Propuesta 30 – Taller de CREATIVIDAD LITERARIA

taller-de-creatividad-literaria-30Por favor, leed esta nota sobre el taller: http://blog.tsedi.com/sobre-el-taller-literario-gratuito-online/

 

Para esta propuesta, escribid un relato de máximo 2.500 caracteres, en cuyo argumento aparezca un personaje que encuentra unos pendientes, aunque no sabe cómo han llegado hasta él/ella.

 


Recordad que para contar las palabras de vuestro texto, podéis usar el menú Herramientas de Word o cualquier contador de palabras en línea como estos:

 

 


Enviad vuestros textos en el espacio para los comentarios.

Para ver todo el taller de Creatividad literaria, pulsa AQUÍ.

taller de poesia

TALLER DE POESÍA
presencial en MADRID
  .
Sábados
de 19,00 a 20,15
Zona Retiro
Grupos reducidos
 .
En este taller, los participantes profundizarán en la arquitectura del texto poético a través del trabajo continuo y las lecturas compartidas de  textos propios y lecturas recomendadas.

 

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  10 comments for “Propuesta 30 – Taller de CREATIVIDAD LITERARIA

  1. Azul Bernal
    4 octubre, 2016 at 07:29

    Pateó una piedra que salió volando hasta topar en un poste. Cabizbajo, caminaba llevando las manos en los bolsillos. Si tan sólo se pudiera, pero no, la vida no es tan fácil. No lloraba porque era hombre, y ser hombre implica atragantarse las lágrimas entre los puños, y llevar los puños a la garganta, para anudarlos ahí, en esa tensión que no deja llorar, pero tampoco reír. Triste, estaba triste. Sabía que se le notaba en los ojos, en la boca, en el entrecejo. Sí, todo él delataba su tristeza. Por eso se alejaba de ahí, por eso llevaba la mirada baja, las manos en los bolsillos, la camisa desenchufada. Esta vez pateó una lata. Se produjo un sonido distinto, metálico. Sitnió algo en la mano derecha, la sacó del bolsillo y vio que se trataba de un par de pendientes. ¿De dónde diablos habrán salido? ¿Cómo es que llegaron ahí? No tenía ni la más remota idea. No eran conocidos, ni los había comprado él, eso seguro. Se detuvo a comtemplarlos. Brillaban. Los guardó de nuevo, retomó la tristeza, retomó el rumbo. Pateó una pelota, dio cinco pasos más. De nuevo de paró, sacó los aretes, los observó. -Vaya- los lanzo a lo lejos, y los perdió de vista, continuó arrastrando la tristeza, anudando lágrimas en la garganta, clavando la mirada en el piso, pateando cuanto podía patear.

  2. Narradora de Cuentos
    5 octubre, 2016 at 21:01

    Subió las escaleras acelerada , temiendo que Víctor ya estuviera en casa, se tomó unos minutos para recuperarse y se recompuso la falda. Antes de abrir se recordó así misma que todavía se querían y que aquello solo había sido un momento de locura… Apenas había puesto un pie en su casa, vió atónita su rostro reflejado en el espejo del recibidor y como un acto reflejo alarmada, se llevó las manos a sus orejas desnudas. En la mente se dibujaron nítidos, los pendientes que Víctor le regaló para su décimo aniversario de casados y asustada empezó a rebuscar precisas razones que tener preparadas, para cuando él le preguntara inquisidor …
    Al mismo tiempo busco nerviosa el móvil y miro la hora sopesando si era prudente avisar a Marc, de que revisará la mesita auxiliar del sofá , a ver si era allí donde se habían quedado sus pendientes.Tenía la duda razonable de si seguían donde inicialmente los había dejado al quitárselos, ó si en un acto reflejo, los había cogido y en el último momento, los había olvidado en el baño, cuando se ponía el delicado vestido de seda, por miedo a engancharlo con la pedrería que llevaban engarzada.

    El usuario estaba ocupado, el corazón se le empezaba a salir del pecho, la mente le representaba una a una las imágenes , como fotogramas de una película , en la que todas las piezas del puzzle le encajaban a su mejor amiga Laura, con tan solo ver aquellos pendientes familiares en su casa, sacando a la luz el «affaire» que tenía con su marido. Recordaba ahora impotente la última cena de amigas, en la que presumió de lo atento que era siempre Víctor, luciendo orgullosa el juego de pendientes de Bagués , que le había regalado.
    Ahora los destellos de sus piedras preciosas la cegaban, con la impotencia de seguir llamando al móvil de Marc y que este siguiera comunicando.
    Las imágenes de aquella tarde, se agolpaban en su cabeza, las miradas , el proyecto de la multinacional Morris olvidado en la mesa, la primera copa, la segunda , su sonrisa… El atractivo en el que nunca reparo , tras años de colegas como socios y tras años de cenas compartidas con Laura y su marido. Y ahora porque, porque, porque se preguntaba, unos tristes pendientes podían hacer añicos la vida al completo de Víctor su marido, Laura su mejor amiga, Marc su socio, y la de ella misma…

    El timbre de repente sonó insistente, abrió la puerta y se encontró con una Laura desencajada e incrédula, que con sus pendientes en la mano, y la miraba suplicante, parecía pedirle trémula, que sus temores fueran infundados …

  3. Narradora de Cuentos
    5 octubre, 2016 at 21:33

    Fe de erratas
    Por qué , por qué por qué ?

  4. 7 octubre, 2016 at 23:38

    Caminaba en círculos por la habitación, como si con tantas vueltas se completaría todo lo que tenía que hacer: el memorándum para el consejo directivo, hablar con su esposa de darse un tiempo, tramitar su pase de abordar para Londres, tomar su píldoras para el corazón, llamar a su esposa para cancelar la cena, preparar su maletas… Súbitamente tropezó con un pliegue de la alfombra. En el suelo pensó que también tenía que llamar a mantenimiento para que atendieran ese desperfecto. Estaba harto de tener tantas cosas pendientes, pero también amaba estar lleno de actividad.
    Tuvo la tentación de quedarse en el suelo y dejar que le infartara la carga de estrés de todas las cosas que no había hecho aún; pero nadie que se precie de ser un buen guerrero, se rinde fuera de la batalla. Había decidido incorporarse cuando, un brillo al fondo, debajo del sillón, llamó su atención. Extendió su brazo y tocó aquel reflejo. Era pequeño y sólido. Lo acercó a sus ojos y se percató de que era un pendiente dorado. Revisó un poco más sobre la alfombra y encontró el otro pendiente. Su corazón dio un vuelco.
    No reconocía los pendientes, pero sabía que los había visto en algún lado, seguramente fue su conquista del mes. Aquella morena de piernas firmes y mirada atrevida que le hizo saber que estaba dispuesta a todo si él la llevaba a Londres. Pero él seguía casado. Ese era otro asunto sin resolver. Sintió que se le salía el corazón de pensar que su esposa hubiera descubierto esos pendientes antes de que acordaran separarse por la vía pacífica. Ella había sido una buena persona y no se merecía tal disgusto. Simplemente ya no tenían pasión en sus vidas, como la que tenía pendiente para su viaje. ¡No! Su esposa jamás debería ver esos pendientes.
    Un rayo de coraje tocó su corazón cuando pensó, por un momento que la morena hubiera dejado los pendientes a propósito. Ella sabía que él compartía la oficina con su mujer. ¿Sería capaz? El peso de sus pensamientos lo mantenía derribado en el suelo, en esa posición de niño antes de nacer. Demasiadas cosas que pensar y que atender. Sentía que le iba a dar un infarto. No sabía si lo mataría su amor a los pendientes o los pendientes de su amor.
    —Gracias por acompañarme, Mateo —oyó la voz de su esposa al tiempo que se abría la puerta del despacho—. Mi marido me mata, si se entera que olvidé mis pendientes cuando estuve aquí contigo.

  5. 8 octubre, 2016 at 20:58

    Cualquiera que necesite hablar de pendientes, trataría una infidelidad. Pendientes olvidados en casa del amante que luego encontraría la esposa confirmando así que el marido le es infiel, que nunca la quiso o que la chispa del amor que un día hubo entre ellos se había ido apagando con los años.
    Y, sinceramente, yo escribiría sobre lo mismo. Porque estoy tan acostumbrada a las escenas cotidianas en las que todo lo que tenga que ver con lo romántico sale mal que probablemente de mi pluma no podría salir ni un solo calificativo amigable al respecto. Mientras, me limito a tomarme el Bourbon que quedaba en el armario, como si fuera una de aquellas ricachonas estadounidenses de los años 30.
    Pero todo esto me hace desconfiar. De nuevo. Y, por qué no, me levanto y rebusco entre sus cosas.
    Qué irónico. Allí se encuentran unos pendientes, con una dedicatoria, y un nombre. Un nombre que no es el mío.
    Jamás pregunté.
    Jamás descubriré cómo ha conseguido que aquel par de joyas acaben en su mesilla de noche sin que yo me dé cuenta.
    Y seguiré viviendo como la esposa engañada que sabe que le están siendo infiel, pero poniendo una sonrisa cada vez que le veo, como si todo estuviera bien.
    Por no perderle.
    Por no perderme.
    Por no perdernos.

  6. 8 octubre, 2016 at 23:46

    Pepita permanecía quieta, en medio de su habitación, tratando de recordar qué le había llevado hasta allí, pero sus intentos fueron en vano. Sus ojos recorrían nerviosos una estancia que se le antojaba ajena. Presa del miedo y la angustia, su corazón comenzó a latir a una velocidad demasiado rápida para su envejecida maquinaria. Buscó un punto de apoyo para frenar su caída, y encontró una mecedora donde dejar caer su cuerpo, aunque su mente siguió sin ella, en su estrepitosa caída al vacío, dejando a su paso una estela de un blanco cegador, que parecía tener la intención de nublar el futuro y borrar toda huella del pasado.
    En medio de ese viaje sin retorno, Pepita se aferraba a sus propias manos, cerrándolas con fuerza. Apretó los ojos, buscando un resquicio de memoria, un punto de negrura que contrastara con el blanco que parecía haber marchitado su mente, y su memoria. Por suerte, su mano izquierda de pronto sintió el pinchazo de un objeto encerrado en su interior. Acercó lentamente a sus ojos unos pendientes. No sabía cómo habían llegado hasta allí, pero los reconoció al instante, lo que provocó que su mente encontrara, sin esperarlo, un punto de anclaje al pasado y frenase de golpe, su trayecto dentro del tren del olvido.
    Las historias teñidas de blanco cobraron de nuevo color y las brumas se fueron disipando.

    —¿Pepita los has encontrado? Si no los encuentras no te preocupes, ya los buscaremos mañana. Vamos, que llegamos tarde.

    Pepita salió de la habitación, con los pendientes de su boda puestos, retocándose el pelo con prisas, intentando evitar la mirada de su marido, por si intuía algún resquicio de vacío en sus ojos.

    De camino al teatro, agarrada de su brazo y mirando su inagotable sonrisa de reojo, se preguntó si su propia mente arremetería también contra él, si cometería la villanía de difuminarle, de borrarle, de olvidarle…

    • María Cervera
      30 octubre, 2020 at 19:46

      Impresionante relato. Me ha encantado. Muchas felicidades.

  7. Sandra Carrion Estay
    13 diciembre, 2016 at 00:52

    _ ¿Andrès, para quièn son estos aros? -pregunta Carolina-
    – ¿Què aros? -responde Andrès-
    – Èstos que estàn aquì…
    – Pensè que eran tuyos, que los habìas comprado para ti y los lucirìas esta noche en la gala.
    – ¡No comprè nada yo!
    – Tampoco yo… Tal vez lo pediste por catàlogo y no lo recuerdas.
    – ¿Quizàs?… ¿Tù recibiste algo de la señora de Avon, Andrès?
    – Te repito que yo no sè nada y no he recibido nada, es màs ni he visto a la señora de Avon.
    – ¡Què raro!… ¿De donde salieron estos aros?…Son muy bonitos, me gustan, ¿Seguro que no los trajiste tù?, son como los que yo querìa, la combinaciòn perfecta para mi vestido de la noche ¿No te parece?…
    – Jajaja… creeme, yo no fui. Si hubiera imaginado que te pondrìas tan alegre, te los habrìa buscado y comprado, pero no lo
    hice.
    – Fue mi hijo y te dijo, no le digas a mi mami que le regalè un par de aros.
    – Si fuera nuestro hijo, ¿Quieres que rompa una promesa hecha a èl?
    – No, no, no
    – En todo caso no ha venido Carolina.
    – ¿Y los aros?
    – No sè, tal vez tienes un admirador secreto… Eres muy atractiva.
    – ¿Y tiene llaves de la casa?…

  8. Nicolás
    10 agosto, 2020 at 04:32

    Doña gloria arrobada, contemplaba los pendientes que estaban al otro lado de la vitrina. Habría de recordar aquel día en que estaba lavando los platos y su hija menor irrumpió en la cocina para contarle su hallazgo.
    ꟷMamá, mamá, encontré unos pendientes en el jardín, creo que son de oroꟷ.
    ꟷSí claro hija, qué emocionante es jugar a los arqueólogos ¿no? ꟷ. Le respondió en tono condescendiente. Sabía que estaba jugando con su kit de joyería falsa que le había regalado su tío para su cumpleaños.
    Sin dilatar más el asunto, continuó lavando los platos sin haber cedido ni siquiera un solo instante al beneficio de la duda, consecuencia del tradicional escepticismo de los padres hacia los juegos de sus hijos.
    Horas más tarde, entró al cuarto de su hija para desearle las buenas noches y se percató de que tenía los pendientes puestos. La reprendió por haberse colocado algo que había estado enterrado en el suelo, pero su hija no se los quiso quitar, argumentando que eran los pendientes de Rama. Nuevamente escéptica, le dijo que ya estuvo bueno del juego de los arqueólogos y le quitó los pendientes.
    Seguía embelesada en su contemplación de los pendientes al otro lado de la vitrina, cuando un guardia se le acercó y le informó que dentro de quince minutos cerrarían el museo, por lo tanto, debían de ir saliendo. Hizo un ademán de entendimiento hacia el guardia y quiso leer la placa de información una vez más.
    “Pendientes de la famosa guerrera muisca Rama. Año 1300 D.C. En algunas tribus muiscas se tenía la creencia de que los pendientes de las guerreras son las que las eligen, y al tenerlos cerca a sus oídos se puede escuchar las antiguas guerreras muiscas que morían en batalla”.

  9. María Cervera
    30 octubre, 2020 at 19:43

    Daniela sale a pasear como cada día. Las tres de la tarde es la hora que destina a ella misma. Su vida es muy rutinaria. Se levanta a las 6.30 horas. Prepara la comida y los desayunos, levanta a los niños, da de comer y limpia la terraza donde viven sus tres gatos, lleva a sus hijos al colegio, se va a trabajar. Durante 4 horas se dedica a revisar naranjas que viajaban a través de una cinta transportadora en la cooperativa agrícola de su pueblo. Después recoge a los niños del colegio, los lleva a casa, comen y es su abuela quien se encarga de ellos. Llega el momento que tanto ansía, hacer deporte caminando al lado del mar. A Daniela no le gusta machacarse en el gimnasio ni realizar esfuerzos muy grandes haciendo ejercicio. Se limita a seguir una rutina, la mínima para que su cuerpo no se acomode y se mantenga activo. Más importante es trabajar su mente. Su psicóloga le ha comentado en más de una ocasión, que debe buscar vías de escape para no saturar sus pensamientos. Para ello es muy importante realizar algún ejercicio físico.
    Lo ha probado todo: zumba, body combat, spinning, tenis… todo acaba por estresarla. No soporta la poca personalidad de la gente que asiste a esas clases. La falsedad. Esa manera en que las personas totalmente vacías, se relacionan con otras personas, totalmente vacías, para llegar a sentirse algo llenas.
    Un día, salió a caminar sin rumbo y llegó hasta la zona de la playa. Aquella tranquilidad la llenó de golpe. Empezó a escuchar el sonido del mar, sus propios pasos, el latido de su corazón… de repente se paró y respiró hondo, llenando sus pulmones de la brisa del mar y contemplando en horizonte. Caminó de punta a punta de la playa llegando siempre hasta al final y dando la vuelta lentamente, observando las rocas que impedían que pudiera llegar más allá. Así estuvo durante tres horas. Volvió a su casa siendo una persona totalmente nueva. Y de esta manera decidió que ese sería su manera particular de realizar deporte.
    Hoy era un día especial. Cumplía 45 años. Después de su caminata diaria, llegaría a casa y harían una celebración sencilla con su madre y sus hijos. El sol brillaba. Hacía calor. Incrementó la velocidad del paso y empezó a sudar. Se sentía muy bien. Sus piernas parecían no pensar lo mismo. Últimamente las notaba muy pesadas. Le hormigueaban, al igual que los dedos de las manos. Algo en el suelo llamó su atención. Eran unos pendientes dorados en forma de corazón. Estaban en una grieta del suelo. Parecía como si la lluvia del día anterior los hubiera arrastrado hasta dejarlos allí atrapados. Instintivamente pensó en cogerlos. Seguramente eran de oro y valiosos. Después reflexionó. No le gustaba tener objetos de otras personas. Ella pensaba que tenían parte de alma de quien los había poseído…. Quien dice que no pudieran pertenecer a una persona sin escrúpulos, un asesino o un maníaco. No le gustaría tener algo de alguien así. Dejó los pendientes donde estaban y siguió su camino, sabía que inevitablemente, volvería a pasar por ese sitio. Y así fue. Los pendientes continuaban en ese mismo lugar. Nadie se había molestado en recogerlos. O quizás no los hubieran visto. Decidió olvidarse del tema y volver a su casa. Su familia la estaba esperando para celebrar su cumpleaños.
    Al día siguiente, Daniela volvió a caminar por la playa, siguiendo su rutina diaria. Su paso era más acelerado de lo normal, y es que quería llegar hasta la grieta de ayer para averiguar si los pendientes seguían ahí. Le alegró saber que efectivamente estaban. Decidió finalmente recogerlos y quedárselos. Eran de oro, estaban sellados. Aparentemente tenían poco uso. Eran muy bonitos. Estaba contenta de haberlos recogido, con seguridad pertenecían a una buena persona, quizás a una profesora de niños de guardería o a una enfermera… es probable que su dueña fuera una persona con más poder adquisitivo, parecían caros. Estaban algo sucios, así que los frotó con su camiseta. Realmente fueron arrastrados por la lluvia, estaban enfangados. Al quitar el barro se percató de que tenían una pequeña esmeralda. Eran mucho más caros de lo que ella imaginaba. Decidió guardarlos y seguir con su ejercicio. Había hecho bien en quedárselos.
    Al llegar a casa los acabó de limpiar, tal y como su madre le había explicado. Los guardó en una cajita color rojo que sus hijas le habían regalado el día anterior. De momento los mantendría ahí y pasado un tiempo quizás se atrevía a ponérselos.
    – ¡Mamá que suerte has tenido! Son unos pendientes muy bonitos. ¿De quién podrían ser?
    – Seguramente de alguien muy rico. Igual de la madre de Adelina de cuarto c. Dicen que tienen mucho dinero. Siempre invita a las niñas populares a su supercasa. Tiene un jardín enooooormeeeee.
    – ¡Mira que eres tonta! ¿Crees que pueden ser precisamente de ella? ¡No habrá más gente en el mundo! A parte, si encontráramos su dueña, no creo que mamá le devolviera los pendientes…
    – ¡Mamá! ¿Qué harías?
    – Pues no sé, depende de quien fueran… igual los devolvía. Pero… a la madre de Adelina creo que no….
    – Jajajjajja – rieron las tres-
    Pasaron los días. Los pendientes quedaron olvidados en esa cajita roja. Daniela seguía con sus rutinas. Paseaba cada día por la misma zona. Hacía mucho tiempo que no necesitaba sesiones de la psicóloga. Había conseguido llegar a un equilibrio en su mente y con sus emociones. La familia se encontraba cohesionada. La falta de la figura paterna se veía en parte suplida por Juan, un amigo de la madre de Daniela. Era un hombre de unos sesenta años. Trabajaba como conductor de una furgoneta, transportando ancianos en un centro de día del pueblo vecino. Pasaba algunas tardes con ellas, jugando a juegos de mesa o preparando dulces en la cocina. Daniela se sentía muy unida a Juan. Muchas veces le ayudaba en su trabajo, como voluntaria. Desde que perdió a su marido en un accidente de coche, tenía mucho tiempo libre y debía ocuparlo para no caer en la tristeza. Él era piloto de vuelo, y un día, volviendo del aeropuerto, tomó una curva a demasiada velocidad y chocó con un coche que venía en dirección contraria. Los dos conductores murieron en el acto. Las niñas eran muy pequeñas y Daniela tuvo que ocuparse de todo. Cayó en una depresión pasados seis meses a su muerte y su madre fue a vivir con ellas para ayudarla en todo lo posible. Gracias a la medicación, fue saliendo poco a poco del pozo en el que se encontraba. El ejercicio físico fue determinante, pero también el voluntariado. Gracias a Juan encontró un aliciente más para seguir adelante con su vida.
    – ¿Nos tenemos que llevar hoy a Rosita? -dijo Daniela-
    – No, hoy no ha venido. Su hija la ha llevado a pasar el día al campo. Don Antonio se va hoy más pronto.
    – ¡Pues voy a buscarlo!….. Don Antonio… A usted le toca irse hoy más pronto -dijo elevando algo la voz.
    – ¿Tu eres la Fuensanta?
    – No Antonio, me llamo Daniela y junto a Juan vamos a llevarlo a su casa.
    – Ay hija… casi no me tengo en pie, me mareo….
    – No se preocupe Antonio que yo le ayudo….
    De repente, algo llamó la atención de Daniela. El anciano llevaba un collar algo peculiar, una cuerda con un colgante de oro. Era un corazón con una piedrecita de color verde. Impresionada y emocionada, le preguntó:
    – Don Antonio, ¿ese collar que lleva es suyo?
    Se llevó las manos al cuello y emocionado le dijo:
    – Es el collar de mi Carmela. Mi hija…
    Se sentó en un banco cerca de la furgoneta. Tapó su cara con sus manos arrugadas y se puso a llorar.
    – Murió en un accidente de trafico hace muchos años. Era el día de su cumpleaños y volvía de mi casa. Le regalé este conjunto de joyas. Estaba tan guapa con él… Pude recuperar el collar, los pendientes… nunca sabré donde fueron a parar.

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