coño…- A Ernest no le salían las palabras. Miró a su alrededor y no vio a nadie. Tan solo una lechuza inofensiva le miró fijamente un momento antes de salir volando. Fue solo un segundo pero fue el más largo de la vida de Ernest. Inmediatamente después salió corriendo como buenamente pudo sin saber muy bien hacia dónde ir.
Después de poco más de un kilómetro ya no pudo más. Se Sentó al lado de un pino y ya con un pulso muy débil empezó a entrar en calor. Ya no tenía frío y tampoco parecía sentir dolor. Su rostro pálido era cada vez más inexpresivo y cualquier esperanza de recordar su último festín, así como su verdadera identidad era tan improbable como pellizcarse en el culo y despertar de esta pesadilla.
Pero lo hizo. Se pellizcó y despertó.
¡¡Mi pulgar!! Exclamó.
FIN
Genial!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Había una vez dos pobres leñadores que regresaban, camino de su casa, por medio de un gran pinar. Era invierno, y hacía una noche crudísima. Una espesa capa de nieve cubría la tierra y las ramas de los árboles. La helada hacía chasquear al paso de ellos los vástagos tiernos que bordeaban el sendero; y al llegar al torrente de la montaña, lo vieron suspendido, inmóvil en el aire… Un cadáver colgaba del árbol.
Se quedaron quietos por un par de segundos, ninguno sabía bien que hacer en esos casos, tampoco podían llamar porque no tenían celulares, eran demasiado caros para ellos. Se miraron fijamente hasta decidir como tomarían la situación, tomaron cada uno su hacha y cortaron las extremidades del hombre. Menos mal, ya estaban empezando a pensar que se quedarían sin comer por no saber bajar a su presa.
Suerte que llevaban sus hachas.
Un torrente suspendido, inmóvil en el aire…
Había una vez dos pobres leñadores que regresaban, camino de su casa, por medio de un gran pinar. Era invierno, y hacía una noche crudísima. Una espesa capa de nieve cubría la tierra y las ramas de los árboles. La helada hacía chasquear al paso de ellos los vástagos tiernos que bordeaban el sendero; y al llegar al torrente de la montaña, lo vieron suspendido, inmóvil en el aire…
Invadidos de admiración y sorpresa la pareja se miraba. No podían dar crédito al hecho de volver a vivir un invierno como los de antes… ¿Acaso, estarían soñando? Comenzaron a danzar, el viento les orquestaba la música. Volvía ser posible el invierno como cuando eran chicos o bien como en el tiempo en que se habían conocido. A pesar de lo cruel que podía resultar el invierno para gente humilde como ellos; les devolvía la ilusión de mejores pastizales, posibilidad de la crianza de chivos. Dejarían de morir los arboles y arbustos secos por falta de agua.
Era tal la alegría de aquel hombre con su joven y robusta mujer que decidieron dar rienda suelta a la locura de deslizarse revolcándose por la nieve desde aquel monte, hacia la planicie de su casa. Era poca la leña que llevaban atada a su cuerpo. La nieve le devolvía posibilidades nuevas. Hasta la piel curtida de aquella pareja estaba más acostumbrada al frío, que al calor abrumante, que comenzaba a ser característico en toda la tierra.
Jacinta y Romualdo, habían nacido en el sur de Argentina. Las familias de ambos anduvieron deambulando por distintos lugares hasta llegar a Bariloche. El característico frío del lugar los conquistó a tal punto que ambas familias fijaron residencia.
Una mañana del mes de julio varios integrantes de ambas familias, sin distinción de sexo fueron al bosque por leña, en el camino, ya de regreso, Jacinta y Romualdo se cruzaron. Ambos se veían desalineados y cansados, colorados por la fatigosa labor y por tener la marca del viento castigador en sus cachetes. De pronto el rubor de ambos creció de modo agigantado. Se adivinaron hermosos, se iluminaron por dentro, intercambiaron ilusiones, sueños, pasiones… Que enternecedor es el amor en todo tiempo y lugar.
Tarde, tras tarde, se miraban de paso… Hasta que un día Jacinta dejó caer parte de su carga, y por hacer más dramática la situación, sin buscarlo se esguinzó el pie; ocasión que no dejó pasar Romualdo para acercarse y ayudarla. Pidió permiso al padre de la joven para llevarla en brazos hasta su casa. Durante todo el trayecto, las miradas de ambos penetraba el interior de ambos. Fue así como comenzaron a tratarse y visitarse ambas familias. No pasó mucho tiempo en que Romualdo anunciaba a toda la comarca, el noviazgo y futuro casamiento.
Optaron por casarse en invierno su estación favorita. La nieve, la escarcha, el viento frío les recordaba el nacimiento de su amor…
Ahora uno y otro estaban allí, en el bosque camino a casa, era invierno… Miraban como en sueños aquel torrente suspendido en el aire…pero al mismo tiempo algo así como una fogata arrasadora los envolvía. Estaban deshidratados, sedientos, insolados, aquel espejo de agua…, aquel torrente…, solo un torrente suspendido en el aires…. aquel lejano espejismo…
Sin inviernos más para gozar y beneficiarse con sus bondades, sin agua, sin bosques, sin frío… Ambos se despiden sin saberlo, del tenebroso planeta invadido por el calor y la muerte…
Había una vez dos pobres leñadores que regresaban, camino de su casa, por medio de un gran pinar. Era invierno, y hacía una noche crudísima. Una espesa capa de nieve cubría la tierra y las ramas de los árboles. La helada hacía chasquear al paso de ellos los vástagos tiernos que bordeaban el sendero; y al llegar al torrente de la montaña, lo vieron suspendido, inmóvil en el aire…
Cabe decir que cada leñador vio algo distinto, por supuesto, sus más recónditos pensamientos no eran ni tan siquiera similares.
Desde luego, ambos creyeron alucinar y detuvieron sus pasos a un tiempo sincrónico. ¿Era eso verdad? ¿Realmente podía hacerse realidad?
No puedo mencionar al ser que vieron el par de cazadores, pues estaría revelando su alma entera en un par de párrafos, y cada persona al leer estas letras tendría un control total de aquellos muertos, casi, como si fuera Dios.
Al primer cazador, aquel de la larga barba roja, lo observaban un par de ojos dorados como el oro al otro lado de una pequeña ventisca; labios rojos como la sangre también asomaban, invitándolo a cruzar, provocándolo con espeso anhelo a través de un río congelado. Me siento obligado a decir que el pobre cazador no resistió a la tentación del primer pecado divino y lo atravesó en busca de su más grande deseo.
No murió allí, el río no lo trago, pero llego a brazos de los ojos dorados como el sol mismo, y fríos como la helada nieve que rodeaba el mundo en aquel instante. Jamás encontraron que fue de su cuerpo, pues su alma se perdió en el instante en el que su piel toco la de aquel Dios.
La historia del segundo es algo mas sencilla: aquel hombre deseaba la muerte. Claramente no hay necesidad de especificar que sucedió. Al día siguiente fue encontrado al pie del árbol, y su rosto tranquilo contradecía la espantosa muerte que había tenido lugar allí.
¿Aquel ser, sublime Dios que hizo real sus deseos, era en realidad pérfido o benevolente?
Había una vez dos pobres leñadores que regresaban, camino de su casa, por medio de un gran pinar. Era invierno, y hacía una noche crudísima. Una espesa capa de nieve cubría la tierra y las ramas de los árboles. La helada hacía chasquear al paso de ellos los vástagos tiernos que bordeaban el sendero; y al llegar al torrente de la montaña, lo vieron suspendido, inmóvil en el aire, lo que parecía la silueta de una chica joven. Asustados, corrieron detrás de unos arbustos, para contemplar desde lejos aquella sorprendente imagen. Permanecieron inmóviles, asustados, forzando a sus cuerpos para no temblar de frío ni de miedo, hasta que aquella especie de ente se fue difuminando hasta desaparecer. Aún asustados, quedaron en silencio por lo menos unos veinte minutos, sin hablar, sin moverse. Hasta que, poco a poco, volvieron a recuperar la fuerza y los colores. Debían seguir su camino para llegar a sus hogares. Pasaron rápidamente por la zona de la aparición, e instintivamente, echaron a correr hasta cerca del pueblo, donde por fin pudieron de nuevo recobrar el aliento.
– Estoy seguro de que era ella..
– Ella, ¿Quién?
– La hija del herrero, la que encontró a su madre, su padrastro y su hermanastro, colgados en el taller de su padre.
– ¡Por Dios Santo! Eso pasó hace mucho tiempo, ¿todavía tienes presente esa historia?
Fue uno de los hechos más impactantes de la zona, incluso del propio país. Existen muchos rumores acerca de lo que pudo pasar ese día y todavía no se conoce la verdad. Lo cierto es que, la hija del herrero, volvía de su trabajo como cada día, y de camino a casa, y a lo lejos, pareció reconocer la figura de su padre en lo alto de un barranco. Hace poco que había vuelto a tener contacto con él. Desapareció cuando ella era pequeña, una noche de una gran tormenta de nieve y agua, dejando solas a ella y su madre. Tuvieron que luchar, duramente, para tirar adelante. Ella tuvo que dejar los estudios para ir a trabajar con su madre. Era una modista muy conocida en el pueblo. Aquella misteriosa desaparición, dejó tocada la familia y al pueblo en general. Aunque nadie presentía que lo peor estaba aún por llegar.
Aquella tarde, muchas personas divisaron al herrero y más de uno supo de inmediato la intención con la cual él había subido hasta allí arriba. Aquel cerro era conocido por todo el mundo como “el cerro de la despedida”, y más de uno, había acudido allí para acabar con su vida. Muchos fueron los que corrieron hacía arriba para intentar impedir el suicidio, incluida su hija. Pero todos los intentos fueron en valde. Nadie pudo llegar a tiempo. Todos divisaron la aparatosa caída de ese cuerpo desde la cima más alta del pueblo. Muchos giraron la mirada, otros corrieron a detener a la chica e impedir que pudiera llegar a ver lo que finalmente vio. Lo curioso del caso es que el herrero, ateo conocido, se santiguó antes de saltar al vacío.
Cuando la hija pudo recuperarse medianamente de lo ocurrido, se alertó por la ausencia de su madre en el lugar de los hechos. La policía la había llamado e incluso muchos vecinos se habían acercado a su casa y al taller de moda, para explicar lo sucedido. Así que preocupada, decidió volver a su casa, junto con la policía para para encontrarla. Muchos días por la tarde, bajaba al pueblo vecino a comprar y solía llegar sobre esa hora.
Al llegar a casa, le sorprendió encontrar la puerta del taller de su padre entornada. Nadie había entrado allí desde su desaparición, quizás él mismo había pasado por la casa antes de acabar con su vida. Entró en la herrería y todo estaba oscuro. Al encender las luces, es cuando descubrió los cuerpos de ahorcados. Su madre todavía estaba en pijama, su padrastro y su hermanastro, del cual estaba completamente enamorada, estaban vestidos con trajes de color negro. El impacto fue tan grande que acabó derrumbada el suelo, semi inconsciente, con el sonido de sirenas de policía y ambulancia tronando en sus tímpanos.
– Desapareció del psiquiátrico donde estaba internada hace muchos años. ¿Qué se supone que hemos visto? ¿Su espíritu? ¿Y porque se nos aparece a nosotros?
– No creo en nada de esto. Es probable que todo esto sea fruto de nuestra imaginación o del vino que bebemos durante la jornada.
– Volvamos a casa, mañana será otro día.
Al día siguiente, los leñadores volvieron a pasar por el mismo lugar, y aliviados, siguieron su camino hasta casa al ver que no había ningún tipo de aparición. El problema surgía por las noches, los dos tenía sueños relacionados con la familia del herrero y durante el día no podían parar de pensar en lo que realmente pudo ocurrir en aquella casa.
– La hija del panadero vive en la ciudad. Conocía bien a la hija del herrero y puede que sepa la verdad.
– ¿Crees que voy a perder mi tiempo en saber que ocurrió realmente?
– Desde la aparición, los dos tenemos esa fijación en la mente. ¿Y si podemos descubrir que pasó? ¿Y si el destino nos está poniendo una prueba?
– No tenemos tiempo para eso. Olvidémonos de todo.
Mientras seguían caminando se encontraron casualmente con el panadero, estaba con su hija. Los dos se quedaron sorprendidos al verla. Tenían una buena oportunidad para preguntar sobre el tema. Se saludaron y estuvieron hablando. Ella había estudiado la carrera de psiquiatría y trabajaba en la ciudad. Realmente ya era una mujer con un gran poder de seducción. Comentó que pasaría unos días en casa de su padre. Tenía que acabar un trabajo que tenía pendiente.
– ¿Pero no has acabado la carrera? ¿Todavía tienes un trabajo pendiente?
– Estoy investigando la muerte de la familia de Elvira. Trabajo en el departamento de criminalística. Ayudo a entender los rasgos de los enfermos mentales que comenten delitos. Hay mucho por hacer.
Continuará…..
Había una vez dos pobres leñadores que regresaban, camino de su casa, por medio de un gran pinar. Era invierno, y hacía una noche crudísima. Una espesa capa de nieve cubría la tierra y las ramas de los árboles. La helada hacía chasquear al paso de ellos los vástagos tiernos que bordeaban el sendero; y al llegar al torrente de la montaña, lo vieron suspendido, inmóvil en el aire…era el cuerpo de su amigo Fred con claras señales de tortura y un cuchillo clavado en el corazón……¡apaga eso ¡- gritó Franco…- ¡tú sabes que no me gustan las películas de horror y menos a esta hora ¡
Marco apagó el televisor de mala gana y bajó las escaleras de la cabaña para asegurar las ventanas del primer piso y llenar la consabida jarra de agua que lo acompañaría toda la noche y que él colocaba en la mesa de noche de su lado de la cama. Cuando ya se disponía a subir, sintió un ruido extraño que venía de la parte de atrás de la casa, dejó la jarra encima de la mesa y tomó una linterna del primer cajón de la cocina y se dirigió afuera; para sorpresa de Marco la noche estaba clara y la luna se notaba más cerca y grande de lo usual, como si la tierra estuviera más cerca del satélite, Marco caminó unos 50 metros sin ver nada extraño y de regreso a la casa notó que justo en el espacio que separaba las escaleras de entrada de la casa y el pequeño huerto que Franco cuidaba con mucho amor, algo se movía, al principio creyó que era Dimas el gato de la vecina que había vuelto a escapar, pero al acercarse notó que el pequeño bulto, era un niño, de aproximadamente un año, que al parecer alguien habría dejado ahí a propósito.
Marco Lombardi y Franco Guerra, aunque se conocían hacía ya 10 años, no fueron oficialmente una pareja sino hasta 5 años después, cuando Franco decidió terminar una relación establecida de más de 15 años, por lo proyectaba ser una relación pasajera, solo sexo y ya, o por lo menos eso fue lo que le dijeron sus amigos más cercanos. Establecerse con Marco fue todo un reto para ambos, Franco se quedó sin amigos y Marco le tocó aguantar las malas caras y los desprecios las maricas de la capital, quienes lo veían como la quita marido, la advenediza, la arribista. Fue su terquedad más que su amor que los empujó a casarse y así callarle la boca a ese nido de víboras de la ciudad, talvez por esa razón aún seguían juntos mucho tiempo después que la pasión había muerto y solo quedaba una incómoda relación de conocidos cercanos.
El pequeño Aquiles fue una bendición para la ya fallida relación, fue amor a primera vista. Aunque en el fondo sabían que estaba mal, Marco y Franco decidieron no ir ante las autoridades y para los vecinos y allegados, mentirían diciendo que el pequeño era el hijo de Gala, la hermana de Franco que vivía en Italia hacía ya algún tiempo. Nadie de los cercanos dudó un segundo, Ellos habían demostrado ser unas personas lo suficientemente serias como para mentir acerca de eso. Lo total fue que Aquiles los volvió a unir como pareja, les devolvió esa complicidad que solo experimentaron cuando se veían a escondidas en el motel de la Caracas donde consumaban su relación prohibida. Desde la llegada del niño no paraban de hablar, hacían planes juntos y hasta habían vuelto a tener sexo con pasión muy diferente del sexo por compromiso al que estaban acostumbrados hacía ya por lo menos 3 años, incluso, Franco había desinstalado el Grindr de su teléfono, Marco no llegó a tanto.
Un sábado cualquiera, en el acostumbrado mercado campesino del pueblo, Marco, mientras compraba los vegetales de la quincena, entabló conversación Doña Pamela, quien le contó el caso de su sobrina, Rosana la cual había estado casada con el traqueto de la región, a quién denunció a las autoridades para cobrar la recompensa y éste por cobrar venganza había mandado a secuestrar y desaparecer el hijo que ella había recién tenido un año antes; La señas coincidían con las del pequeño Aquiles. La noticia cayó como un valde de agua fría a la pareja, quienes ya tenían planes de adoptar oficialmente al niño. Para rematar todo, se enteraron que la madre del niño había sido internada en el hospital regional debido a la crisis nerviosa ocasionada por la desaparición del bebé. Después de mucho meditar, tomaron la decisión de contactar a las autoridades a través de un amigo muy cercano para devolver el niño con su madre de la manera mas discreta posible; y así lo hicieron, no sin antes organizarle una fiesta de despedida por todo lo alto, para que quedara en la memoria de Aquiles el resto de su vida.
El día de la entrega, cuando regresaban a casa, Marco explotó y de repente empezó a llorar sin tregua ni medida, como si al irse el niño, se fuera una parte de su vida, cosa que el fondo ellos sabían, el niño fue el pretexto que necesitaban, esa última tabla de salvación, de una relación aburrida y tediosa que carcome y destruye. Sin embargo, los dos estuvieron de acuerdo que el niño les había enseñado algo, el camino que querían tomar, y les dio conciencia de la felicidad, la cual no estaba ni en esa casa ni en esa relación. Por lo tanto de común acuerdo, la mañana siguiente decidieron poner en venta la casa y tomar cada uno el rumbo correcto, lo demás fue papeleo; a los dos años cada uno viviendo en una ciudad diferente comiéndose al mundo en sus lugares y siendo un vago recuerdo el uno del otro.