Propuesta 32 – Taller de CREATIVIDAD LITERARIA

taller-de-creatividad-literaria-32Hoy os proponemos que escribáis un texto de máximo 1.500 caracteres sobre un día importante de vuestra niñez.


Recordad que para contar los caracteres de un texto, podéis usar el menú Herramientas de Word o cualquier contador de caracteres en línea como estos:

 

 


Enviad vuestros textos en el espacio para los comentarios.

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El libro de mi creatividad literaria

EL LIBRO DE MI CREATIVIDAD LITERARIA
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Un libro con más
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escribiendo historias.
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Completar las más de cien propuestas de redacción de El libro de mi creatividad literaria ayuda a aumentar nuestra capacidad de invención y guía paso a paso para aprender a escribir historias originales y coherentes.
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  8 comments for “Propuesta 32 – Taller de CREATIVIDAD LITERARIA

  1. Azul Bernal
    6 octubre, 2016 at 04:45

    Sentada en el piso de la tienda, con las piernas recogidas bajo mi cuerpo, pegué la cara al vidrio: era mío, lo sabía. La vida me había llevado hasta ahí por una buena razón. Y no era cualquier cosa, ¡no! Nos pertenecíamos mútuamente. Tanto así, que las manos me temblaban en la incertidumbre, ¿o no era incertidumbre? Si estaba asentado que nos pertenecíamos mútuamente, ¿dónde estaba la duda? En el fondo, yo dabía que no todo estaba en mis manos, aunque así lo quisiese la vida. Me puse de pie, corrí hasta mi madre, y le expliqué la urgencia, la necesidad absoluta e irrefutable: Debía ayudarme con esto. -Ni lo pienses- zanjó así el asunto, y se alejó de ahí con absoluta determinación. ¿Cómo le iba yo a quedar mal? ¡Tenía un compromiso con la vida! Volví a sentarme en el suelo, a pegar la cara contra el vidrio. Un señor me observó, -¿Estás triste?- ¿Cómo explicarle que siendo mío, no me lo podía llevar? Algunas lágrimas escaparon de mi alma, en silencio le pedí perdón por tan indeseado abandono, y me fui… Tristemente, me fui. El mapache quedó al otro lado del vidrio. No debería estar a la venta un mapache, menos aún el que la vida me confiaba a mi.

  2. Narradora de Cuentos
    7 octubre, 2016 at 12:03

    Sentada en aula y pupitre ajeno, me encontré delante del papel, con una frase invitando a crear… » Dibuja tu habitación » …

    La tentación poderosa, estimuló a la niña soñadora. Alejada de aquella aula, de aquel pupitre y de sus compañeras, voló con sus lápices » Alpino » y recreó de grácil colorido, una estancia de cuento. Con la mezcla de dicha, que solo la niñez, podía conceder al » acto fraudulento» , de usurpar aunque fuera unos instantes, la autoría y la identidad de otro…
    Así, de vivas tonalidades, decoró una estancia mágica, que parecía tener vida propia. En la que cualquier niño habría fantaseado y vivido las más apoteósicas aventuras. Allí todo convidaba a soñar. Desde las mágicas alas, de una Campanilla pizpireta, que perseguía celosa la sombra de Peter Pan, hasta la Calavera con dos tibias cruzadas, que abanderadas presidían en el mástil de una de las patas, del divertido cabezal de cama.
    Apenas culminaba su obra con un pícaro y satisfecho: Te gusta ?.- Sonó el timbre que anunciaba el recreo, coreado por la veintena de voces y risas que apresuradas, se precipitaron soñadoras al patio.
    Tras media hora de juegos y algarabía , las jovencitas vuelven al aula propia. Antes del patio, ocuparon momentáneamente la del curso 7 B.
    No pasaron unos minutos cuando la joven tutora de 7 B, irrumpió en la clase preguntando enérgica y a la vez risueña, por la autoría de aquel sorprendente dibujo, salido aparentemente de la nada …
    Tímidamente una mano cabizbaja asumió la culpa. La guapa profesora de matemáticas, tuvo a bien, no solo disculpar la travesura, sino que complacida, a partir de entonces pasó a llamarla por su nombre de pila. Práctica que la hizo sentirse especial, en un colegio a la vieja usanza, en el que a todas se las trató siempre, por su apellido con lejanía.

  3. 8 octubre, 2016 at 21:19

    Por fin había llegado el día. Me cambiarían la habitación y tendría una de mayor. Porque yo con siete años ya era mayor, ya podía con el mundo. De todas formas, yo ya les había advertido a mis padres de que no tocaran mis peluches.
    -Con mis peluches no se juega -decía yo continuamente, en un intento de que les trataran lo mejor posible.
    Sin embargo, mi padre cogió uno que era tan alto como yo, una mofeta con pantalones. Qué niño de siete años no tiene un peluche de una mofeta con pantalones, claro. Era de mis favoritos. Podía abrazarle mientras dormía y era lo más cercano a dormir con alguien y sentir cariño que tuve por aquella época. Así que mi padre, en una de las raras veces que aparecía por casa, lo cogió, cosa que sólo sirvió para infurdarme miedo, porque no quería que lo tirara, no quería que desapareciera uno de mis pocos amigos. En cambio, se tumbó en mi cama con él. Y me dijo que me uniera. Fui. Nos miramos a los ojos. Y por primera vez me dijo que me quería, que no volvería a irse jamás.
    Todos los niños son inocentes, y yo no iba a ser menos, así que me lo creí.
    Esa fue la primera mentira.

  4. 22 octubre, 2016 at 23:01

    —Mami ¿Le voy a gustar a Rosita?
    —¡Claro que le vas a gustar! ¡Estás guapísimo, mi niño! —Me respondió mamá.
    —Sí, mami. ¿Viste que limpié mis zapatos?

    No me contestó y se agachó a pasar una franela sobre mi calzado. Me regaló una sonrisa y me arregló el moño sobre la camisa. ¡Todo estaba listo! La fiesta escolar de fin de curso, sería genial. A mis siete años creía que me iba a casar con Rosita, la niña más linda del salón, la de la sonrisa con hoyuelos en las mejillas. No me importaba que le faltaba un diente, me gustaba verla sonreír.

    Mientras íbamos a la escuela, mamá detuvo un coche frente a una florería y compró dos rosas blancas pequeñas que recién florecieron. Prendió una en la solapa de mi saco, que me quedaba grande y me tomó una foto con su cámara Polaroid.
    —¡Estás perfecto! —Exclamó, con ese tono que hacía siempre que iba a dar una instrucción—. Cuando veas a Rosita, le colocas esta flor en su pecho y le dices: “una flor, para otra flor”.

    Llegué muy contento a la escuela y todo iba muy bien, hasta que apareció la niña que buscaban mis ojos. Mis pies se clavaron al suelo y se negaron a responderme. Mis manos temblaban antes de congelarse cuando mi cara les robó el calor y se encendió.

    Fue Rosita, quien se me acercó dando saltitos y besó mi mejilla. La rosa se cayó dos veces de mi mano antes de lograr colocarla en su cabello.

    –Una rosa blanca, para Blanca… O ¿Cómo era, mamá? —Dije entre las risitas de las señoras.

  5. Sandra Carrion Estay
    28 diciembre, 2016 at 20:50

    Debo haber cursado mi primer año escolar, tendrìa unos 6 años de edad y en esa escuela bàsica: de monjas, de niñas, semanalmente hacìan una prueba de matemàticas y una de castellano: un control de avance. Las hojas del registro de mi progreso, quedaban sobre la mesa de mi casa. Yo mostraba mis notas, que en el àrea numèrica siempre fue la màxima; pero en el dictado semanal, siempre fueron muy bajas, entre el uno y el dos, no se veìa progreso y cada vez que le mostraba el dictado a mi mamà, me sentìa muy avergonzada, a pesar que mi madre nunca emitiò ninguna opiniòn, ni para bien, ni para mal. Supongo que ese sentimiento de vergûenza fue tan profundo, que desde segundo año, comencè a pelear el primer lugar en notas, y ganar todos los años un diploma de honor con el primer o segundo lugar en aplicaciòn, en un curso que no bajaba de 38 alumnas.

    • María Cervera
      3 noviembre, 2020 at 14:09

      Pues es una causalidad, pero yo he centrado mi relato en un recuerdo grato en mi escuela, que también era de monjas. Me gustaría que nos hubieras puesto en contexto explicando como te sentías al relatar todo lo que explicas. Me falta conocer tus sensaciones… te sentías mal y después conseguiste superarte… y sentirte muy bien… pero no lo explicas.

  6. Melina
    16 septiembre, 2020 at 05:49

    Algunas veces, los recuerdos se enturbian,

    pues hay cierta niebla que nos obliga a cambiar de camino

    Aquel día, coincide con otro camino.

    Los recuerdos, a decir verdad, son vagos, pero en mi memoria se mantiene fresca la esperanza y la desesperación, la bolita de pelos había estado casi en mis manos, y por buscar la aprobación de mi madre, se había desvanecido de mis dedos.

    Esperaba junto a mi padre, cogida de su mano, mirando por encima de la gente tan lejos como mis pequeños pies lo permitían. Ese hombre se había ido definitivamente, decía mi interior, tu sueño no se va a cumplir; tu compañía tan ansiada se aleja inevitablemente.

    Pudo pasar no más de treinta minutos, pero mi corazón latía a mil por hora y creía que había pasado una enorme cantidad de tiempo.

    Como es de esperarse, todo termino como un cuento de hadas y la bolita de pelos, poco después, caminaba sobre el pecho de mi hermano, feliz y rebosante.

  7. María Cervera
    3 noviembre, 2020 at 14:03

    Este escrito esta basado en un hecho real de mi infancia. Es uno de los momentos más felices que recuerdo fuera del ámbito familiar. Sucede en mi escuela. Para poneros en situación os diré, que mi hermana y yo íbamos a un colegio de monjas en nuestro pueblo. No sabemos cómo fuimos a parar ahí, algo incomprensible, aunque seguramente fue a causa de la insistencia de mi pobre madre, que quería lo mejor para nosotras o por lo menos para mi hermana, que fue la primera en nacer y en ingresar en él. Por aquella época las clases no eran mixtas, éramos unas 30 niñas por aula, desde los 5 años hasta los 13. Ahí se cerraba el primer ciclo de la educación de entonces: la EGB. Si seguías estudiando el BUP tenías la suerte de empezar a relacionarte con chicos en clase. Siempre he pensado en lo mucho que me ha podido afectar eso en mi carácter, en el desarrollo de mi verdadero yo. Soy una mujer que se lleva mejor con los hombres, me siento mejor y más a gusto con ellos, teniendo en cuenta que estamos hablando de relaciones de amistad. Si por el contrario te inclinabas por el FP, continuabas con mujeres en el aula. Por suerte, mis padres me obligaron a hacer el BUP y ahí empezaron mis primeras relaciones con los chicos. Algo desastrosas por mi enorme sentimiento de vergüenza hacia ellos…¡Gracias por tanto años rodeada del sexo femenino!

    Que todas fuéramos mujeres ya era un hándicap, pero que la mayoría perteneciera a clase alta era el sumun de la incomprensión para niñas como yo.…de padre cocinero y madre ama de casa, sin estudios, sin formación, nacidos en la postguerra en familias numerosas, habiendo pasado pobreza y mucha hambre…en un entorno de niñas ricas, superprotegidas, algo engreídas chulas, arrogantes y caprichosas…. notabas que te sentías un pelín desplazada. Digo pelín por no decir totalmente marginada, que duele mucho. La verdad es que con aquella edad no sabías bien que es lo que habías hecho para estar así, lo achacabas a tu manera de ser, tu físico o simplemente a las palabras y comentarios que pudieras hacer.

    Pues uno de los mejores momentos de mi infancia tuvo lugar una tarde mientras cursaba cuarto de EGB. Era una clase de tutoría, justo antes de que acabara un trimestre y nos repartieran las notas. En ella, mi profesora de entonces, la señorita Amelia, nos daba un discurso sobre la poca implicación, sacrificio, emoción y trabajo que mostrábamos en las clases. La verdad es que en aquella edad no sé en que pensaban mis compañeras al ir a clase. Yo recuerdo mostrar mucho interés en los temarios que nos impartían, incluso sentir que necesitaba más, aprender y aprender, para mi todo era poco. A parte era extraordinariamente gratificante que te explicaran algo que no sabías. Recuerdo que cada clase tenía su parte positiva, pero sobre todo las ciencias naturales y las sociales, plástica y música.. me gustaba mucho lengua española, e incluso veía algo atractivas las matemáticas. Lo que menos me gustaba era la educación física, no por no tener aptitudes, que seguramente tenía, pero estaban muy ocultas y poco trabajadas, sino por la interacción social que debía realizarse. Entiendo que también era un aprendizaje, pero todavía me entristece y para ser franca, me deja hundida, recordar que era la última persona a la que elegían cuando se tenían que hacer grupos. Era un cero a la izquierda para esas niñas.

    Amelia, después de reprochar nuestra actitud, comentó delante de toda la clase, que sólo había una niña con la que ella se sintiera orgullosa, por su esfuerzo, dedicación y constancia. Recuerdo que todas empezamos a decir nombres de chicas que creíamos que pudieran ocupar ese puesto, aparentemente era muy fácil de adivinar porque siempre eran las mismas:
    – Fulanita!!!!!!!!!!!!!!
    – No
    – Menganita!!!!!!!!!!!
    – No
    – Fulanita dos!!!!!!
    – No
    – Menganita dos….???????
    – Tampoco……
    – ¿?

    Pues ya no quedaban más opciones… algo tan evidente se estaba convirtiendo en un acertijo de lo más interesante.
    Fue entonces cuando llegó ese momento que recordaré hasta el último día de mi vida, ese momento glorioso que me dio algo de esperanza para pensar que no era ese niña rara, inútil y marginada que me hacían sentir mis compañeras. Amelia clavó los ojos en mi y sonrió:

    Pues es María Cervera. la única que se merece mi reconocimiento y el de todo el profesorado, por su esfuerzo, dedicación e ilusión.

    Señoras y señores…. ¡esa era yo!

    ¡Touché queridas!

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