Propuesta 17 – Taller de CREATIVIDAD LITERARIA

taller-de-creatividad-literaria-17Hoy os proponemos que redactéis un relato breve con estas características:
 
– Máximo 3.000 caracteres.


– Tema: la naturaleza.


Estructura interna: tradicional (planteamiento, nudo y desenlace).


Estructura según el final del relato: abierta.


Podéis repasar cómo puede ser la estructura de un texto pulsando AQUÍ.

 

 

Para contar el número de palabras de vuestro texto, podéis usar el menú Herramientas de Word o cualquier contador de palabras en línea como estos:

 


Enviad vuestros textos en el espacio para los comentarios.

Para ver todo el taller de Creatividad literaria, pulsa AQUÍ.

taller de 12 a 16

TALLER LITERARIO
para jóvenes
de 12 a 16 años

presencial en MADRID

 

Este taller ayuda a los escritores jóvenes a encontrar su estilo personal, a evitar los bloqueos y a sacar el máximo partido de su creatividad para llegar a escribir con corrección.

 

Sábados
de 12,30 a 13,45
Zona Retiro
Grupos reducidos

 

 

  5 comments for “Propuesta 17 – Taller de CREATIVIDAD LITERARIA

  1. Azul Bernal
    22 septiembre, 2016 at 06:18

    Corría de manera desbocada, entre tropiezos y saltos de mata. Jadeaba. El camino serpenteba siguiendo la trayectoria del río, con los árboles y las nubes como quedos testigos de los pies descalzos y los puños anudados. Sudaba un sudor de mente y pensamiento. No daba crédito. No podía ser que la vida lo hubiese traído hasta aquí, que lo hubiese hecho vivir esto. Él había crecido hombre, macho, fuerte, autoritario. Sin temer a nadie, imponiendo su voluntad a fuerza de golpes, gritos, miradas humillantes. Sí, se sabía dar a respetar utilizando el temor. Habia hechando fama sembrando terror, arrasando con cuanta mujer se le cruzase, pasando por la pistola a cuanto hombre le mirara fijamente. ¿Cómo entonces había pasado esto? ¡Una mujer entrada en años! Corría frentéticamente atravesando el bosque, intentando escapar de sí mismo, de esto, de todo. Finalmente llegó hasta el lago que cerraba su camino coartando su desenfreno. Enojado, furioso, se dirigió a un árbol. Retiró el cinturón del pantalón, se lo pasó po el cuello, subió a un árbol. Pidió perdón, sí, perdón.
    La había sorprendido muy de mañana, cuando apenas maduraba la madrugada. En el jardín, la mujer practicaba Tai Chi vestida con un camisón blanco que a la piel se le pegaba. Se le abalanzó de pronto, le cortó la respiración. Menos de un segundo tardó la pobre mujer en pasar de la meditación profunda del movimiento al terror total. Él se alimentaba de ello. Tres días pasó dentro de su casa, asestando golpes sobre la piel, navegando dentro de su cuerpo, golpeando, humillando, cagando. Pero la mujer no era común sino distinta. Agradecía los golpes sin temor, le bendecía a él y le hablaba del amor. Fue por eso que media hora de sexo impuesto se tornó en tres días de intento sobre intento, de espejazos y llanto y algún fulgor de arrepentimiento. Y al tercer día Cristo resusitó. Y al tercer día él abandonó. No pudo más, no el sostener esa mirada. No el seguir humillando y torturando ese cuerpo que le regresaba calor. Llegó a su límite. Le asestó el golpe infinito, ese que se torna en eternidad dentro de los ojos que su mirar han perdido, las pupilas apagadas, los dientes salido. Cuando la vio ahí tendida, magullada, blanca… Lo vio. Vio la pureza, la falta de resentimiento. Vio el amor que todo lo puede, que todo lo da, que libera, que es total. Como un telón de hierro candente, sobre él cayó el arrepentimiento. Acababa de dar fin a lo único que le había validado su propia vida, su existencia. Esa mujer la había hablado del amor como nadie nunca, jamás. Esa mujer le había rendido la mano, entre un golpe y otro golpe, le había sonreído. Entre una violacíon y otra… bendecido. No pudo soportarlo: acabó con el único milagro en su vida. Enloqueció. Salió corriendo, odiándose a sí mismo. Corrió hasta el río, más allá del río, de un lado y del otro lado del agua, dela lago, de sí mismo. Se trepó al árbol, se ató el cinturón, y recordó el nombre de la mujer y lo cantó. No pudo más, bajó de árbol. Sabía lo que tenía que hacer, a dónde caminar…

  2. Narradora de Cuentos
    23 septiembre, 2016 at 14:31

    El desvencijado vagón aminoró el paso, a la zaga de una locomotora resollado decadencia…

    En el andén de la estación, dispuestos a recibirnos, parecían andar allí todos los lugareños de Aguascalientes. La algarabía era tremenda, niños y adultos vociferaban con alegres cantinelas, animosos a vender todas sus viandas. Rostros curtidos al amparo del sol del altiplano, eran surcados por arrugas perennes, que delataban sin rubor su realidad al capricho de unos ojos extranjeros, reparando en el abanico colorido de artesanías, impulsados a la compra repentina y olvidando aquellos rostros cincelados de dificultades.
    Cansados nos apeamos del vagón y sin ánimo de resistir tentación alguna, compramos bebidas frescas, unas arepas con las que calmar nuestros estómagos y dos preciosas muñecas de saco y esparto, que recalarían azoradas, en a saber que esmerado rincón de nuestro hogar.

    Todavía faltaba el último tramo del camino. El ascenso por una sinuosa y amenazante carretera, nos contrajo y oprimido el vientre, hasta que el avezado conductor, alcanzó destino en lo alto de la loma.
    Nuestro plácido recogimiento se hallaba en un lugar privilegiado. Agreste hasta donde alcanzara la vista, parecíamos llegar a albergue de dioses…Las brumas y el ocaso se apoderaron del imparable entorno, recogiéndose junto al atardecer nuestras almas.
    El amanecer nos sorprendió más si cabe, la intensidad de la luz nos desprendía de todo halo de ensoñación, para apreciar una rotonda y frondosa realidad, que albergaba de intenso verdor nuestras retinas.
    El corazón anhelante de vislumbrarlo todo y apoderarse más allá de las vetusta ruinas incas, del mágico entorno de un valle cubierto por vegetación tropical a los márgenes del caudaloso río Urubamba. El cálido clima, dulzón y húmedo, nos encomiaba a protegernos bajo alados sombreros de paja, que agazapaban nuestros rostros del intenso sol.

    Conforme nos adentrábamos en las más de 32.000 hectáreas, que conforman la zona protegida, comprendíamos el devenir, de que el principal valor del Santuario de Machupichu , resida en los densos bosques de sus montañas, fundamentales para una región de inigualable belleza.

    Avanzaba el día y cada rincón convidaba a fotografiar con la mirada, almacenando en el disco duro de nuestra memoria, una jornada que muy difícilmente podríamos olvidar.
    Alpacas , vicuñas, campando a sus anchas, parecían erigirse dueñas de las innumerables terrazas que definen el conjunto arqueológico. Ellas a lo largo del tiempo, han permanecido inmutables paciendo altaneras, en un espacio reservado a dioses.

  3. Sandra Carrion Estay
    24 noviembre, 2016 at 06:53

    Las hermanas Ahumada, de 9 y12 años de edad, ingresaron al grupo de Boy Scouts del colegio al que asistìan. Era verano y estaban muy emocionadas pues se acercaba la fecha de su primer campamento con el grupo. Les costò convencer a sus padres de otorgarles el permiso. Este campamento era por cuatro dìas y se irìan en tren hacìa San Felipe de los Andes.
    Llegò el esperado dìa del viaje; que para estas hermanas resultaba muy novedoso, pues viajar en tren era todo un acontecimiento y todo el trayecto fueron cantando, riendo y gritando: propio del ambiente infantil. Llegando al lugar, debieron ubicar la zona màs adecuada para armar las carpas. Encontraron un sitio claro y llano, que tuvieron que limpiar un poco, pues presentaba un poco de basura humana y muchas piedrecillas que podrìan romper el piso de las carpas. Las carpas eran tres; una para las niñas, que sumaban 10, y otra para los niños y el jefe de grupo, y la tercera cumplìa la funciòn de despensa, cocina y enfermerìa. Habìa cerca del campamento un riachuelo, cosa importantìsima, porque allà aprendieron y comprendieron lo vital del agua para la subsistencia humana, vegetal y animal. Despuès de armar el campamento y poner en pràctica toda la teorìa del escultimo hasta ese momento estudiado, fueron separadas por pequeñas patrullas; les asignaron tareas a cada una. A la patrulla en la que estaba la hermana mayor le toco la cocina del dìa, es decir: desayuno, almuerzo y comida. Luego de almorzar vinieron las competencias por patrulla: mensajes en clave morse, mensajes en banderolas, juegos con cantos y uno de esos dìas hubo una competencia en el rìo. El jefe del grupo llamò a quienes sabìan nadar y los puso a competir. La hermana mayor no era una experta nadadora y el rìo no era ni muy profundo, ni muy ancho y la competencia consistìa en atravesarlo a nado y uno de los preceptos de la doctrina de los scouts, es ser valiente y aunque le daba miedo el agua se presentarìa. Comenzò el desafìo, y cuando iba a la mitad del rìo, empezò a hundirse, empezò a tragar agua y su hermanita que estaba en la orilla contraria mirando, se desesperò, le diò un ataque de histeria y ocurriò que un guìa de los mayores, se lanzò al rìo a sacar a la que se estaba ahogando y el jefe de grupo atendìa a la histèrica. Ambas terminaron en la enfermerìa esencial del campamento, mientras llegaba una ambulancia y sus padres. No alcanzaron a visitar la mina abandonada del sector que estaba en el programa, donde sì muestran valor quienes entran allì, porque no hay luz, huele feo, hay murcièlagos y la falta de aire limpio se siente.

  4. María Cervera
    10 octubre, 2020 at 14:46

    Aquel bosque al lado de la playa, escondía muchos secretos ocultos. Nada llevaba a pensar a Laura, lo ocurrido en ese rincón del pueblo, lugar sagrado para ella. Le gustaba el misterio que otorgaba sobre todo en las tardes de otoño, donde solía haber muy poca gente paseando. Estaba lleno de pinos, robles, arbustos…. su olor a humedad y a hierbas varias provocaba una sensación de plenitud en su interior. Respirar ese aire la llenaba de vida, la oxigenaba, eliminaba sus peores pensamientos y su mal humor. Le gustaba a veces, andar descalza. Pisar la arena mojada por el rocío de la mañana, o por la humedad de la playa. Era un paisaje muy peculiar. Próximo a esa montaña, estaba el mar. Las mejores vistas se encontraban en la parte superior, mirando por los acantilados: el mar mediterráneo y a las poblaciones cercanas. Al ser la conocida costa brava, las aguas eran cristalinas y podían verse las rocas del fondo del mar y mucha fauna marina.
    Esa combinación entre playa y montaña, volvía loco a cualquiera. La gente solía pasear mucho más por la zona cercana al mar, dejando de lado la parte más alta. Durante el verano, las playas estaban rebosantes de gente, en su mayoría de otros países, se acercaban a ese pueblo de costa para pasar unos días de vacaciones. En esa época, también la montaña cobraba más vida. Muchos eran los que subían a ver los monumentos más emblemáticos de la zona, los castillos o las estatuas de personajes famosos que habían visitado el pueblo. A veces, oculto detrás de los matorrales, podías ver pequeños monumentos o tesoros que la gente dejaba allí para el resto o por petición expresa de sus difuntos. Desde el acantilado, se han arrojado las cenizas de muchas personas. Es un lugar muy querido por los habitantes de pueblo.
    Laura caminaba mucho por allí, sobre todo desde que perdió su trabajo. Al principio pasó los días encerrada en su habitación, viendo comedias amorosas y comiendo helado de chocolate. Después, viendo que sus ingresos podían verse en peligro, se decidió a buscar a trabajo y por supuesto a salir de su mundo particular. En poco tiempo encontró empleo en una perfumería en la capital. Tuvo que reparar el coche de sus padres. No lo había tocado desde el fallecimiento de estos hace cinco años. Sabía que tenía algún problema en el embrague y que la reparación era costosa. Tampoco necesitaba transporte ya que Sandra, su mejor amiga, era vecina suya y las dos compartían horarios y trabajaban en el mismo laboratorio.
    La sorpresa fue el anuncio de su despido, la empresa tenía que reducir costes, y empezaron por deshacerse de las personas que menos tiempo llevaban en la empresa y que por tanto eran económicamente más rentables de echar. Sandra no corrió esa suerte, no porque llevara más tiempo en la empresa, sino por la estrecha relación que guardaba con un alto directivo el cual, tenía fama de ligón pese a su edad. Alguna vez se había acercado a Laura, esto era un secreto para su amiga, siempre le había dado largas con alguna excusa barata.
    Ahora trabajando en la perfumería, por lo menos tenía tardes o mañanas libres para poder pasear por el bosque. Le gustaba recordar cuando era pequeña, corriendo siempre detrás de su padre. Él se movía perfectamente entre arbustos y hierbas altas. Ella siempre iba arañada, con moratones y costras de las caídas. Su padre siempre la ayudaba, pero aun así, ella no acababa de sentirse ágil en ese terreno. Poco a poco, fue ganado confianza y conociendo pequeños trucos para evitar enganchadas y resbalones, hasta convertirse en un objeto más de aquella naturaleza, mimetizada en ese entorno.
    Un día, casualmente, había encontrado a su jefe, con su bicicleta de montaña en la zona alta del acantilado. El Sr. González era un ser perfecto en todos los conceptos. Vestía impecable, andaba muy erguido y sus zapatos siempre brillaban. A Laura le encantaba como se peinaba y el color de sus ojos. Pese a no soportarlo, le gustaba cuando se acerca al mostrador y de un golpe, cerraba sus cajones, advirtiéndola de que no debía dejarlos nunca abiertos. ¿Habría notado como se mordía el labio cuando se acercaba? Quizás algún día aceptara su invitación a tomar algo. Laura se sentía bien en esa relación amor-odio.
    Su prototipo de hombre era Javier González. Varón, cuarenta y dos años, residente en el barrio de gracia, en Barcelona, junto a su mujer Sonia Garriga. Un matrimonio de conveniencia. Javier era elegante, alto. Siempre vestía de traje y llevaba los zapatos de arreglar. Su piel era morena, sus ojos y cabellos son de color negro. Su cara era alargada, sus facciones marcadas. Tenía un hoyuelo en la barbilla. Era extremadamente sexy.
    Javier es director comercial de una gran empresa de perfumería y cosmética. Una persona muy segura de sí misma, con grandes dotes comunicativas y don de gentes. Cortés sobre todo con el sexo femenino. Es una persona racional, sabe manejar los conflictos y llevarlos hacía su terreno. Mentalmente sano, aunque con rasgos psicópatas. No tiene escrúpulos en muchas de sus actuaciones. Suele aprovecharse del resto para conseguir sus objetivos.
    Es una persona extrovertida pero no expresa sus verdaderos sentimientos. Nunca demuestra tristeza, resignación. Es un ganador nato. Nunca se le ha conocido derrotado. Su mayor deseo es llegar mucho más lejos de donde se encuentra y aumentar su poder adquisitivo. Su vida está llena de lujos. Le gusta viajar y practicar deporte, sobre todo con su bicicleta de montaña.
    No cree en Dios, pero participa en cualquier ceremonia con el fin de empoderarse o exhibirse delante del resto de personas. A sus padres y hermanos, los ve en eventos o celebraciones familiares. Apenas tiene relación con ellos.
    En pocas persones vemos que coincida su mejor cualidad con su peor defecto. Javier era sumamente perfecto, tanto para él como para el resto, y esto era bueno y malo al mismo tiempo.
    Laura se pasaba las horas observándolo en el trabajo, solía venir tres veces en semana y coincidían en turno. Cuando acababa la jornada y paseaba por su bosque, solía imaginar historias con él, donde eran amantes y buscaban un lugar para ocultarse y dar rienda suelta a sus deseos. A menudo, subía hasta el castillo corriendo, agotada y jadeante, con las hormonas a flor de piel y con su lívido por las nubes. A punto de estallar entre rubor y fervor, necesitaba soltar toda esa pasión así que acababa por masturbarse a escondidas. En las mejores ocasiones, se sentía observada y esa sensación disparaban su adrenalina, llegando a los mejores orgasmos. No se sentía avergonzada ni intimidada. Le gustaba correr esos riesgos. No tenía miedo.
    El día que se encontró con Javier, quería morirse. Así de caprichosas son las casualidades. Ella pensado en él y de repente allí estaba, montado en su bicicleta perfecta, con su ropa de deporte perfecta y sus labios… perfectos. Hablaron un buen rato sobre el deporte, la naturaleza, etc. Laura le comentó que vivía cerca de allí y él le dijo que tenía un apartamento en propiedad en el pueblo, pero que hacía poco uso de él ya que vivía en Barcelona, cosa que ella ya sabía. Conocía muchas cosas de él, no soportaba su arrogancia y prepotencia, su manera dar órdenes a las trabajadoras, su despotismo. Le sorprendía que desde primer momento, siempre hubiera hablado con ella, cuando sólo se limitaba a relacionarse con clientes importantes y con la responsable de la tienda. Hay que decir que siempre lo hacía cuando los dos se encontraban solos. Delante del resto de personal, no establecía diálogos, de hecho, ni si quiera la miraba.
    Ahora ahí se encontraban, en plena naturaleza. Pensaba en lo sexy que era, pero en la poca confianza que le transmitía, se sentía bastante descolocada. ¿Podría esa atracción dar paso a la credulidad? ¿La habría visto subir al castillo alguna vez? De repente, empezó a sentirse incomoda y decidió acabar la conversación de manera algo brusca. Emprendió el camino de vuelta a su casa, algo nerviosa. Sin mirar hacia atrás.
    Javier la observaba irse. Había decidido que esa chica debía ser suya. La relación con su mujer era un montaje muy bien planeado por él mismo, que le permitía mantener relaciones con otras mujeres a cambio de una buena posición económica. Pensaba que Laura era la persona que debía estar en su cama, en esas noches en que él sentía la necesidad de hacer el amor con alguien. Ella era la candidata, y como buen ganador, sabía que ella acabaría a su lado para cubrir sus necesidades. Javier no perdía en los juegos, era habilidoso y estratega. En este caso también debería serlo. Sabía que Laura nunca le fallaría, desde el primer día que la vio paseando por ese bosque. La siguió, a escondidas, durante semanas, analizando sus movimientos. Veía como disfrutaba del frescor de los pinos, del color de los árboles, del olor de los frutos salvajes. La veía respirar profundamente cuando estaba realmente agotada, por el esfuerzo de subir las cuestas. A veces, se atrevía a correr a través de los arbustos. El sudor recorría su rostro. La camiseta se pegaba a su cuerpo. Sus senos eran pequeños y divertidos. Quería tenerlos en sus manos y apretarlos fuertemente. Encontraba tremendamente excitante a esa chica. Mucho más que todas las amantes anteriores. Marisa se encontraba cerca de allí. No tuvo más remedio que asfixiarla. Aquella noche no se encontraba de muy buen humor, y utilizó un lenguaje que a él no le gustó. Le llamó egoísta y vanidoso. Así que, para que supiera quien era la persona dominante en esa relación, la cogió por el cuello y la estranguló. Para no dejar rastro de ella, la incineró en el horno del patio de su casa de Barcelona. Su mujer pasaba el fin de semana con uno de sus amigos, así que no tuvo mucho problema transportarla hasta allí y quemar su cuerpo hasta reducirlo a cenizas. Marisa, era menudita. Un cuerpecito vigoroso y pequeño que se movía enérgicamente en la cama. Todas sus amigas eran pequeñas y delgadas, como Laura. Arrojó las cenizas por el acantilado. Al igual que las de Marta, Verónica y Almudena.
    Javier era un psicópata asesino. Había creado una vida llena de lujos y adicciones costosas. Era altamente conocido en numerosas entidades. Tenía un currículo impecable y muchos contactos en la policía y en el gobierno. También tenía amigos íntimos, jueces, abogados y fiscales. Se sentía tremendamente protegido por todos y cada uno de ellos. De muchos también conocía secretos muy íntimos, compraron su silencio con numerosas cuantías de dinero. Sólo una persona con su perfil podía haber llegado a donde él estaba y de esa manera. Pero para sentirse totalmente realizado, necesitaba una amante sumisa a su lado, que sobre todo no pusiera ningún tipo de impedimento a sus necesidades. Al principio todo funcionaba perfectamente ya que él era el hombre perfecto para ellas, pero con el paso del tiempo, empezaban a volverse caprichosas, exigentes y querían ser las protagonistas en esa relación. Era algo que él no podía consentir.
    A la mañana siguiente Javier buscó encontrarse a solas con Laura. Le comentó que le encantó verla en el bosque y que si quería ir a caminar con él por la tarde. Ella accedió pensando en cuanto había imaginado esa situación en sus sueños. Quedaron a las cinco de la tarde en una de las puntas de la playa. Aquel día el mar era una balsa de agua. El cielo se encontraba tapado y parecía que iba a llover en algún momento. Se saludaron y empezaron a subir por la montaña dirección al castillo. En el bosque reinaba una sensación de calma. Los árboles permanecían inmóviles y la humedad del ambiente era muy elevada. Las hojas eran doradas, rojas y marrones. Muchas se encontraban secas en el suelo. El ruido al pisarlas se convirtió en una melodía constante. Los dos permanecía callados, concentrados en su respiración. Cuando llegaron a la zona de los acantilados, decidieron parar y sentarse a mirar el mar. Laura se tumbó encima de las hojas de pino, su cuerpo estaba empapado de sudor pegajoso y húmedo. Javier le acarició una pierna y le miró con su mejor pose de seductor. Poco a poco fue ganándose su confianza, con palabras tiernas y caricias. Los dos acabaron abrazados, besándose bajo dos hermosos pinos mediterráneos, los cuales habían sido testimonio de numerosas relaciones, entre mar y montaña.
    Sorprendentemente no hicieron el amor en ese momento. Era algo que desconcertó a Javier. Mientras se besaban bajo los pinos milenarios, empezaron a sentirse relámpagos muy próximos. Esa situación empezó a incomodarlos. Al poco, la lluvia caía sobre ellos y el agua se colaba en el interior de sus cuerpos. Los dos se levantaron de golpe y bajaron la cuesta corriendo y riendo. Varias veces acabaron en el suelo, llenos de barro, besándose de nuevo y levantándose otra vez. Acordaron acabar en el apartamento de él dada su proximidad. Ambos se ducharon con agua caliente. Ella se vistió con ropa de él. Se sentaron en el sofá a ver una serie de Neflix.

  5. Carlos Alberto Pino
    3 marzo, 2021 at 21:53

    Cuando abrí los ojos, vi dos pájaros de muchos colores quienes cantaban parados al otro lado de la ventana, parecían como si me miraran, como si fueran cómplices de las personas que me tenía aquí, no tenía idea porqué razón, lo cierto era que después de casi una semana de estar moviéndome de un lado para otro a través de una selva húmeda e infinita, por primera vez me encontraba en un sitio, medianamente decente, tenía una ventana, la cual, aunque estaba sellada, me permitía ver el paisaje. El verde de las montañas me acompañaba y me consolaba, los pájaros me alegraban con sus cantos y juegos, el sonido del agua me daba paz, o bueno, me tranquilizaba un poco. Estaba a cargo de una familia, la madre y dos hijos, quienes bajo amenaza del grupo de captores me mantenían preso en contra de mi voluntad. Mi seguridad estaba a cargo de Yeison, el hijo mayor, un muchacho de 8 años que aparentaba menos edad, no solo por su baja estatura, sino también por su cara de venado asustado, lo que engañaba fácilmente, Yeison era tan fuerte como un buey, lo había visto arar la tierra con una destreza olímpica. Pude intuir en mis ratos de observación, que él era el pilar de la casa, en quien recaía todas las responsabilidades de la familia, Doña Nelsy, su mamá, ya era una señora mayor sin la fuerza de antes o eso era lo que yo podía intuir de mis obligadas observaciones; Braison, el niño pequeño era quién no me cuadraba, era muy pequeño para ser hijo de Doña Nelsy y muy distante para ser hijo de Yeison, lo que si era cierto era que trabajaban hasta más no poder, desde muy temprano, de sol a sol, sin descanso y sin muestras de cansancio, de alguna manera les tomé cariño, los veía partirse el hombro, los veía fracasar en la venta de sus productos y los veía celebrar cuando la vida les permitía, siempre juntos, siempre unidos.

    La casa en donde estaba recluido, aunque se notaba en mal estado daba luces de haber sido una gran casa, los detalles de su arquitectura denotaban buen gusto y conocimiento artístico, Los detalles y figuras a pesar de lo maltrecho que se veían, demostraban ser de una calidad superior. La antigua mansión constaba de dos construcciones, una que parecía ser, la casa grande, a de los señores, de amplios corredores y amplías habitaciones, de escaleras de mármol y grandes ventanas, las cuales se encontraban selladas con pedazos de madera adheridos a ellas con clavos. Allí me encontraba yo recluido, en una especie de buhardilla a la cual se accedía a través de escaleras y pasadizos secretos que solo los miembros de la familia conocían. La casa grande estaba deshabitada, se notaba, olía raro como una mezcla entre baúl viejo de la abuela y hierbas podridas, el moho ya empezaba hacer estragos en las paredes, y la madera se caía a pedazos. Yo compartía la casa con Yeison mi cuidador, quién adaptó como habitación una parte de la gran buhardilla. Mi habitación, a pesar de estar dividida, me resultaba cómoda, tenía una cama sencilla y confortable, una mesa-escritorio, en donde, además de comer, podía sentarme a escribir, tenía un baño para mí, lo cual me resultaba fantástico. Yeison se encargaba de la limpieza cada semana, y me facilitaba ropa, papel, lápices y libros, lo cual hacía un poco más amena mi triste estadía. Yeison también se encargaba de pasarme la comida tres veces al día, contrariando la orden de la persona que les pagaba, quién habría dado la instrucción precisa de solo alimentarme una vez cada 24 horas. Lo mejor de todo eran las pequeñas ventanas de la buhardilla las cuales me permitían ver al mundo exterior, me permitían observar a la familia, y especular e inventar sobre la vida de la familia que me cuidaba. A pesar de todas las comodidades o aquello que, debido a mi situación, yo podría llamar comodidades, siempre estaba atado a una cadena que se sostenía de mi pie en un extremo y esa misma cadena recorría todo el cuarto y se perdía por dentro de un agujero en la pared hacia el cuarto de Yeison lo cual le permitía a él administrar la seguridad de la cadena. Yeison se encargaba de la crema que me aliviaba de las llagas que me producía el contacto de mi piel contra el duro metal que mantenía atado a ese cuarto.

    La otra construcción que hacía parte de la gran casa, era la que ocupaba la familia, pequeña, parecía ser lo que alguna vez fue la casa de los empleados de la mansión, se veía acogedora, estaba rodeada de flores, perfectamente cuidadas por doña Nelsy, al un lado se adivinaba un huerto de productos que abastecían a la familia y le permitían ciertos gustos, a través de mi ventana, adivinaba zanahorias, ajíes, tomates, y algunas hierbas aromáticas, tan buenas para sazonar los alimentos como para aliviar dolores y malestares. Algunas noches desde mi ventana los observaba cenar al frente de la chimenea, los veía reír y jugar, ver las noticias en la televisión y hacer tareas con el pequeño. Algunas noches claras salían de la casa y observaban las estrellas. Y algunas otras lluviosas y oscuras los veía acurrucarse juntos en una misma cama que compartían la madre y el hijo menor. La familia también contaba con dos perros grandes viejos, muchas gallinas y una pareja de cerdos que deambulaban por la propiedad libre, se les veía relajados y en confianza. Juntos era como uno de esos cuadros costumbristas que puede uno encontrar a bajo costo en las ferias de los pueblos, pero cuando uno miraba más a fondo aun cuando reían y parecían divertirse, sus ojos expresaban tristeza y preocupación, algo que no era superficial, era algo que les salía del alma y que, a toda costa, los atormentaba y no los dejaba dormir, especialmente a la madre quién muchas veces me acompañaba en mis largas noches de insomnio. El protocolo de seguridad se cumplía al pie de la letra, bueno al principio, con el tiempo nos fuimos relajando tanto ellos como yo, nos fuimos acomodando a las circunstancias, nos fuimos conociendo, dentro de la extraña situación en la que vivíamos aprendimos a confiar el uno de los otros.

    Siempre tuve la sensación de estar siendo observado, rebuscaba entre las grietas algún punto sospechoso que comprobaran mis sospechas. Una tarde cualquiera, mientras me bañaba observé por el espejo del baño un pequeño agujero en la pared que parecía abrirse a capricho, cuando me asomé por sorpresa me encontré con un ojo color verde intenso, que se asustaron y cerraron de inmediato el orificio. Ni siquiera me asusté, aunque no puedo negar que me inquietó, me llenó de curiosidad, al principio pensé en el niño pequeño quién pudo haberse colado en la casa mientras Yeison y su mamá realizaban las cosas de los grandes, pero definitivamente esos no eran ojos de niño, pensé también en el fantasma de algún morador antiguo de la casa quien habría muerto en extrañas circunstancias, pero esos ojos eran muy reales e intensos como para pertenecer a un ser fuera de esta realidad. A pesar de nunca hablar, esa noche le hablé a Yeison y le conté lo que me había pasado, no porque creyera que a él le pudiera interesas sino más bien por la necesidad innata de comunicarle a alguien lo que me pasaba. Luego, esa misma noche, noté que por debajo de la puerta alguien deslizaba un pedazo de papel, al abrirlo se podía leer,- “Lo siento”- fue una real sorpresa para mí descubrir que el muchacho parco y tímido que me atendía pudiera hacer una cosa de esas, espiar sin permiso, desear, porque estaba claro que me miraba en el baño. Al día siguiente, cuando me trajo el desayuno, lo enfrenté, le pregunté porqué lo hacía, pero el permaneció hermético, incólume como si los ratones le hubieran comido la lengua, como decía mi abuela. Me inquietó pero también me emocionó, me despertó de ese letargo en el que me había sumido la monotonía del encierro, desde entonces veía a Yeison con otro ojos, lo veía fuerte, decidido, lo observaba desde mi ventana, lo veía dedicado, alguién quien en otro momento y circunstancia, habría tenido en cuenta, así fuera solo para tener sexo. Me decidí escribirle, ya que el hablar no fuera lo suyo, muy probablemente el escribir lo salvaría, como me había salvado a mí muchas veces, especialmente en este momento que estaba viviendo, tomé un trozo de papel del que me proporcionaban y le abrí mi corazón, le conté como me sentía, lo que extrañaba y lo que no, lo que necesitaba y lo que deseaba. Cuando deslicé el papel por debajo de la puerta, me emocioné, como esa primera vez en la escuela, el primer amor, el no poder controlar una situación, el salto al vacío que eso representaba, es que mi vida afuera se había vuelto tan predecible, tan sosa, tan aburrida, había renunciado a conocer gente, después de algún tiempo las historias se repetían, tenía armado un libreto que respondían a la preguntas que ya sabía me iban a preguntar, nadie me sorprendía, y después de algún tiempo también fui consiente que ya yo no sorprendía a nadie. De ahí en adelante, empezó una relación epistolar, cada noche uno de los dos deslizaba por debajo de la puerta una carta la cual era contestaba por el otro la noche siguiente, al principio solo tratábamos temas banales cargados de superficialidades, con el tiempo las cartas se tornaron profundas, trascendentales, llenas de preguntas sin respuestas, queriendo meter en una carta toda la filosofía del mundo, entregamos nuestras almas sin temor, nuestros sueños, hacíamos planes en un futuro utópico lleno de fantasías, sabíamos que no se podían cumplir pero aun así nos gustaba soñar. Nuestros cuerpos también fueron testigos de nuestra relación, a Yeison le gustaba espiarme mientras me bañaba, por eso me exhibía para él, como en unos de esos bares del centro donde las mujeres se dejaban espiar por unos cuantos pesos, Me sentía admirado, sentía que por primera vez alguien no me juzgaba, me sentía superior porqué así me hacía sentir, me sentía querido en mis cualidades y defectos, esos que muchas veces me cuartaron de hacer cosas por temor al que dirán, o a no cumplir con los estándares absurdos que regían a los círculos gays de la ciudad. Por primera vez yo contaba, mi opinión importaba y era tenida en cuenta, por primera vez en mucho tiempo dormía pleno, no me sentía solo, ni feo, ni tonto. Yeison cantaba para mí, todas las noches antes de dormir se hacía acompañar por una guitarra vieja, me cantaba canciones viejas de esas que estuvieron de moda en los setentas, esas que escuchaba su mamá. El momento más sublime era cuando entraba al cuarto a hacer la limpieza, me curaba las heridas en el tobillo que se formaban del roce con el grillete, me aplicaba un ungüento casero que hacía su mamá, cuando estábamos juntos no me dirigía la palabra, pero no importaba, el toque de sus manos y las miradas bastaban, después de la curación yo quedaba extasiado, sus miradas me llenaban de adrenalina, me subían al cielo, solo me lograba recuperar una o dos horas más tardes, nunca me hubiera imaginado que sin sexo se podía llegar a experimentar tal grado de compenetración, y pensar, que malgasté mi vida y usufructué mi cuerpo sin sentido en relaciones pasajeras, fui consciente de mi cuerpo, de ese instrumento con el que contaba y el cual mal usaba, tantas personas, tantos vacíos, tanta energía desperdiciaba con personas que no lo merecían, aunque también fui claro en pensar que muchas veces era yo quién no merecía esa energía que me compartían las otras personas, pedí perdón por todo lo que había hecho o dejado de hacer, consciente o inconscientemente, pero también di las gracias, por haber sido testigo de primera mano de la experiencia que me llenaba y me satisfacía, me sentí pleno, uno solo con la vida y con Yeison.

    Un día de pronto muy temprano, mucho antes que la familia se despertara, el estruendoso ruido de helicópteros iluminó la fría noche en la montaña, los animales corrieron despavoridos, del los helicópteros bajaron hombres con uniformes quienes con armas de alto alcance en la mano, destruyeron lo poco que la famila había construidos, desde la ventana de buhardilla ví

    como sacaban a la madre y al pequeño de la casa y los acostaban boca abajo en las ruinas de lo alguna vez fue un huerto, escuché como rompían las ventanas de la casa en la que me encontraba, y sentí los pasos corriendo, entrando a la buhardilla, escuché como se llevaban a Yeison a rastras, lo sentí llorar, me partió el corazón, todo lo demás fue tan rápido que para mí fue muy difícil de digerir, alguien rompió la puerta donde me encontraba y me dijo -” tranquilo… somos la Policía Nacional y lo vamos a sacer de aquí, de resto no me acuerdo de mucho mas, recuerdo que me montaron en un de las naves y me llevaron a un hospital en la capital, me recuerdo en una camilla siendo auscultado por el médico, recuerdo a mis papás, a mi tía Olga, mi abuelita y mis hermanos, recuerdo sus abrazos llenos de falsa alegría, recuerdo llegar a mi casa y no reconocer la habitación dónde había dormido toda mi vida, recuerdo sentirme incomodo en esa cama doble y esas sábanas de algodón. Pero sobre todo recuerdo extrañar mucho a Yeison, sus cartas, sus manos curándome, su compañía, su alma.

    Lo volví a ver meses después en el juicio, se veía más delgado, se notaba asustado, lo sentí ignorándome, odiándome por no ser capaz de ayudarlo, de decirle a la toda la gente que él era una buena persona. Por boca de mi abogado me enteré que ellos solo eran instrumentos de una organización poderosa con tentáculos en las altas esferas, quienes se hacían de capital, secuestrando gente en todo el país, la familia había sido extorsionada por la organización, los obligaron a cuidarme y mantenerme vivo a cambio de respetarles la vida, la familia no tenía nada, sólo la vida y si eso les quitaban que les quedaba, la organización amenazó a la madre con llevarse a Yeison a las filas de sus ejércitos privados para convertirlo en un hombre de verdad, la madre no tuvo alternativa. Todos los argumentos fueron en vano, a pesar de las pruebas que recogió la fiscalía, La justicia necesitaba un chivo expiatorio, alguien a quien entregar a la prensa sin sacrificar el poder de la organización, y esa fue la familia a quienes vendieron como una banda criminal, un negocio familiar maldito, los condenaron a muchos años en la cárcel y el niño fue entregado a una de esas fundaciones sin ánimo de lucro que vendía niños para adopción a padres europeos con ínfulas de superioridad creyendo que llevándose a un niño van a salvar al mundo. Muchas veces intenté visitar a Yeison, ofrecerle mi ayuda, buscar su perdón, pero nunca lo permitió, con el tiempo me cansé. Aún lo lloro por las noches, lo extraño, repaso sus cartas, no me perdono. Nunca volví a establecer una relación con alguién, no se le acercaban, su bondad, su ingenuidad, su alma. ¿Fue todo esto el verdadero amor? O fue sólo otro síntoma de lo que llaman el Síndrome de Estocolmo.

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