Escribid con un máximo de 400 palabras una historia cuyo principio se desarrolle en el espacio físico que se ve en la fotografía de debajo de estas líneas.
Para que la historia resulte coherente, intentad que, aunque sea de forma breve, contenga la presentación de lo que va a ocurrir, el nudo de la historia y el desenlace final. Por si alguien no recuerda en qué consisten estas partes de la estructura interna de la narración, podéis repasarlo AQUÍ.
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TALLER DE CREATIVIDAD LITERARIA
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De pie ante el camino, lo supo todo de pronto: serían éstos sus últimos pasos por la tierra. Sí, había sido condenado a muerte. El camino se extendía sombrío, silencioso. Un par de empujones lo pusieron en marcha. Se angustiaba más por la ropa sucia que portaba, que por el vida que estaba a punto de escaparse de su cuerpo. Arrastró los pasos con la pesadumbre de no estar lo suficientemente presentable para coronar su vida con la muerte. No escuchó otros pasos siguiendo los suyos, por eso intuyó los rifles apuntándole por la espalda. Decidió correr con desenfreno a los brazos de su tumba. Pegó carrera esperando escuchar como solemne himno mortuorio las descargas del destacamento sobre su cuero. Corrió unos pasos, corrió otros tantos. Avazó flaqueado por suntuosos árboles testigos de sus últimos alientos… Silencio. Ningún disparo. Las sobras de las ramas se desplomaron de tajo. El camino extenso le tendía aún la mano. ¿Y la muerte? ¿Su muerte? Abruptamente se detuvo. Paró en seco. Aspiró profundo, reunió valor, y giró sobre sí mismo para darle con la mirada de frente al pelotón que con hambre ansiosa esperaba devorar con balas su pecho. Sí, giró valientemente. No había nadie ahí. Nadie que le viera, nadie sosteniendo rifle, pistola, bayoneta alguna, nadie atestiguando lo que sólo los árboles advetían: A este hombre le apuntaba su propia vida. Se había condenado a sí mismo en el peso de su camino andado. Se había conducido a sí mismo hasta la desolación del camino. Pero no, no moriría ni hoy ni aquí. Moriría cada día, en cada respiración. Moriría de arrepentimiento, de dolor. Más allá del camino, mucho más allá de los árboles, las sombras, las hojas caídas, esté hombre quedariá lentamente sepultado por el peso de su propia osadía.
Muy bien descrito, usas un lenguaje muy rico.
Muy poético… me encantó.
Muy imaginativo
Lindo lenguaje, un cuento hermoso que se disfruta al leer
Azul: Que bueno lo que pasa en ese paisaje!!! Me gustó entrar en tu historia…
Inesperado, inquietante, siento que es real aunque no lo sea.
wow, simplemente increible.
Mi favorito, es hermoso, un lenguaje muy rico, muy comprensible y te engancha a la primera.
Marc
-¡No nos moverán! –gritaban decenas de activistas.
No era la primera vez que se encontraba ese problema, tenían que talar una zona arbolada que pasaba cerca de una población y sus habitantes trataban de impedirlo. Detrás de él esperaban pacientes sus empleados para talar aquella zona. Habían llegado a un acuerdo con el ayuntamiento, pero aquellos indeseados se ataban a los árboles para evitar la tala.
-No podemos permitir que talen este bosque, es el emblema del pueblo. –decía Jesús, el líder de los activistas.
Jesús era un abogado que Marc ya conocía de otros intentos de talas, y cuando se producían casos como este siempre viajaba hasta los pueblos afectados para mostrarles a los enfadados pueblerinos lo que debían hacer.
-Me han contratado porque necesitan esta zona para construir la nueva fábrica embotelladora. –se explicaba Marc- Dará muchos puestos de trabajo a vuestro pueblo.
-¡Pues que tiren la casa del alcalde y la construyan allí! –gritó una chica pelirroja ante el júbilo de sus compañeros.
-Hemos llamado a la prensa. -le advirtió Jesús.
-¡No! A la prensa no. -se quejó Marc- Está bien, yo retiraré la maquinaria por ahora y negociaremos.
-Lo quiero por escrito.
En medio del bosque Jesús redactó un contrato que firmaron Jesús y él.
Natalia
Aquellos empresarios temían demasiado a la prensa, Jesús había sido muy astuto. Natalia se quitó la coleta dejando libre su rojiza melena. Ya retiraban a la maquinaria del bosque.
-El contrato es completamente legal. -dijo Jesús- Pero esto sólo les retrasará una semana. Esta noche descansemos, mañana a primera hora vendrá Marc a nuestra asociación para negociar.
-Te quería agradecer todo lo que has hecho por nosotros. –le dijo sonriente Natalia.
-No hay nada que agradecer, lucho por lo que creo que es correcto.
Aquella noche Natalia durmió profundamente. A la mañana siguiente esperaron en la asociación y nadie aparecía, ni Marc ni Jesús. Y cuando fueron al bosque se encontraron una imagen dantesca, todos los árboles habían sido talados. ¿Cómo era posible?
Jesús
-Otro trabajo bien hecho. –le felicitó Marc.
Los dos regresaban a su ciudad en el coche de empresa.
-Me deberían pagar un plus por peligrosidad, -decía Jesús- en algún pueblo se darán cuenta del truco.
-Ya le tenemos que pagar el plus de nocturnidad a los empleados.
-Bueno, bien está lo que bien acaba. –dijo Jesús mientras se recostaba en el asiento del coche.
Jajaja. Me gustó como … interesante.
Me gustó, fue…inesperado, ja
Lucy corría, por aquel sendero en el bosque, tan rápido como sus piernas le permitían. Había conseguido despistar a aquellos hombres vestidos de blanco que la querían secuestrar. A su corta edad aún no lograba entender por qué querrían secuestrarla, pero sabía que debía llegar cuanto antes a su casa.
Tropezó con una piedra y cayó tendida al suelo, el pánico la invadió, pues estaba segura que los hombres que la seguían no tardarían en alcanzarla. Se levantó lo más rápido que pudo, echándole un breve vistazo a sus manos y sus rodillas raspadas antes de seguir corriendo. Pero al fijar su vista al frente algo había cambiado, ya no veía el mismo sendero en medio del bosque que hacía unos minutos, una gran playa con arena blanca era lo que percibía a través de sus ojos. Se giró pensando que había llegado al final de aquel sendero sin percatarse por el miedo y la adrenalina que recorrían sus venas en ese momento pero, para su sorpresa, el bosque no estaba allí, de hecho podía reconocer el lugar, no estaba muy lejos de su casa.
Miró sus manos esperando que todo hubiera sido un sueño, pero la confusión se reflejó en su rostro al ver tierra en sus manos, lo cual era imposible a menos que realmente hubiera estado en el bosque, pero ¿cómo?
Mientras miles de preguntas ocupaban su mente, sin encontrar alguna respuesta, sus pies la dirigían a su hogar, donde esperaba poder preguntarle a su madre sin que ésta creyera que estaba loca. Pero el miedo volvió a presentarse cuando llegó a la esquina de su casa, una camioneta con un logo que reconocía de los trajes de sus secuestradores estaba estacionada frente a su casa.
Respiró profundamente antes de echarse a correr hacia la casa, si esa camioneta estaba ahí, sus padres estaban en problemas. Empujó tan fuerte la puerta que ésta golpeó contra la pared produciendo un gran estruendo. Allí, en el medio del salón estaban sus padres con las manos atadas y rodeados por los hombres de blanco. Sin esperar más y con lágrimas en los ojos corrió a abrazarlos. No le importaba nada más, quería estar con ellos y hablarle de lo ocurrido en el bosque.
Se sorprendió al escuchar el sonido del viento en los árboles y abrió sus ojos, sus padres sentados en aquel sendero que reconocía, mientras ella los abrazaba.
Vaya, quien lo diría. Me gustó el final.
DE CAZA
Miriam, la mujer hermosa que lo seguía estaba enamorada de él y había cometido el delito de ser su amante a pesar de estar casada con uno de los hombres más poderosos de la zona. Al ser descubiertos, ambos se habían internado en uno de los bosques más espesos seguidos por perros de caza. El año 1789. Aunque no ubicaba con claridad el lugar exacto donde se encontraba sabía que era justo en el centro de América. Se llamaba William y era un sirviente de la corona inglesa. Joven, aventurero y acostumbrado a mentir había conocido a Miriam en una de esas fiestas ofrecidas en las haciendas de los ricos de la zona. Llegar a la fiesta, verla, enamorarse de ella había sido un solo acto. La simpatía resultó recíproca así que no tuvo dificultades en seducir a la mujer la cual le correspondió con todos sus sentidos. Toda la aventura había durado aproximadamente dos meses antes de ser descubiertos por la hijastra de dieciséis años.
El marido, hecho una furia, no había dudado ni un momento en tomar represalias y junto a una docena de mozos se internaron en los bosques dispuestos a castigar a los adúlteros. Desde su salida de la hacienda, ubicada en las faldas de un volcán apagado, la pareja debió prever el fatal destino pues de aquella montaña se contaba, desde muchos años atrás, nadie salía vivo. William, al principio, pareció decidido a entablar lucha con el marido de Miriam, pero esta le convenció de lo contrario. No hubo que rogar mucho pues en el fondo, William, tenía muchísimo miedo y la pose de valiente no era más que una pantalla para elevarse un poco más ante su amada. Ya muchas veces antes lo había hecho así que no le costó aparentar. El problema se complicó cuando iban inmersos entre la maleza y se dieron por perdidos. Él le reclamaba a ella y ella lo escuchaba resignada como si acabara de descubrir que el valiente amante no era más que un semejante cobarde. Expresión que no dijo pues tenía miedo. Hasta ese momento entendió que la vida no era como la pintaban en las novelas venidas de París.
Ella cayó bajo los hocicos de los lobos entre alaridos de dolor mientras su amante se alejaba sin siquiera ver hacia atrás. El amante cayó más adelante, aferrado al tronco de un árbol.
Años después, cuando el tiempo se encargó de cubrir la verdad, comenzaron a circular historias fantásticas acerca de la aventura. Se decía que la mujer se llamaba Martha, y no Miriam, que William se apellidaba Walker y que había sido un filibustero el cual se había apoderado del gobierno de una región de Guatemala y luego fue apresado y ahorcado en Honduras.
jnpdiaz
Å punto de cumplir 60 años , un hombre se ha apeado de una vida …
Los días transcurren silenciosos, cada mañana sus piernas pasean decididas , por aquella Alameda que tantas veces camino con ella. Ahora pretende le infunda la serenidad y el sosiego, que necesita recuperar su espíritu. A ritmo acompasado, bombea su corazón y su vida, anclado en un presente nuevo.
Tras más de cuarenta años, sostenido en el plano de las emociones, por tres relaciones de pareja, afronta ahora una etapa, en la que su principal motivación, es cuidar de sí mismo. Amparándose en una vida sosegada, nada sedentaria, combinada de equilibrio, entreno voluntario y cuidada alimentación. A golpe de introspección y mutismo, eludiendo hacerse preguntas y evitando respuestas, que pudieran agredir su recuperado, pero todavía maleable bienestar .
Un hombre entregado a sus convicciones, superado por algunas debilidades anímicas, ha elegido una vida de equilibrio, al precio quizá de falta de otros estímulos.
No ha tenido alternativa, su incapacidad de reconducir, la espiral por la que se desplomaron sus emociones, ha decidido por él. Consciente de que esa mujer le amaba y a pesar de haberla añado sin reservas, ha decidido continuar solo, apostando por el sosiego.
El ya no la piensa, quiere transitar en soledad, ese tramo de su vida.
Cuando los ojos de Sebastián divisaron a lo lejos un camino flanqueado por altos árboles, frunció el ceño, intentando averiguar si esa imagen era real o un espejismo. Tratando de no bajar el ritmo, siguió adelante, dando alguna vuelta sobre sí mismo, mirando extrañado a su alrededor, por si se había perdido. No. Estaba seguro de que aquí, ayer mismo, no había nada. Ni camino. Ni árboles. Ni luz. Sólo una sombra frondosa de ramajes impenetrables. Se arrancó los auriculares de un tirón y se quedó allí parado, en crecientes 130 pulsaciones por segundo, temeroso de adentrarse en ese camino que le invitaba a pasar.
Si en ese solitario bosque, hubiese alguien que postrase su mirada en él, jamás se imaginaría los obstáculos, baches y muros de hormigón que éste chico tuvo que sortear en su corta y arriesgada carrera por la vida. Acostumbrado a convivir con ello, quizá fuera su mente la que cerraba sus ojos a las cosas fáciles, a los caminos de rosas. Él nunca llegó a la meta sin antes haber caído en el fango, sin rasgarse la ropa, sin tropezar una y mil veces con varias piedras.
Cuando algo le apasionaba, cuando creía que merecía la pena, saltaba al vacío, sabiendo de antemano que probablemente su paracaídas no amortiguase su choque contra el suelo.
A pesar de todo, cuando conseguía salir del fango, cuando obviaba sus heridas y volvía a ponerse en pie, era capaz de tocar el cielo con los dedos de sus manos y eso solo era algo que sólo los más intrépidos conseguían, pues no es lo mismo que te caiga el cielo a tus pies que construirte unas alas y llegar hasta él.
Sebastián se puso de nuevo los cascos, subió el volumen de su música y empezó a trotar, desafiando al horizonte. Finalmente se adentró en el luminoso camino diciéndose a sí mismo:
“Perderse, también es camino”.
Los altos y frondosos àrboles que conforman este bosque, este sendero conformado por los miles y miles de personas, que pisaron este suelo antes que yo, para llegar al otro lado y dejar èsta huella. Esta huella, que es el preludio a una nueva vida. Una vida a la que no sè si me adaptarè: pero vivirè sin miedos, sin ocultarse, no leerè en la micro, mirando al que se sienta a mi lado e intuyendo que no es un soplòn pagado por la CNI, al que solo le importa el pago y no le preocupa el drama que dencadenarà. Sin tener que cuidar hasta lo que sueñas. El olor a vegetaciòn y el aire limpio, me provocan dolor al respirar, ya que mis pulmones no acostumbran a aspirar aire puro. La angustia de irme, de saberque no volverè a ver a mis seres queridos, no me deja disfrutar del paisaje que tengo delante mio. Siento la respiraciòn entre cortada de mi compañero, que debe pensar lo mismo que yo, a causa del inmenso cansancio ocasionado por esta larga caminata, que nos lleva hacia la libertad. Libertad que creìa tener, hasta que se me ocurriò decirle al profesor de ciencias, que no me interesaba estrechar la mano de quien era partìcipe de un règimen fascista y totalitario. Ahì, comenzò la persecusiòn diaria, las amenazas veladas y directas, el temor por todos los que me rodeaban. Sin ser parte de ningùn grupo disidente, sin pertecer, ni militar en ningùn partido politico, me vi en la obligaciòn,de abandonar a mi familia, a mis amigos y, a mi paìs, sin saber cuàll fue mi delito.
Ya se sentían los primeros calores de la primavera tardía, cuando el pasear por caminos arbolados resultaba toda una delicia, sobre todo si lo hacía en bicicleta y acompañado de Pascual, ahora que echo la mirada atrás parece que está todo igual que cuando eramos unos críos y veníamos por este camino Pascual, Nesto y yo, y ahora que rozamos la treintena las sensaciones no han cambiado, lo único que nos faltaba Nesto. Dónde habrían quedado nuestras amigas las motoretas, ahora era diferente, estas modernas bicis de montaña.
Seguíamos disfrutando del paseo, cuando el camino llegaba a la fuente de las cabras, lugar idóneo para hacer un alto en el camino y repostar nuestros estómagos con el líquido y fresco elemento que de ella brotaba.
Vamos a beber, y así descansamos un poco – dijo Pascual.
Yo estaba pensando lo mismo – le contesté mientras apoyaba la bici en la parte de atrás de la fuente.
Te acuerdas de Nesto, siempre que llegaba aquí, se tiraba al chorro del agua parecía que le iba en ello la vida. – Pascual lo comentó con una sonrisa burlona, mientras yo callaba y lo miraba entre resignado y cabreado.
Nesto siempre había sido el amigo tímido del grupo, introspectivo en exceso, de estas personas que para que te contesten tienes que preguntarle lo mismo dos veces pero de distinta manera. Todo lo contrario que Pascual, siempre tan seguro de todo, sabiéndolo todo, y creyéndose superior a todo y a todos, yo pensaba que si no fuese por que crecimos juntos nunca hubiésemos sido amigos.
Y tu siempre hacías lo mismo – le dije a Pascual en tono desafiante – , le hablabas con la burla, le hacías sentir como un tonto.
Y qué, también te vas a poner a su favor, si siempre estaba igual con sus tonterías, con sus nubes, espero que halla madurado de una puta vez.
Yo no sé si habrá madurado, – contesté secamente – quizás nosotros no fuimos unos amigos a la altura de sus circunstancias.
Tomé mi bicicleta, me monté y empecé a pedalear escuchando como Pascual me decía que le esperase, sin mirar atrás, por que tantas veces había montado por aquellos caminos esperando perder algo de peso, y ahora me daba cuenta de cual era el peso que tenía que haber perdido en mi vida, el que más me estaba arrastrando, por fin pedaleaba manejando la bicicleta con mi propia vida normal.
Al penetrar entre aquellos árboles, que en su día fueron mi refugio ante cualquier problema, recuperé sin proponérmelo los recuerdos más dulces de mi existencia. Estos se agolpaban en mi mente, mientras transitaba por el camino que llevaba hacia la casa.
Un mundo de emociones vividas, salían a mi encuentro en aquellos momentos, recordando escenas familiares que había podido disfrutar. A mis oídos no llegaba sonido alguno, por lo que creí que el silencio se había apoderado del lugar. Sin duda, los pájaros continuaban revoloteando por entre ellos, pero mi alma necesitaba de aquel momento para recuperarse.
No quise avanzar más y me detuve. Tomé asiento sobre una pequeña roca y dejé que mis emociones se apoderaran de mí.
El tiempo transcurrió sin que yo fuera consciente del rato que había permanecido en el lugar. Hasta, que un remolino del viento al agitar las hojas de los árboles me indicó, que ya estaba listo para continuar.
Es verdad que los árboles permanecen en silencio, sin embargo, el agitar de sus hojas con la simple brisa, nos dicen mucho de la vida.
Cuando llegué al final del camino me encontré ante la casa en la que había nacido. Ya no era de la familia, pero permanecía intacta como la recordaba.
Al acercarme ante su puerta y en el momento en el que iba a llamar, apareció en el umbral una anciana. Su sonrisa era franca y me preguntó a quien buscaba.
Después de indicarle que yo había nacido en aquel lugar, la mujer sonrió.
—Ya sé quién eres —me dijo, mientras sus ojillos sonreían.
—¿Quién le ha dicho que vendría?
—Nadie. Pero, tú eres Martín, el pequeño rebelde que no obedecía a nadie. ¿No me recuerdas?
—Lo siento, no.
—Soy Caterina, tu profesora en el colegio de Navia.
Enrojecí de vergüenza, al recordar la cantidad de trastadas que había hecho a la mujer. Por aquella época era de todos conocido como el pequeño satán.
—No te aflijas Martín, pero reconocerás que eras un verdadero demonio
—Si señora, lo reconozco y le pido perdón por las situaciones embarazosas a las que la sometí. No sabe el pesar que ahora siento.
—¡OH! Tranquilo. Pero ya ves, que aún me acuerdo de ti.
Invitado a entrar pude ver que algunas cosas habían cambiado al igual que nosotros lo habíamos hecho. Ella una mujer retirada y yo, aunque más joven, caminaba hacia el mismo objetivo.
ELDA
En el camino a San Patricio había fantasmas aunque nadie creyese en ellos. Habitaban, de preferencia, las sombras y las hojas caídas aunque uno que otro se aventuraba en las copas de los árboles.
Todos los días, al amanecer, susurraban la ausencia de sus cuerpos. Esa falta de sensaciones era lo que más añoraban. Transitar el vacío todo el tiempo puede ser muy cansado y aburrido, más aún si no se sabe cómo uno llegó a ese estado.
La mayoría eran conscientes de su fantasmagoriedad; excepto Ela, que estaba convencida de que aún no había muerto. Decía que tenía memoria y capacidad de conversar; por tanto, estaba muy viva.
¿Cuál es la verdadera prueba de existencia de alguien?, eso era justamente lo que pensaba Elda la tarde que se perdió en San Patricio buscando hojas secas para su proyecto.
Cuando vio a Ela se sintió en un espejo macabro. Ela imitaba todos sus movimientos y repetía sus palabras como un eco, pero añadiendo la letra «d» en medio de cada cosa que decía: ¿cuáld eds lda vderdadera pruebda de existdencia de algdien?
IKOB
FALSO ESCARMIENTO
Intenta seguir corriendo con todas sus fuerzas, a pesar del cansancio de su cuerpo y de la incomodidad producida por su vestido pero ha extremado recursos, le falta el aire y apenas puede seguir. Alcanza a reconocer la arboleda que indica el camino a casa. Esperanzada intenta apresurar su paso pero su camino es obstaculizado por dos huasos(1) a galope que, posterior a una larga persecución, lograron alcanzarla. A juzgar por su vestimenta, sombrero y poncho(2) de calidad, y por la clase de ambos corceles, seguramente dos pura sangre, pudo notar que no se trataba de simples campesinos. Eran jóvenes, seguramente hijos de algún patrón de fundo(3) con un notorio exceso etílico. Estaba paralizada.
– Pa’ onde va corriendo así señorita. No vaya a pasarle algo, oiga – Le dice el que parece ser el menor de los dos.
– ¿Acaso no le enseñaron na’ que una señorita no debe de andar sola por el campo, oiga? No ve que es muy peligroso. – Le indica el segundo con un rostro libidinoso que demuestra claramente sus intenciones.
– Por favor, no… – Apenas puede hablar a causa del miedo, el cansancio y la angustia.
Los caballos la rodean y comienzan a galopar en círculos, evitando toda opción de escape. Está acorralada.
– Por favor… – Apunto de soltar en llanto.-
– Tranquila oiga, si no va a pasarle na’ malo.- Le dice el mayor, al tiempo que baja de su caballo para acercarse a ella mientras comienza a soltarse el cinturón del pantalón. – Udte’ quédese tranquilita no ma’.-
Ella da un paso atrás intentando evitar a su acosador, pero se encuentra con el segundo muchacho que por su espalda la sujeta fuertemente eliminando cualquier posibilidad de escape.
Hace lo que puede para liberarse pero sus esfuerzos son inútiles y sus gritos sordos.
El hombre frente a ella, tapando su boca, rajando su vestido intenta abrirle las piernas, intenta violentarla, no sin inconvenientes.
– ¡Apúrate mierda! – Le grita su compañero que con dificultad logra sostener a su víctima, mirando en todas direcciones para asegurarse que nadie los observa.
– ¡Sosiégate por la chita! – Un certero golpe en el rostro la deja casi inconsciente, desorientada, tendida en el suelo, sin poder hacer nada para defenderse.
Frente a una nula resistencia, los machos hacen de las suyas con total brusquedad, turnándose para poder ambos satisfacer sus más bajos caprichos carnales.
Aturdida y desorientada, adolorida y humillada, soporta cada una de las estocadas internas y violentas, cada una más lacerante que la anterior, las soporta todas, los sufre a ambos.
El tiempo se detuvo en el calvario y la violencia, sus gritos ya no eran si no llanto, su cuerpo y su alma eran destrozados, fue una eternidad.
Finalmente todo terminó, mas ni una sola gota de remordimiento pudo observarse en sus rostros. Impúdicos, simplemente se abotonan y se ríen satisfechos. Les importa un carajo la maldad de sus actos y la observan ya vencida y se ríen en su cara. – ¡China(4) ‘e mierda! – gritan casi al unísono propinando cada uno una patada en la cara y en el estómago.
– Pa’ que aprenda que una señorita no debe na’ de andar sola por el campo.
Falso escarmiento desnaturalizado
Con los labios ensangrentados y apenas recuperando el aire observa como los hombres se suben a sus caballos y se alejan del lugar.
Tendida y derrotada, sufre en llanto el dolor en su entrepierna que no se compara con las grietas de su alma, acompañada solamente por la arboleda que le indica el camino a casa y el sonido de la hojas que no aportan al consuelo.
(1) Huaso: Hombre de campo.
(2) Poncho: Prenda de abrigo originaria de América meridional que consiste en una manta cuadrada o rectangular con una abertura en el centro para pasar la cabeza.
(3) Fundo: Finca.
(4) China: Designación despectiva para referirse a la mujer de campo.
Una historia muy bien trabajada. ¡Felicitaciones!
El ambiente era tranquilo, poca gente caminaba por aquel lugar, así que prácticamente no había ruido.
Pasaba del medio día y el Sol se filtraba por las hojas de los árboles, iluminando algunas zonas del césped, mientras que otras quedaban protegidas en la sombra.
El viento sopló con fuerza, revolviendo los cabellos de los escasos transeúntes y obligando a los árboles a mover sus hojas. Los susurros de la brisa llenaron el lugar, sacando una que otra sonrisa.
De repente, una mujer atravesó la zona corriendo a toda velocidad. Sus jadeos y pasos se escucharon por unos instantes, para luego desaparecer en cuestión de segundos.
Un minuto después, la sirena policial indicó que se llevaba a cabo una persecución.
Me dirigía a mi lecho de muerte. Los soldados de La Reina me llevaban cogida, uno por cada brazo, hasta la hoguera donde posteriormente sería quemada. Pasábamos por un sendero silvestre. Nunca había pasado por allí, se rumoreaba que allí era donde mi familia murió batallando contra la ciudad de demonios. Cruzar por ahí me exigía un nivel de valentía al cual no había llegado aún, pero no tenía otra opción. Levanté la vista para mirar por última vez las vistas de esos crecidos árboles al sonido acorde de los pájaros silvestres. Entonces me taparon con un saco de paja.
Cuando me lo retiraron de mi cabeza estaba atada de manos y pies a un poste, rodeada de hierbajos secos y grandes troncos.
La Reina empezó a hablar, yo ni siquiera le presté atención, no quería, pero no me iba a rendir, así, sin más. Como vi imposible desatarme, tanto de manos como de pies, decidí interrumpirla. Estaba acercando la antorcha a las malas hierbas más cercanas a ellas.
– ¡UN DEMONIO!
En el momento que lo dije nadie me creyó pero cuando escucharos que algo a gran velocidad se acercaba, sin obstáculos, al mástil donde me encontraba todos empezaron a gritar y correr. Los soldados fueron a proteger a La Reina, pero a esta no le faltó tiempo para soltar el hachón a mis pies.
Y quién lo diría, este era el final, mi final. Después de luchar con todo tipo de ser, mitológicos y reales, aquí era donde iba a morir, en una hoguera, quemada. Aunque prefería eso a volver a pasar por El Bosque Prohibido.
Los arboles tranquilos, apenas suenan en sus oídos con murmullo de siesta. El suelo casi seco espera una lluviecita al atardecer y se desarma bajo sus pies. Son las 3, y Camila ha decidido que es buen momento para hacer una caminata. La brisa, el sol y los recuerdos la hacen sentir optimista y atrevida, y eso le gusta porque hasta hace un rato se sentía aburridísima y deprimida de pasar su fin de semana largo en el campo. Las chicas del cole seguro van a ir al cine, y se van a quedar a dormir en lo de Marga, pero sus padres han insistido en que es bueno un poco de aire puro.
Si celu, sin tele, sin compu, y ante las reiteradas sugerencias de sus padres Camila emprende el camino.
Al cabo de diez minutos elige seguir hacia la izquierda por el camino más pequeño hasta que los ve.
Los niños saltan en el tanque haciendo una estruendosa explosión cada vez que chocan con el agua. Una explosión que se mezcla con carcajadas y gritos divertidos mientras juegan y se mojan entre sí.
Dos niñas casi de su edad revolean sus extremidades al saltar al agua y no parece importarles que lleven ropa, así como a los más pequeños no parece molestarles para nada estar con sus culitos al aire cada vez que salen de para lanzar la bola.
Un nuevo grito rompe el silencio pampeano y las dos niñas vuelan bajando la escalera, tratando de sostenerse para llegar sanas y salvas al suelo. Sus shortcitos de jean y musculosas chorrean un camino directo hacia Camila que las mira sonriendo. Y la abrazan, empapadas, repitiendo su nombre y la alegría de verla de nuevo. Antes de que pueda reaccionar está dentro del tanque saltando y riendo con sus “amigas del campo”.
Es lunes a la noche cuando Camila enchufa su celu al cargador y su vida va volviendo a la rutina lentamente. Y se encuentra los miles de numeritos rojos en sus aplicaciones, y los recuerdos del campo, el tanque y sus amigas de los findes van quedando debajo de los capítulos sin ver y las fotos de su chico favorito. Pero el corazón está tibio, alegre y liviano, y se duerme contenta soñando con Bruno jugando con ella en el tanque del campo.
Me había desviado del camino, necesitaba aire, así que seguí el camino más poblado de naturaleza. Alrededor se encontraban arboles interminables en un sendero profundo, el aire se volvía tenso, sentía que me miraban. Aunque claro, no importaba el lugar, siempre sentía miradas. Paranoia de mierda.
El paisaje en sus ojos…
Conocí al matrimonio de Juan y Clotilde, al llegar a la ciudad de Mar del Plata. Él se mostraba siempre cálido y silencioso, una persona multifacética, es por eso, que solía venir muchas veces a nuestra casa cumpliendo variedad de servicios. Ella una eterna charlatana, alegre y coqueta. La mujer solía disfrutar invitando a mi familia y a mí a almorzar a su casa. Al llegar descubríamos siempre alguna obra maestra diseñada por el hombre, ya que tenía talento de inventor. Ese mediodía comenzamos dialogando sobre un ganador de la lotería. Uno por uno expresó lo que haría si ganaba en el juego. Ese, pasó a ser, un momento muy singular; mientras que la mujer quería viajar por Europa disfrutando de lujosos hoteles, él había elegido acampar al aire libre. Al escucharlo podíamos visibilizar el paisaje en sus ojos: El hombre había instalado su carpa entre aquellos altos y elegantes árboles. Percibía el suave perfume de los eucaliptus deteniéndose a juntar algunos en el piso. Conocedor de hierbas medicinales recorrió junto a su perro aquellos caminos de tierra rojiza y húmeda. Después de un momento se detuvo a admirar los árboles, sentía la música del viento agitando cada copa. Preparó su mate, se sentó, estaba tan feliz por esta oportunidad de disfrutar tanta belleza en la naturaleza, que de sus ojos comenzaron a brotar lágrimas. Al mirar el cielo agradeció a Dios por haberle dado la oportunidad de ganar la lotería… Pero fue en ese preciso momento en que ella lo interrumpió con enojo diciendo: “Iras solo, yo no me voy a gastar el dinero acampando. No me hace feliz acampar, no me gusta ese tipo de vida que te obliga a sacrificarte en todo… No importa le respondió él, podes ir a tus hoteles para que te sirvan. Yo disfrutaré del aire libre. Poco a poco el aire parecía condensarse. Hasta que uno de nosotros, ya no recuerdo quién, acertó a parar la discusión diciendo: “¡Pero no ganaron la lotería todavía…, mejor no ganen… y todo sigue en paz…!”
Yo amaba a ese gentil y buen hombre; y ese día me enterneció llorando con el paisaje en sus ojos…
Azul: Que bueno lo que pasa en ese paisaje!!! Me gustó entrar en tu historia…
Un sendero de tierra alfombrado de hojarasca de los árboles próximos, escondía su terrosa esencia a sus pies, mientras se emperraba en recorrer la vereda, asombrado por la densa formación. Un túnel verde dejaba ver hilachas de sol colándose a través de las formas que se abrían en abanicos por encima de su cabeza. Las sombras de los gigantes aguardaba respetuosamente su paso, y parecían custodiar el recorrido de aquel bullicioso sendero.
– ¡Firmes! – Gritó y en su armadura, el ejército se alineo.
El asombro dio paso al respeto. Era el Rey y aquellos titanes lo defenderían del malvado destino que le aguardaba. No habría posibilidad alguna de escape. Debería enfrentar la oscura amenaza que se cernía sobre su futuro y acabar con aquello de una vez. Los muros gris-verdosos de la caverna parecían querer engullir todo de una vez y Él se detuvo a unos pasos, dudando en completar el recorrido o volverse y salvarse antes que nadie se diera cuenta. Antonio suspiró y se volvió. Al final del sendero, Ella le hizo señas. Allí, delante, el ogro estaba a la puerta del recinto oscuro y gris. Levantó la vista con la esperanza de ver algún cable o alguna antena y suspiró… Otro verano jugando solo en el parque. Levantó la mano y saludó a su madre.
Historias de amor, de guerra, de bandidos e incluso de brujas y seres mitológicos. Alberto, si estos árboles hablaran, darían para muchas historias junto al fuego del campamento. – el viejo Rafael acariciaba con rudeza uno de los árboles con sus experimentadas manos, mientras miraba a sus ramas con melancolía.
Pero, no es así ¿verdad? Los árboles no hablan, no ven, no oyen…por eso los cortamos y arrancamos sus raíces. – espetó Alberto con juvenil descaro – He estado hechando un vistazo a los planos del gerente y si el instinto no le falla, a cinco metros debería empezar la veta que llevamos meses buscando- señaló entre sus pies imaginando el dorado mineral cubriendo metros y metros en todas direcciones – Estoy deseando empezar.
Si… -suspiró- la cosa es que no termino de acostumbrarme a arrasar estos sitios tan…bucólicos, ¿no?
¿Bucólicos? ¿Donde coño has aprendido tú esa palabra? – rió Alberto mientras subía de un salto a su retroexcavadora de oruga de trece toneladas – ¿Te ha salido en algún azucarillo de esos con mensajitos para maricas? ¡Venga, empezemos ya!.
Con un giro de llave, aquel titán de hierro amarillo expulsó una humareda negra, casi sólida, anunciando el triste porvenir de aquellos enhiestos condenados a muerte. El ronco sonido del motor de ochocientos caballos, pronto comenzó a mezclarse con los agudos estallidos de la madera al estallar bajo la imparable fortaleza del ingenio humano.
Rafael cubría los ángulos muertos que no se veían desde la cabina. En ocasiones debía ponerse muy cerca para indicar a Alberto donde estaban las raíces principales para poder sacar lo que quedara de árbol y continuar al siguiente. El olor a savia fresca comenzó entonces a ser tan intenso, que Rafael sintió como entraba por su boca y nariz y viajaba a través de sus pulmones, su sangre, sus músculos, sus órganos y, finalmente, su cerebro. Su juicio se nubló en un instante y, si hubiera podido hablar, habría jurado que todo su ser estaba compuesto de madera y corteza. Entonces, oscuridad. Pequeños destellos dieron paso a ráfagas etéreas de colores cálidos. Pronto, el tiempo y el espacio dejaron de tener sentido y su alma se mezcló con el universo.
Hola Rafael. Estas muerto, pero no tengas miedo. Todo está dispuesto para que vuelvas; aún no estas preparado. Ahora concéntrate en mi voz y déjate llevar… – la poderosa voz ayudó a Rafael tanto como lo confundió. Pero ya todo daba igual. Todo su pasado le fue arrebatado de la memoria y sólo le quedó una enorme sensación de frío y ganas de llorar. Alguien lo habia cogido de los pies y lo envolvio en una manta. Después, le colocaron sobre el pecho de la persona más bonita del mundo.
Una vez mas estoy alli; desnuda contemplo el sendero que me lleva de nuevo a casa. Me siento extraña, vulnerable; las memorias de tiempos lejanos me acosan. Aunque siempre salgo victoriosa, he de a travezar mis negadas sombras. Yo se que no soy la misma, tantas veces he cambiado.
Quien sabe cuanto tiempo tardare en llegar esta vez a mi hogar, porque una hora en el infierno no es lo mismo que una hora en el eden. ¿Cuantas veces habre ya atravezado este tunel solitario?
Aun es de dia, pero yo solo pienso en la oscura, silenciosa y larga noche en la que me estoy adentrando. Porque este bello y acogedor bosque sera pronto cosa del pasado y aqui no quedara mas que la nada. Y es justo alli que aparece el terror ¿dejare de existir? Quizas.
Tengo miedo y alegria, porque al dia le sigue la noche pero a la noche le sigue el dia. ¿Quien sostiene los ciclos?
Ante la nada, la muerte acecha y yo corro pensando que asi podre preservarme; pero la sombra viene tras de mi, no hay donde oscultarse.
¿De quien son los pasos que van quedando atras mientras yo avanzo por este callejon incierto? Dudo, ¿deberia mirar el pasado? ¿La vida de quien estamos viviendo cuando nos negamos a nosotros mismos?
Entonces me giro y veo los monstruos seguir mis pasos ya no tengo miedo, he elejido amarlos. El sol se asoma por el horizonte y todos ellos se desahacen. La paz este conmigo, he vuelto a casa.
Desperté, nuevamente entre esos árboles, tan gigantes que parecen inalcanzables, tan frondosos que bloquean el paso de la luz del sol, solo unos pequeños rayos traviesos que se logran filtrarse entre las hojas. Respiro profundo, me pongo en pie y comienzo a caminar, he estado tanto tiempo aquí que conozco todos los caminos, aunque no conozco la totalidad del bosque, cada vez que creo haber llegado a su fin solo encuentro más caminos por descubrir, y está bien, si fuera finito seria aburrido ya que no tengo nada mejor que hacer.
Camino a ese árbol, de tronco enorme, de raíces rebeldes han decido salir de la tierra, aquel árbol, mi árbol; en donde guardo la poca comida que he conseguido, mis armas de caza que yo misma he fabricado y uno o dos pares de pieles.
Como unas cuantas bayas, bebo un poco de agua y me dispongo a ir en busca de mi comida y mi cena. Es en esos momentos en los que más me pongo a pensar. Silencio, callo mi mente, me agacho y lo veo, una liebre comiendo tranquilamente “o cuanto lo siento pero yo también debo comer, ¿sabes?” y entonces lo hago, lanzo mi flecha y veo, claramente veo cómo impacta directo en su pequeño ojo, “que pases a mejor vida amiguito” pienso y me dirijo a donde debería estar el cadáver pero no lo encuentro, no hay tal, -pero qué demonios- exclamo en voz alta y es en ese momento cuando lo noto, árboles que no había percibido antes, ruidos que no se escuchaban, voces que desconozco, pero ¿de dónde demonios vienen? Comienzo a buscar a mi alrededor y todo es tan confuso, como si todo se tratara de una visión, de pronto todo desaparece y solo puedo ver una luz tan blanca que es dolorosamente cegadora, quiero hablar, gritar “¡que carajos está pasando!”, mi garganta raspa, no puedo articular palabra –está despertando el sujeto 558, riesgo de pérdida, actúen inmediatamente- escucho a una mujer decir, “¿sujeto 558? ¿despertando? ¿despertando de qué? ¿Dónde estoy? ¿Qué… que es todo esto?”, quiero saber quiero descubrir que pasa, pero algo arde en mi brazo que me hace sentir tan débil y cansada…
Un nuevo día, vaya sueño que he tenido… -sujeto 558 estable, continúen experimento-, escucho un pequeño susurro a lo lejos, me pellizco; por primera vez me percato de que no puedo sentir dolor…
ya corregidos los pequeños errores
Desperté, nuevamente entre esos árboles, tan gigantes que parecen inalcanzables, tan frondosos que bloquean el paso de la luz del sol, solo unos pequeños rayos traviesos que se logran filtrar entre las hojas. Respiro profundo, me pongo en pie y comienzo a caminar, he estado tanto tiempo aquí que conozco todos los caminos, aunque no conozco la totalidad del bosque, cada vez que creo haber llegado a su fin solo encuentro más caminos por descubrir, y está bien, si fuera finito seria aburrido ya que no tengo nada mejor que hacer.
Camino a ese árbol, de tronco enorme, de raíces rebeldes que han decido salir de la tierra, aquel árbol, mi árbol; en donde guardo la poca comida que he conseguido, mis armas de caza que yo misma he fabricado y uno o dos pares de pieles.
Como unas cuantas bayas, bebo un poco de agua y me dispongo a ir en busca de mi comida y mi cena. Es en esos momentos en los que más me pongo a pensar.
Silencio, callo mi mente, me agacho y lo veo, una liebre comiendo tranquilamente “o cuanto lo siento pero yo también debo comer, ¿sabes?” y entonces lo hago, lanzo mi flecha y veo, claramente veo cómo impacta directo en su pequeño ojo, “que pases a mejor vida amiguito” pienso y me dirijo a donde debería estar el cadáver pero no lo encuentro, no hay tal, -pero qué demonios- exclamo en voz alta y es en ese momento cuando lo noto, árboles que no había percibido antes, ruidos que no se escuchaban, voces que desconozco, pero ¿de dónde demonios vienen? Comienzo a buscar a mi alrededor y todo es tan confuso, como si todo se tratara de una visión, de pronto todo desaparece y solo puedo ver una luz tan blanca que es dolorosamente cegadora, quiero hablar, gritar “¡que carajos está pasando!”, mi garganta raspa, no puedo articular palabra –está despertando el sujeto 558, riesgo de pérdida, actúen inmediatamente- escucho a una mujer decir, “¿sujeto 558? ¿despertando? ¿despertando de qué? ¿Dónde estoy? ¿Qué… que es todo esto?”, quiero saber quiero descubrir que pasa, pero algo arde en mi brazo que me hace sentir tan débil y cansada…
Despierto alterada, vaya sueño que he tenido… -sujeto 558 estable, continúen experimento-, escucho un pequeño susurro a lo lejos, me pellizco; por primera vez me percato de que no puedo sentir dolor…
Me gustó, fue un buen plot twist
El viento corría, soplando las copas de los arboles «No, que sí. Vamos, no seas testaruda». Emily veía con asombro al señor conversando. Escuchaba atentada cada palabra que se decía «Que pesada que estas hoy. Te dije que si lo recuerdo» Todos los días, sin falta, venía al sendero para ver al anciano Wilson «No te enojes, sabes que te amo ¿Que tal si te llevo a comprar? te gusta eso, no. Claro que te gusta. Vamos, pon una sonrisa en esa bonita cara» Emily había odio muchas historias del viejo, que había sido un gran pianista en su tiempo, muy famoso, pero que luego de un desafortunado accidente sus sagradas manos quedaron destrozadas. Nunca más pudo volver a tocar, «Si me das un beso te compro lo que quieras. Vamos, uno solo» Se decía que el viejo Wilson no tenía familia, alguien solitario que vivía en una gran mansión, completamente solo. «¿Cómo qué no quieres? ¿Qué he sido malo contigo? ¡En qué momento!» Pero, había algo que todos sabían. El viejo Wilson tenía novia. Todos decían que era alguien interesada, pues el señor Wilson siempre decía que Vania, su novia, era muy consentida, y que si no cumplía sus caprichos lo dejaría. «Ya sé, te llevare a cenar a ese restaurante nuevo que tanto querías ¡Pero si te has puesto contenta de inmediato! Ahora sí, dame un beso» Emily sintió su celular sonar, era su madre que le pedía volver a casa. Antes de partir, Emily dio una ultima mirada al señor Wilson, observando como besaba la nada misma.
El tiempo que duró aquella epidemia del año 2020 lo vivimos en San Martín, recuerdo que durante las cálidas mañanas de la primavera recién estrenada, nos dedicábamos a pasear por el bosque de San Froilán el cual tenía un sendero poblado de pinos a ambos lados que nos cobijaban del sol del mediodía, todo a nuestro alrededor era naturaleza sin explotar, sólo se oía el gorjeo de los pájaros volando entre los pinos, quietos, reflexivos, totalmente ajenos a lo que estaba ocurriendo en nuestra ciudad. Mi hermana Maria y yo, nos sentíamos afortunadas de poder pasar esos días en casa de nuestra única tia, hermana de nuestro padre fallecido unos meses antes. Estos días nos servirían para terminar el duelo que estábamos llevando juntas desde que nuestro padre desapareciera de nuestras vidas a causa de un disparo.
Maria en su juventud recién estrenada no paraba mientras paseábamos de urdir complicadas tramas en torno a la muerte de nuestro padre, que había sido abatido en ese mismo lugar en el que ahora nos encontrábamos. Si ciertamente todo estaba confuso, tengo que decir que lo que María decía no me sonaba descabellado. Su teoría era que mientras papá paseaba por este hermoso camino cubierto de pinos, alguien que tenía intereses en San Martín, pensaba que su presencia allí podrían ir en contra de esos intereses y por eso decidió matarlo. Era un boceto de lo que realmente estaba ocurriendo en la finca.
Durante nuestro paseo, tuve la sensación de que con nosotras había alguien mas, me junté a Maria y la agarré fuertemente la mano cuando de pronto una figura regordeta y profunda se plantó en medio del camino, parecía desafiarnos mientras ponía sus manos encima de su cinturón de cuero marrón cuya hebilla hacía reflejar unos finos rayos de sol. Cuando ya estábamos a tan sólo cien metros de él, levantó la mano y dijo con voz ronca, -no podeis pasear por aquí-, desde hace un mes esta zona es propiedad de Mister X.
Sentí que me moría, mi cabeza empezó a dar vueltas y vueltas, todo lo turbio de mi mente pasó a ser claro, intenté parecer serena para que Maria no se pusiera nerviosa, y le pregunte a esa misteriosa persona, que quién era Mixter X, este me miró de arriba abajo para luego clavar sus ojos en los mios y decirme ¿estás segura de que no sabes quién es?
Sacó su cabeza por la ventana.
-Por qué vamos mas lento- Gritó conradin al hombre con las espuelas.
-Se;or, por lo que puede ver, entramos en el bosque y los caballos están asustados.-
Volvió a meterse dentro de la carroza. Se movía con pequeñas zancadas de un lado a otro.
-Que pasa papa?- le pregunto Nic.
-Nada hijo- respondió lo más amable que pudo.
Lois estaba frente a él, que al dar la respuest al niño, hizo una mueca con disgusto.
-Que puedo hacer- le susurro.
Ella no contesto, se aproximó a Nic y lo abrazo.
Los caballos relinchaban y la carroza freno.
El niño asustado comenzó a llorar.
-Te debes hacer cargo tu de esto- dijo lois cubriéndose el rostro con la media res de su gorro.
Conradin salió del carruaje de un portazo.
Sabía que el error lo había cometido, pero que los hayan alcanzado tan rápido le parecía demasiado raro.
Miro para ambos lados, el camino de árboles era bastante más amplio de lo quel recordaba.
A su izquierda, el bosque húmedo silbaba por el viento.
A su derecha, el gran campo verde se expandía por leguas y leguas de distancia.
-Qué es lo que pasa Laslow?- pregunto. -porque frenamos?-
-Bueno señor. Si usted no abre bien sus ojos, probablemente vea solo lo que usted quiere ver- Laslow soltó el cuero con el que comandaba a los caballos. Bajo del carruaje y continuo. -usted debe entender que solo estamos aquí, usted, yo y su señora-.
-Te olvidas de mi hijo- respondió conradin sin entender qué era lo que estaba pasando allí,
El viento sopló más frío esta vez, miró al campo, y sobre él, el cielo gris comenzaba a llorar.
-Qué es lo que estamos haciendo aquí, podemos irnos- la paciencia de Conradin había llegado a su fin, debían llegar a pasaret antes del anochecer.
-Cual es el apuro señor- la voz de Laslow era tan soberbia que Conradin se tuvo que armar de valor.
-Se que eres el hijo de mi hermano, pero eso no te permitiré faltarme el respeto de esa manera, así que ahora sube a tu asiento y pongámonos en camino antes que alguien nos atrape con todo este oro aquí.-
Las gotas comenzaron a caer sobre ellos y Conradin miro al cielo, abrio la puerta del carruaje y lois estaba ahi parada en la entrada, saco el puñal y lo clavo en su estomago, dejandolo caer al suelo que comenzaba a embarrarse.
-nos ponemos en marcha?- pregunto ella.
-Sí dijo laslow- le dio un beso, y tomó las espuelas.
No sé cuándo ni cómo llegue a este hermoso camino con arboles frondosos alrededor, con hojas del verde mas hermoso que he visto, troncos delgados, pero a la vez fuertes, un camino de rocas que parece que no tiene fin.
Debería tener miedo, ya que estoy completamente sola en este bosque desconocido, sin embargo, no lo tengo, al contrario, siento paz y satisfacción por encontrarme hoy aquí.
Empiezo a caminar, no tengo ni la más remota idea de donde me dirijo o cual será mi destino, no obstante, mi instinto, un yo interior me reprocha que siga adelante.
Camino, camino y sigo caminando. Hasta que de repente hay una puerta mas adelante, es de las típicas puertas antiguas, marrón y desgastada seguramente por los años que posee. A continuación, entro, y mis ojos no pueden creer lo que están visualizando.
Cambio totalmente el entorno, ahora me encuentro en una casa, super acogedora y bonita. Sentada en el piso hay una niña pequeña jugando con un peluche de color blanco y negro. Me acerco un poco más a la niña, y me di cuenta de que soy yo, llega un adulto, mi madre, hago señas para que me vea, sin embargo, pasa totalmente de mí.
Luego mi madre regaña a mi yo de niña, caigo en cuenta que este fue el primer regaño que recibí.
Por arte de magia aparece otra puerta, esta vez es una mas moderna, con un cristal en el centro.
Algo me dice que entre así que lo hago.
Ahora estoy en una cafetería, a lo lejos puede visualizar a una adolescente con muchas de color rosado, vestida de negro y con lagrimas en los ojos.
Rápidamente llega un chico, pelo negro, ojos grandes y azules, con los labios más hermosos que se podría imaginar, se sienta al frente de ella y la abraza. Logro escuchar lo que le susurra en el oído “era un patán, tranquila”.
Caigo en cuenta que esa fue la primera vez que me rompieron el corazón.
Por último, aparece otra puerta, es totalmente blanca, lisa y aburrida. En esta no quiero entrar, pero lo hago. Mi corazón late rápidamente y con mucha fuerza, veo un montón de cristales rotos, escucho una voz, “por favor no me dejes”, “tu puedes superar esto”, “despierta”. Trato de averiguar de dónde proviene esa voz, pero no encuentro a nadie mas que a una mujer inconsciente alrededor de los cristales rotos, al parecer los esos cristales proviene de un accidente, me acerco lentamente hacia esa mujer. Con la esperanza de que ella no sea yo, no obstante, me equivoque ya que si lo soy.
Me arrodillo y me toco la mano. Estoy llorando con los ojos cerrados. Y otra vez escucho la voz “te quiero”, “sé que saldrás adelante” …
No sé por qué, pero esa voz me da fuerzas.
Al abrir nuevamente los ojos, me encuentro en una camilla de hospital, con mi novio al lado agarrándome las manos. Al percatarse de que desperté. su boca forma una grande sonrisa, y a continuación dice.
“sabía que lo lograrías”
Era la primera vez que volvía a casa desde que me marché hace ya dos años sin avisar a nadie, necesitaba huir sin mirar atrás. Había dejado atrás de mi mucho dolor e impotencia y ahora estaba allí de pie parado en el camino de entrada rodeado de los pinos por los que tanto había correteado cuando era niño, un escalofrío recorrió mi espalda hasta la nuca. La mezcolanza de sensación de hogar y miedo provocaban esta reacción en mí. En estos dos años había crecido en seguridad y confianza para poder estar de nuevo junto a aquel camino para enfrentarme a mis miedos.
Toqué la puerta, primero casi inapreciable al oido humano y una segunda vez con dos suaves golpes de nudillo, que resonaron en la vieja puerta de nogal. El hombre que recordaba como mi padre había sido consumido por el paso del tiempo como en una olla express, había envejecido mucho en solo dos años. Abrió la puerta y con un leve movimiento de cabeza me repasó completamente antes de dedicarme una escueta sonrisa.
-Pasa, tu madre te ha echado de menos. Está en su dormitorio-Dijo fríamente mientras se giraba y avanzaba hacia el interior de la vivienda. Apenas pude mantenerle la mirada pero pude ver el fuego en sus pupilas. Aunque fuera hacía el calor propio del final de primavera el ambiente en la casa era gélido, espeso al respirarlo.
Subí la escalera rápidamente deseoso de volver a abrazar a mi madre. No despedirme de ella fue lo más duro de mi huida. No tuve el valor de decirle a la cara que la iba a dejar sola con aquel monstruo. La puerta de su habitación estaba entornada y al empujarla ví la parte trasera de su antigua mecedora mientras un fuerte olor impregnó mis fosas nasales. Fuí acercándome lentamente mientras susurraba un tierno -Mama. No hubo reacción por su parte y al ponerme junto a ella observé su rostro en descomposición cubierto por una larga melena blanca y seca. – Hijo de puta.- fue mi fugaz último pensamiento antes de que el martillo que no vi acercarse por detrás me rompiera el craneo violentamente. Mi miedo había desaparecido
Un radiante y resplandeciente sol se alzaba sobre ella. La brisa era suave y el canto de los pájaros cual flautas en sinfonica hacía que se balanceara sobre sus pies y que su cabeza se moviera al ritmo de las ramas de los espigados árboles que se alzaban a ambos lados del sendero que atravesaba.
Podría tener unos 15 años. De rostro angelical y con una inocencia a punto de perder, Alicia tenía como pasatiempo predilecto caminar por ese sendero en sus tardes de verano.
Un día, se le hizo tarde y la hora dorada sucumbió a la hora azul y el sendero quedó, de un momento a otro, en penumbras. Ya los pajarillos habían buscado sus nidos y estaban dormitando, cuando los pasos de Alicia se escucharon crujir sobre las piedrecitas del sendero.
De pronto, sintió un escalofrío, la piel de gallina era uno de las tantas manifestaciones corporales que la presencia de aquel ser le había provocado.
Ella desaceleró sus pasos lentamente. No sentía miedo. Pero su presencia le resultaba algo casi increíble. Escuchó un susurro, pero no entendía la lengua que hablaba aquel ser. Giró la cabeza un poco más hacia atrás para afinar el oído pero aún así le fue imposible entender lo que quería decir.
En ese momento recordó a su padre, quien había perdido la vida cuando ella apenas tenía unos 8 años. A pesar de su corta edad, ella aún recordaba exactamente las palabras que él le dijo en su despedida:
-mi pequeña Alicia, estaré contigo en cada paso de tu vida, en la brisa, en el crujir de los árboles, en cada cosa de este mundo que disfrutes. Entonces, si disfrutas todos y cada uno de los detalles de este precioso mundo, siempre, absolutamente siempre, estaré junto a ti. No olvides que la felicidad de este mundo se trata de estos pequeños pero grandiosos momentos.
La sensación de regresar al momento presente, provocó en Alicia lágrimas, porque extrañaba los abrazos de su padre quien se había dedicado a cuidarla cada vez que era libre de las esclavitudes de su trabajo para llevar el pan de cada día a su hogar.
Ella miró hacia atrás, pero aquel ser que ella sintió y que hizo estremecerla ya no estaba. Quizás nunca estuvo visiblemente, pero sí espiritualmente.
Alicia continúa caminando por el sendero todas las tardes para encontrarse con su querido padre.
Sangre fría y champán caliente
Sir James Wellington no era una persona de costumbres. No solo era conocido por las grandes fiestas que organizaban en el castillo —donde el libertinaje y la lascivia devoraban el alma de los invitados— sino que también era temido por sus cacerías. No era raro que hubiera en ellas varias víctimas humanas. Pero nunca le juzgaban por ello. Nadie se atrevía
La vida disoluta de James tenía tan solo una costumbre a la que jamás fallaba. El 13 de Diciembre de cada año descendía a pasar la noche en el campo. El solo. Era el aniversario de la desaparición de su hermano mayor. El primogénito.
James abrió la botella justo en el linde de sus territorios, en mitad de un camino de pastores, y la levantó a la salud de su hermano.
Recordaba el inocente juego con que empezó todo. El escondite. James marcó cuales eran los límites. Hacia el norte el muro de piedra, hacia el este las cocheras, y hacia el oeste la casa del servicio. Pero no marcó el sur. Hacia el sur se abría un estrecho camino por el que bajaban los pastores cuando descendía de la colina, y hacia allí se dirigió su hermano.
James cargó varios sacos en un burro y extendió verdín por el camino, ocultándolo. Luego, guiado por el burro, regresó a casa.
Su hermano nunca regresó. Bastaba una fría noche de invierno fuera de casa para darle por muerto.
James, arropado por una gruesa piel de oso, bebía champán mientras celebraba la muerte de su hermano, que le había dejado como único heredero.
La piel de oso, animada por una oscura e inexplicable fuerza, se separó de su cuerpo y adoptó forma humana
—James, he esperado mucho tiempo para vengarme, ahora eres viejo, y tu cuerpo al igual que el de un niño será incapaz se sobrevivir una noche a la intemperie
La piel de oso se alejó hasta desaparecer y James comprobó que, como el mismo hiciera muchos años atrás, el camino había sido borrado.
—¡Valiente imbécil! —gritaba James de camino a casa—, hice plantar árboles en la vereda del camino, podría seguirlo con los ojos cerrados. Puede que tú nacieras primero pero yo siempre fui el más inteligente.
Hola Angel, me ha gustado mucho. Pensaba que James moriría y ganarían los buenos!
Se desarrollan las tres partes que nos comentan y se desarrolla en el escenario que nos comentan.
Me parece muy original.
Gracias
Marta volvía del trabajo, había salido tarde aquel día, iba pensando que se le había hecho de noche y tendría que atravesar el bosque para llegar a casa. Ese bosque querido, donde corría muchas mañanas, donde daba largos paseos en verano, un bosque frondoso y verde lleno de vida, pero misterioso, silencioso y puede que peligroso por la noche. No le gustaba caminar por él al anochecer, sus ruidos y sombras la asustaban, pero ese día no tenía más remedio que pasar. Así pues, se armó de valor y se adentró en el bosque. Llevaba casi la mitad del camino, cuando empezó a escuchar unos ruidos muy raros, parecían gemidos como de animal, pero uno pequeño quizá un cachorro. Al principio se asustó pero después tuvo curiosidad pues esos sonidos, no asustaban más bien era como una llamada de auxilio. Poco a poco fue siguiendo el rastro e iba avanzando hacia el lugar de donde provenía, cada vez eran más fuertes, eran como un sollozo, penetrante y triste. Hasta que por fin, llegó donde ese llanto sonaba muy fuerte, miró alrededor pero no vio nada, estuvo dando vueltas sobre sí misma para encontrar de dónde provenía aquel sonido. Y de pronto lo vio, justo por detrás de ella había una especie de cueva, se asomó con cautela, no fuera a encontrar a algún animal herido, pero para su sorpresa lo que allí había era un bebé, el cual lloraba a lágrima viva y su llanto resonaba dentro de la cueva y parecían como gemidos. Marta cogió se acercó intentó calmarla, era una preciosa niña, la envolvió en su abrigo y salió a la carrera al hospital. Después de muchos trámites y en un principio de la búsqueda de los papas del bebé y al no dar con éstos, Marta pudo quedarse en adopción a la niña, a la que puso el nombre de Elsa. Las dos formaron una bonita familia con un vínculo muy especial, y a menudo, recuerdan que fue el destino que hizo que aquella tarde Marta pasara por el bosque a una hora no habitual en ella y encontrar a Elsa. Nunca más tuvo miedo de pasar al anochecer por el bosque, porque el bosque le dio lo que más quiera en la vida.
Llevo bastante tiempo recorriendo este sendero sin fin, tanto que ya no se que edad tengo. Siempre repitiendo hasta el más mínimo detalle, a tal grado de convertir algo tan bello en una tortuosa aberración.
El ligero sonar del aire, tan puro y tranquilizante, no es mas que puñaladas para mis oídos. Aquel cansino y vigoroso verde del césped, además de su vibrante hedor a vida. La detestable caída de estas hojas tan perfectas y parecidas entre sí, que no crean mas que aburrimiento y desesperación. Y esa maldita luz, abominable segadora, que quema mis ojos y nunca se apaga.
Estoy cansado de seguir por este camino tan aparentemente precioso; que en realidad no es mas que una pena interminable. Solo continúo en esta senda para encontrar la salida de este infierno; sin tener que dejar la recta, porque tengo miedo de encontrar algo peor fuera de esta.
Miro hacia el frente y siento cómo un escalofrío me recorre la columna, vértebra por vértebra: a un lado, la oscuridad; al otro, la luz. Según me voy adentrando en las entrañas del bosque, caminando por el sendero, me pregunto si estoy en un purgatorio, con el infierno a un lado y el paraíso al otro. O tal vez es simplemente una representación de nuestro paso por la vida, en la que siempre nos topamos con obstáculos inesperados que nos empujan a tomar decisiones que a veces son las correctas y, más veces que menos, las incorrectas. O quizás esas decisiones no son buenas o malas; puede que tampoco el futuro sea claro u oscuro. Según voy avanzando, siento que el camino se estrecha: cuantos más pasos doy, menos espacio tengo para dar el siguiente. Sí, cada vez estoy más convencida de que es un sueño en el que mi mente está tratando de darle sentido al paso del tiempo. En cierto modo, eso me calma: ahora me puedo relajar y disfrutar de la experiencia onírica. Me dejo llevar por lo que creo que es mi propia imaginación. Sigue estrechándose el sendero.
De pronto, me doy cuenta de que lo que estoy intentando decirme a mi misma es muy simple: cuando somos pequeños, tenemos un amplísimo abanico de posibilidades ante nosotros. Al principio, ni siquiera podemos tomar nuestras propias decisiones, pero en determinado momento, no nos queda otra: se supone que somos adultos y que nos tenemos que responsabilizar de nuestras acciones. Cada decisión nos abre un camino y nos cierra otro. Creemos que siempre podremos tratar de recular y volver a la intersección, pero ya no será el mismo camino que era, sino otro diferente. Y seguimos haciéndonos mayores. Y cada vez tenemos menos oportunidades de rectificar errores, de reiniciar caminos. Ojalá hubiese escuchado a mis abuelos diciéndome que lo que hiciera en cada momento definiría mi futuro.
Y en ese momento, se me enciende la bombilla: ¡qué tonterías más grandes me está diciendo mi subconsciente! Envejecer me ha dado terror desde que entendí el concepto. Pero lo que no quise entender en ese momento, y que ahora estoy tratando de procesar, es que la vejez no es el fin del camino ni de las oportunidades. La vejez es ese maravilloso momento en el que hemos reunido una cantidad tan inmensa de experiencias que por fin podemos acomodarnos en la butaca y disfrutar del porvenir. ¿Y lo mejor? ¡Seguimos teniendo una infinitud de caminos por delante!
El relato es muy correcto y me gusta mucho. Pero no encuentro las tres partes que nos hacen representar: encabezamiento, nudo y desenlace.
No es una historia, son unos pensamientos y son increíbles, de verdad.
Cuando miré la hora en mi reloj, marcaba las 8:03. ¿De la mañana o de la tarde? La luz que divisaba entre las hojas de los árboles no terminaba de aclararme la duda y las motas que se habrían paso para iluminar a trozos el sendero, no paraban de danzar al son del ritmo indígena que llevaba en los auriculares. Los hongos seguían haciendo efecto y, aunque ya volvía a algún momento de lucidez, seguía más en esa otra realidad que en la estática y palpable. Y aquí estoy, parado en el medio de este sendero terroso del desgaste del ir y venir de la gente, escoltado de altos árboles que no me atrevo a seguir con la mirada. Sólo con avistar al frente, siento allá arriba en las ramas una intensa agitación, pareciese un festival de hojas danzando, rozándose, cada una de ellas como envuelta en un suave velo lumínico, sedoso y dulce. Porque también lo podía oler.
Un fuerte y corto sonido me llegó de algo más lejos y, al instante, todo mi cuerpo tembló. El sonido se repitió varias veces y parecía como un corazón en la distancia que hiciese palpitar mi cuerpo. No sé si me explico bien; el corazón estaba allá. El compás sístole-diástole se marcaba fuera de mí y hacía llegar sus ondas hasta mi piel impulsándome a una oscilación. Sentía que todo mi cuerpo era un fino pañuelo de seda que se amoldaba a la brisa emanada de ese corazón lejano.
Sandra me agarró la mano, me hizo girar sobre mí misma para cogerme de frente y envolver mi cintura en sus brazos. Me besó en la mejilla.
Ven. – dijo. O eso creo. No sé si lo dijo o lo vi en sus ojos.
Seguimos por el sendero cogidas de la mano llevando un paso lento. Me atreví a mirar hacia arriba, hacia las copas de los árboles, ahora que Sandra estaba ahí. Alcé la vista y me empapé, me hizo muchas cosquillas. Sandra tiró de mí y, al fin, salimos al encuentro de Eli que, con los ojos cerrados, tocaba su inseparable timbal.
Fue una marea de sentimientos haber encontrado esta foto y leer lo que había escrito en su reverso ya de vuelta en la fría Helsinki en aquel 2015. Quizás se la enseñe a mi hija y comparta esta bella historia con ella.
La niebla me rodea y tiemblo, pues el frío me cala en los huesos. Es lo primero que noto antes de abrir los ojos.
Me encuentro en un camino, helado y oscuro y me siento al borde de la muerte, al punto de caer; grito, pero parece ser un lugar rodeado de muertos y nadie escucha, como cuando un árbol cae. ¿Acaso yo existo o soy un pedazo más de esta gélida niebla?
Comienzo a correr, pues siento que, al final de este camino, se encuentra mi fuerza, mi existencia misma, mi ansiada libertad final, pero me muevo tan lentamente… ¿Realmente me estoy moviendo? Siento el esfuerzo que ejerzo, pero no me muevo del lugar y el camino parece prolongarse
Lloro, porque mi alma parece alejarse de mi voluntariamente, y caigo, pero al caer, abro los ojos
El espacio es sumamente limitado, y al mover mi cuerpo, un fuerte dolor me recorre y mi desesperación crece. ¿Qué hago aquí?
La oscuridad parece atraparme y me estrecha como a un guante, haciéndome cada vez mas pequeño y frágil, más muerto.
Pero hay algo, un muy pequeño sonido que me hace tomar aire. Una pequeña campana suena sobre mi cuando me muevo. El aire se acaba y mis pulmones gritan y arañan mi caja torácica en busca de oxígeno que no encuentro.
¿Cuánto tiempo he estado aquí?
La reunión añorada
Los arboles eran los mismos, el sendero despoblado y aislado me daba la bienvenida como de costumbre, como ayer, antes de ayer y con suerte, ya no mañana, en ocasiones los rayos de sol lograban escabullirse y dar luz a ese camino apático por el cual hace años no pasa un mortal con cordura, por lo cual yo, era una loca, una loca que se había obsesionado con las lágrimas del cielo y el susurro del viento, y constantemente entre mis delirios terminaba volviendo a este lugar, despreocupadamente encendía un cigarrillo y tirada en el suelo lo consumía contaminando el cielo. Desde aquella noche registrada en mi memoria aquel lugar fue mi hogar, por ser el único que conocía mi historia, porque mis gritos se quedaron censurados en aquel sendero y mi inocencia voló con el viento de aquella noche lúgubre, Seguí volviendo una y otra vez intentando recuperar mi otra parte, pero se negaron a devolverla. Habían pasado tres años, y entre el humo de mi cigarrillo seguía revelándose ese rostro desfigurado, esos dientes descompuestos y esos ojos endemoniados que un día vieron mi cuerpo y perturbaron mi alma. Han pasado tres años y yo sigo perteneciéndole a ese ser despreciable, sigo viviendo entre sus amenazas y nuestros recuerdos. No le pertenecí una noche, mi mente, mi vida, mi alma, mis recuerdos le han pertenecido durante tres años. Hoy se conmemora un año más en que murió mi esencia, por lo cual supuse que debe andar danzando una vez más por este lugar, mi espíritu ha estado luchando por salir de mi cuerpo contaminado, hoy vine a reunirlos y dejarlos ir de este mundo injusto el cual calló mis gritos y no se reveló ante mi agresor.
Respiré profundamente con mis ojos cerrados, al abrirlos observé a mi alrededor y me enamoré de nuevo de la vista, me encontraba en un parque con árboles altos y frondosos que hacían el aire más fresco y agradable, y un camino de tierra creado por el paso de las personas, amaba venir aquí era lo más parecido a un bosque que tenía cerca de casa, realmente amaba venir a tomar aire, caminar y leer sentada en el pasto y recargada en un árbol, era muy pacifico este lugar y Blake, mi husky, también amaba ir a correr ahí, lo dejo suelto y corre cerca de mí y juega con su pelota de abeja, hoy no era diferente, vine a leer un poco mientras Blake jugaba con una vara que encontró y ahora enterraba en un agujero que hizo en el suelo, estaba muy tranquila leyendo cuando escuché un trueno proveniente del cielo, genial, ahora llovería, guarde mi libro en l pequeña mochila que llevaba y saqué la correa de Blake y lo llame, él vino corriendo hacia mí y le coloqué la correa para irnos, íbamos caminando cuando comenzó a llover, pero tanto Blake como yo amaos la lluvia por lo que seguimos caminando normal y mi libro no me preocupaba pues a mi mochila no le entra agua. Iba tan concentrada en mis pensamientos que no me percaté de que al cruzar la calle saliendo del parque venia un auto, el auto alcanzó a frenarse y me quedé en shock frente a este mientras Blake tiraba de la correa para avanzar, yo no me podía ni mover, un joven se bajó del auto y yo solo lo veía mientras me sacudía cuidadosamente y decía cosas que escuchaba muy lejos de mí, cuando reaccioné solo dije “estoy bien” y regresé al lado de la banqueta del parque en la cual me senté junto a Blake que no dejaba de ladrar al auto y comencé a llorar, no lo podía creer, tuve un dejavu, como si eso ya hubiese pasado antes, ahí estaba yo bajo la lluvia llorando quien sabe porque, me levanté y vi dos pequeñas lapidas a mi izquierda y estaba recargada en una y no me había percatado, vi el nombre y empecé a llorar nuevamente desconsolada mientras leía mi nombre sobre esa lapida y el de Blake en la otra con las palabras su amigo más fiel.
Es un relato muy bonito. Pero quizás habría que usar más las comas, los puntos y a parte. Hay algún error ortográfico.
Me encanta que Blake esté junto a su mejor amigo al final del camino.
Si el olfato no me falla, voy por el camino correcto. Huelo a árbol fresco, a humedad y lo mas importante, a mi amo. Estoy cansada y creo que me tumbaré un rato bajo la sombra. No conozco este sendero, parece que nunca he pasado por aquí.
Me llamo Paloma y soy una perra de caza, concretamente una Beagle. Vivo junto a muchos más perros de cacería en un cortijo, creo que cercano a este camino. Mi amo se llama Antonio. Es un humano grande, y serio que habla poco y silva mucho. Nos da de comer una vez al día. Nos saca a cazar cada domingo.
El amo es mi referente para todo. No sabría que hacer sin él. Vivo gracias a sus cuidados. También hay otra humana, a la cual quiero mucho. Se llama Elena. Con ella también soy muy feliz. Corro detrás de ella y río. Con Elena puedo hacer lo que quiera, porque nunca se enfada. En cambio, con el amo es muy diferente. Si no quieres que te haga daño, de un modo u otro, has de hacer lo que él te diga.
Hace poco tiempo fui madre. Según el amo, los cachorros no eran como yo. Y era cierto, porque eran muy oscuros. Elena decía que eran igual que su padre. Un pastor belga color negro que vivía en la finca de un vecino.
El caso es que, desde entonces, mi vida ha cambiado. No tengo ganas de cazar. He sido muy mala madre. Una mañana, salí a comer algo muy bueno que el amo me trajo, al volver a mi caseta, mis hijos ya no estaban. Está claro que los trasladé a algún sitio, pero nunca averigüé donde. El rastro me llevó a una especie de contenedor donde los humanos tiraban la basura. Yo nunca habría llevado a mis cachorros a ese sitio.
Me volví literalmente loca. Al amo no le gustaba mi comportamiento, así que me pegaba con el palo. Decía que ya no servía para nada.
Ayer por la tarde, me llevó a cazar con el coche. Cuando miré por la ventana vi a Elena; estaba triste y lloraba. Así que tengo que volver con ella.
Por este camino, sigo el rastro de mi amo, pero no el de Elena. Creo que estoy cerca, pero tengo hambre y me duelen las piernas.
Es la primera vez que paso una noche fuera de casa y tengo miedo.
El camino parece largo, los árboles que lo rodean son altos y fuertes, dificultando que la luz del sol entre. Mi única compañía es la soledad, y cada paso me encamina hacia el fin, los hago pequeños y lentos; como no queriendo llegar a mi destino.
La casa del final es tal como la recuerdo, la fachada ahuyenta a cualquiera que se acerque; un escalofrío recorre mi columna cuando me acerco al portón que rechina al momento en que lo empujo para entrar. Al abrir la puerta principal mis ojos tardan en acostumbrarse a la oscuridad mientras encuentro el interruptor.
Subir las escaleras hace que los recuerdos me inunden la memoria, uno tras otro se van acumulando en mi mente y siento el peso de ellos en mi cuerpo; a pesar de que no todos son malos, la mayoría si lo son y eso hace que inevitablemente mis ojos se comiencen a humedecer. La hora había llegado, estaba frente a mis demonios, aquellos que habitaban esa casa y los que iban conmigo día a día estaban frente a frente. Los demonios de esa casa eran cada vez más fuertes, había que enfrentarlos, pelear y vencerlos antes que ellos lo hicieran conmigo; ya no les era suficiente con torturarme, su propósito era hacer mi vida miserable.
Estando frente a ellos, les reconocí, uno a uno se fueron presentando frente a mí, sus amenazas retumbaban en mis oídos y debilitaban mi alma, sabían que hacer y qué decir, me conocían incluso mejor que yo. Estaban a punto de vencerme, y por eso necesitaba vencerlos antes; no solo era enfrentarlos, tenía que acabar con ellos. Tenerlos frente me hizo conocerlos, identificarlos y una vez que conoces a tus enemigos los puedes enfrentar. El tiempo transcurría sin que ninguno de los dos bandos hiciera algo, nadie se atrevía a atacar, el cansancio estaba ganando y nadie daba el primer paso.
Los dejaría en aquella casa por siempre, enfrentarlos no había dado resultado. Recorrí por última vez aquella casa, sus pasillos me hablaban; sus recámaras le traían viejos recuerdos y aun los olores de esa casa permanecerían impregnados en mi ser. Cuando cerré aquella casa y mientras caminaba por ese sendero lleno de árboles; decidí que era la última vez y aquellos demonios se quedarían encerrados junto a aquella casa, era suficiente con los que ya tenía encima.
Dormía una plácida siesta en el porche, amodorrado con los cálidos rayos del sol, cuando en mitad del silencio que reinaba a esa hora en el bosque escuché un crujido de ramas, tal vez las pisadas de alguien que se acercaba con sigilo. Salté de la hamaca de un brinco y corrí enfadado por el sendero que se abría a los pies de la casa para descubrir al intruso. No me gustaba que nadie anduviese merodeando por allí sin permiso y estaba dispuesto a enfrentarme e incluso a entablar una acalorada pelea con el primero que osara rebasar la valla que delimitaba mi territorio. No es que no fuese sociable, todo lo contrario, pero de siempre los desconocidos me ponían algo nervioso, quizás por alguna mala experiencia de mi pasado que no podía recordar o simplemente porque era un viejo gruñón. Recorrí el camino sin observar nada extraño, parecía que estaba todo en orden, pero aún así decidí adentrarme en la espesa arboleda para asegurarme de que no había nadie. De pronto, observé a lo lejos algo que brillaba bajo el sol y, sorprendido, me acerqué hasta allí para averiguar de qué se trataba. Era una pelota de color amarillo a lunares azules que se había quedado encajada en una rama que sobresalía de un tronco caído. Sacudí la cabeza a un lado y a otro para agudizar el oído al escuchar de nuevo el mismo crujido. También pude oír un leve sollozo y tras varias vueltas descubrí a la pequeña invasora. La niña intentaba agarrar la pelota metiendo la mano entre los barrotes de la valla sin poder alcanzarla. Me miró asustada, pero me enterneció tanto su mirada que se evaporó mi enfado y le di un lametón en la mano. Un agudo silbido reclamó mi atención. Era mi amo.
En el bosque SinFin
existe un solo camino,
no importa por dónde lo empiece
que allí mismo termino
Arboles altos de troncos muy finos
jalonan los pasos del peregrino,
que llega al final sin haber comenzado
perdiendo al andar su destino
¡Ay, pobre de aquel
que da con sus huesos aquí!
Yo desperté con el sol
y aún no he podido salir.
Mas hay un claro en un lado
y me puse a escribir,
y entonces lo vi:
que todo es una ilusión
y para escapar
lo que tengo que hacer
es no venir
Rectifico y escribo un relato porque mi publicación anterior no cumple con las directrices 🙂
Atravesaron el bosque, partido en dos por un camino flanqueado por dos hileras de árboles que discurría recto hasta abrirse a la finca, en cuyo centro se alzaba la antigua mansión.
Accedieron por una puerta trasera y llegaron al salón. Un policía les informó: asesinato por apuñalamiento. Manuel se agachó a examinar el cuerpo – hmm -, miró alrededor y se levantó.
– Quisiera hablar con la señora Abascal.
– La señora ha pedido expresamente que no se le moleste en estos momentos, señor inspector.
– hmm – se dio la vuelta y caminó hacia un pasillo y desapareció por él, con su ayudante detrás.
Al cabo de una hora bajaron por una escalera al otro lado del mismo pasillo.
– Jaime, tras esta puerta está la clave – dijo a su ayudante, y llamó con los nudillos.
Surgidos del silencio llegaron audibles unos sollozos.
– señora Abascal, soy el inspector Alcázar. Necesitamos hacerle unas preguntas. En este momento apareció el oficial al cargo:
– detective Alcázar, la señora Abascal necesita unos momentos. Por Dios, el cuerpo de su marido aún está en el edificio…
Manuel alzó la voz, procurando ser oído:
– teniente, tengo veinte razones para postergar la entrevista y una para insistir.
Del otro lado de la puerta llegó un torrente de improperios y golpes y gritos recios con que los echaba de sus propiedades. El inspector miró a sus acompañantes.
– Oficial, hemos terminado aquí. Dígale a sus hombres que la autora de los hechos está en esa habitación.
Salieron por donde habían venido y desandaron el camino arbolado.
– señor, no entiendo…
– ¿Recuerda los dos últimos árboles del camino? – Jaime se dio la vuelta un momento. – El de la derecha se plantó hace poco y con él suman veintiuno. Después, en el pasillo, colgadas diez parejas de cuadros y uno más al extremo, junto a las escaleras. Frente a él, un hueco que otrora ocupó otro más: veintiún cuadros. En cuanto a las habitaciones…
– Veintiuna.
– ¿No es curioso?
– Honestamente…
– Lo es. ¿Qué día es hoy?
– Dos de enero.
– De 1921. Un estudio reciente sobre el T.O.C. aporta pistas sobre el padecimiento de la señora: el reajuste compulsivo de todo cuanto le rodea la ha desenmascarado. Veinte razones para postergar la entrevista y una para insistir. No ha podido resistirlo porque omitiendo el cálculo he generado una potente duda en su subconsciente. Lo que conduce a su autoría en el asesinato del señor Abascal por veintiuna puñaladas.
Pedro Juan Bautista caminó por el sendero de árboles que lo sacaría de la finca de su tío Hugues y lo llevaría a lo que sería su gran sueño, irse a la capital y poder cumplir su sueño de salir en la televisión, de ser famoso, de ser reconocido. Pedro Juan había planeado ese viaje desde que tenía 10 años y vio Forrest Gump en la televisión. Estaba convencido que podría representar ese papel mejor que el mismísimo Tom Hanks, pero más que ser actor Pedro Juan quería ser importante, que la gente lo reconociera en la calle, le pidiera autógrafos, le importara lo que él decía, le creyera las mentiras solo porque salía en televisión, ser respetado.
Desde que pudo trabajar Pedro Juan le exigió un sueldo a su tío y esa plata la guardó en una caja de zapatos que escondía celosamente detrás del armario viejo donde mantenía su ropa. Cuando cumplió la mayoría de edad, abrió una cuenta bancaria, porqué pensó que para sus planes de volverse famoso, pagar con tarjeta bancaria se vería más glamuroso. Pero no solo fue lo económico en lo que Pedro Juan se ocupó, él también planeó milimétricamente en los pasos que iba a dar para convertirse en lo que quería ser.
Una vez llegó a la ciudad, no perdió tiempo, la disciplina siempre fue su más grande arma. Se inscribió en el gimnasio de las “estrellas” locales y se inscribió en un curso de actuación exprés que dictaba Gerard Di Lorenzo, un viejo galán de la televisión venido a menos, por motivos de edad y talento. Gerard le enseñó a Pedro no solo lo poco que sabía en materia de actuación, sino también lo conectó con la gente precisa que lo ayudaría a seguir avanzando en la “carrera” a la fama. A cambio de todo Pedro Juan lo retribuía con esporádicos favores sexuales.
Después de 1 año en la capital, por fin conoció a la Lumi Delgado, el gran productor y manager, el rey Midas de los actores de gimnasio ( su lugar favorito para hacer los castings). Conocía su público objetivo, los jovencitos de la generación del cuerpo, los que buscan ser definidos a través del cuerpo, los que lo muestran, los que lo esconden, los que lo discriminan y los que buscan no ser discriminados por su cuerpo. Por eso Lumi consideraba que el mejor lugar para buscar una potencial “celebridad” sería el lugar donde se rinde culto al cuerpo.
Una vez, Pedro Juan lo vio, sigilosamente lo persiguió con lo mirada, sin perderle pisada, lo siguió hasta el baño, y le hizo el casting que Lumi estaba esperando, frente al espejo del baño del gimnasio Pedro Juan se desnudó y le practicó uno de los mejores sexos orales que Lumi había recibido en su vida. Una vez se consumó todo, Pedro le preguntó a Lumi. -“¿Estoy listo para el papel?- A lo que Lumi contestó – “ no me gustan las regaladas”, se cerró la cremallera y salió con prisa del baño.
Pedro no lo pudo soportar, toda la rabia y la frustración contenida lo dominó y sin pensarlo lo persiguió desnudo hasta la puerta del gimnasio donde lo golpeó con lo primero que encontró, con tal mala suerte para Lumi que lo primero que Pedro encontró para golpearlo fue una pesa de 25 libras, lo cual lo mató instantáneamente.
Pedro fue el protagonista de la noticia del mes, fue condenado a 10 años de prisión, y para su fortuna y gracias a la poca mente del público, Pedro Juan se convirtió en uno de los Youtuber más famosos de Latinoamérica.
Adelanto el horario de llegada, quizás por ansiedad, quizás por dudas a que viniera, quizás porque siempre prefería asistir más temprano a todo.
Había esperado 30 años, pasado una pandemia, sus manos estaban temblorosas, sus pies cansados y el collar de la buena suerte estaba añejado, pero ahí permanecia alrededor de su cuello…
El lugar había sido tal cual lo soñado: un sendero con árboles dando sombra de lado a lado, y hasta sitio para sentarse cómodas en el suelo. Incluso se escuchaban algunos pájaros, y apenas ingresaba el sonido que no fuera de la naturaleza.
Necesitaron planear esa cita del otro lado del océano, como si al cruzarlo uno pudiera solo elegir llevar lo bueno.
La hora acordada… nada…
Las hojas gimiendo con el viento, el sol peleando para entrar por las rendijas que le quedaban libres, lejos un gallo gritando.
Trato de mostrarse calma, pero todo la traicionada. Se apoyó en un grueso tronco para lograr mantenerse estable.
Solo silencio…
Cerro sus ojos y se puso a jugar un juego mental que siempre hacía: recordar su perfume, la textura de su piel, el color de sus ojos…
Tac, tac, tac…
Tac, tac, tac…
Tac, tac, tac…
Abrió sus ojos, ahí frente a ella, con un hermoso bastón, se encontraba esa alma, que por 30 años, no había olvidado la cita.
-La prisión de plumas-
Tom volaba tan alto que solía perderlo entre nubes. Compartíamos sueños y bostezos de esperanza. Ese día me invitó a compartir su vuelo por primera vez.
– Has de guiarte por la copa de los árboles, entonces nunca perderás el camino que sobrevuelas con los pies.
Esa fue la primera lección del día. Tom tenía el poder de dar significado a los sinsentidos. Aprendí a vivir a través de los pensamientos en voz alta de Tom.
– Mira, es una roca afilada. ¿Ves?
– ¡Para Tom! ¡Me has hecho daño, estoy sangrando!
– Lo siento, pero es importante. ¿Sabías que no todos sufrimos igual? Aunque sangramos de la misma manera. Eso es lo que nos hace iguales.
La agresividad del viento que empujaba las alas de Tom tenía el mismo carácter que el afecto de su padre. Sus enseñanzas estaban cargadas dentro de una botella. Un brebaje que le hacía olvidar el vínculo que los unía.
– Tom, ¿qué te ha pasado?
– No es nada.
– ¿Te has vuelto a pelear? Mi madre dice que la violencia nunca es la solución.
– Mi padre dice que las lecciones de la vida se aprenden con sangre.
Ese día el camino era diferente, Tom me juraba que no. Entonces me volvió a contar cómo los pájaros aprendían a volar desde el nido a través de un salto de fe.
El abuelo de Tom era ornitólogo. Creo Tom solo ha fingido sus sonrisas desde que falleció. Sus sonrisas falsas me enseñaron a ser feliz.
– Ahora Jenny, respira profundo. Visualiza las copas. Siente el viento y, entonces, cree con fuerza.
– ¿En qué debo creer…?
– Que siempre estaré contigo.
Sus palabras intoxicaron en silencio la raíz de mi soledad.
– Y ahora, cierra los ojos. No somos pájaros, al fin y al cabo.
Mi confianza obedeció sin rechistar, pero la respiración terrestre que escapaba hacia el horizonte desató el efecto de las palabras de Tom.
Tom voló sin mí.
– Señorita Kerrigan, ¿qué es lo último que recuerda de su amigo de la infancia?
– Recuerdo a Tom extendiendo los brazos hacia el vacío, como un ángel cuyas alas no cumplen su función. Creo que empezó a querer ser un ángel cuando perdió las ganas de vivir.
– ¿Y usted, señorita Kerrigan, tiene ganas de vivir?
– No hay un solo día que visite a Tom que no quiera volar.
Que bonito! La historia y como la escribiste, dulce y triste.
Me encontraba allí de nuevo, en ese eterno sendero de tierra, cuyos arboles al costado hacían un efecto colador para los rayos del sol de noviembre. Mientras paseaba en mi bicicleta recorriéndolo pensaba en aquella última vez que estuve ahí, tenía 11 años seguro. Luego de la muerte de mi abuelo Tomás, mi abuelita Yaya se mudó a la ciudad dejando esta enorme propiedad de 3 hectáreas solo para vacaciones o algún evento. Habían pasado casi 15 años que no volvía a esta casa, ni que recorría este sendero. Recuerdo cuando era una niña y aprendí a andar en bicicleta aquí, ponía mis muñecas en el canasto y las sacaba a pasear por este camino que nunca llego a ningún lado.
Sigo caminando y veo una silueta recostada sobre uno de los árboles, creo que es un niño, seguro debe ser hijo de alguno de los empleados de la estancia. Me acerco para verlo mejor, se parece a Marcos, el hijo del jardinero. Solía jugar con Marcos cuando éramos niños, recuerdo que él siempre llevaba un libro y nos pasábamos horas imaginando que éramos esos personajes de cuentos. Lamentablemente Marcos había fallecido cuando teníamos 8 años, justo en este camino, un caballo lo piso y el no sobrevivió. Fue muy trágico para todos aquí. Mi abuelita solía contar que varias veces pudo oírlo jugar entre los arbustos. Pero claro que lo hacia solo para asustarnos a mi y a mis hermanos. Cuando ya me encontraba frente al niño, el aire cambió por completo, de cálido a frio en un segundo. Un libro de cuentos le tapaba la cara.
-Hola corazón ¿Cómo te llamas? – le pregunto al niño. El parecido con Marcos era casi terrorífico. Apoyo su libro en las rodillas y pude ver su carita, una enorme herida que no paraba de sangrar, sus ojos estaban hinchados y morados. Quería llorar. Era Marcos luego del accidente, las lagrimas empezaron a salir y sol se oculto de repente. Siento que me toman de la mano al girar un hombre como de 30 años me miraba con ojos profundos llenos de una tranquilidad casi sombría. Esto no podía estar pasando, mi boca hablo por si sola.
– ¿Marcos? ¿Eres tú?
La sonrisa es inevitable ante un suceso como este. La fibra sensible se reblandece en determinados momentos y es imposible contener algo que brota directamente del corazón. Era como si pudiera escuchar el cantar de los pájaros, el viento correr entre las hojas de los árboles, el agua de un arrollo deslizándose entre las rocas. Aquella brisa que acarició mi cara hacía tantos años, se recreó ficticiamente en mis mejillas, trasmitiéndome ese frescor que tan solo la sombra de los árboles generan. Estaba con él, hacía tantos años, éramos distintos, éramos. Las palabras como guerra, contaminación, hambre o pobreza parecían tan lejanas que vivíamos en una continua sonrisa eterna. La luz del sol era amarilla y coloreaba todo ser, animado o no, que pudiera observar y los dotaba de vida. Las nubes grises ni siquiera se insinuaban en el firmamento, de la misma forma que ahora el firmamento queda oculta por ellas. Es tan bonito recordar como antes todo era más sencillo, como antes todo era más bonito. La nostalgia es la ambrosía de nuestros días, que llena un álbum como en el que ahora observo esta foto. Los males siempre parecen lejanos en los tiempos en los que todo es bonito, quizás por eso, los males acaban destrozando lo bonito. Al cerrar el álbum, los árboles que se sujetaban el cielo azul, se sustituyó por enormes chimeneas del que brotaba el gris de las nubes, los pájaros y las cigarras ahora son cláxones e insultos, el agua que se deslizaba a lo lejos, ahora es motivo de una pelea hasta la muerte. El viento que corrió hacía tantos años, pasó corriendo y se lo llevó todo como si solo fuera la página de un libro y nos dejó tirados en el peor capítulo de la historia.
El presente
La galería de pinos se extendía por un par de kilómetros en línea recta hasta el casco de la estancia. Una caminata de unos 20 minutos tranquilos pensó, de no ser por esa noche negra como un pozo sin fin. Le habían dicho que la tranquera estaría sin candado, pero por olvido o por una broma de mal gusto no lo estaba. Bajo maldiciendo del auto, cruzo la tranquera de un salto y empezó a caminar a tientas esperando que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad. Un perfume a agujas de pino lo golpeo agradablemente al ingresar al camino y pensó en cuanto le gustaba la naturaleza. Era una noche sin luna, calma y fría, apenas iluminada por una penumbra de estrellas titilantes. Le llamo la atención el silencio de la noche. Muchas veces había estado en el campo y generalmente el bullicio de insectos no daba tregua. Casi siempre alguna lechuza acá o allá anunciaba su presencia con un ulular sonoro que cortaba el silencio. Cada vez que él había visitado la estancia, el sonido de las olas del mar, distante solo tres kilómetros hacia el este, les llegaba como un susurro de tormenta. Pero esa noche no, esa noche era muda. Sintió que la noche se detuvo, el aire dejo de correr y la fragancia de pinos ya no se dejaba oler. Solo sentía su corazón que se aceleraba y golpeaba queriendo huir de su pecho. Un calor que crecía desde sus entrañas hasta su garganta explotaba en su cabeza. Un frio que recorría su espalda, le dejaba saber que no estaba solo en ese lugar. Apuro su paso, y casi al trote empezó a transpirar un sudor frio de pánico. Ya corriendo escandalosamente, no se animaba a mirar hacia atrás sintiendo que algo lo perseguía. A lo lejos vio la luz de la casa que se agrandaba con cada zancada. Falta poco pensó, casi lo logro. Corrió con mas fuerza, con todo lo que su adrenalina le impulsaba a hacerlo. Llegando a la casa, a escasos metros de la puerta, extendiendo sus brazos queriendo alcanzar la seguridad de las paredes protectoras, sintió como unas garras calientes que se clavaban en su espalda y unas fauces sanguinolentas golpearon con muerte su existencia.
La luz del sol lo encandiló, y como salido de un trance, se reencontró consigo mismo caminando por el bosque. La cadencia de los pasos, el aire puro de los árboles erguidos ante él, el sentir la tierra debajo de sus pies descalzos, lo transportaban fuera de sí al punto de olvidarse de pensar. Cada movimiento de su cuerpo se tornaba automático, dándole a su mente un respiro.
Salir a caminar descalzo se había vuelto una terapia luego de que le diagnosticaran estrés y al poco tiempo cáncer. En vez de someterse a una quimioterapia, decidió mudarse fuera de la ciudad, plantar sus alimentos y tener a pocos pasos el bosque y la montaña.
Esa tarde, luego de que la luz lo devolviera al mundo de las ideas, le vino la necesidad de sentarse sobre unas rocas al costado del camino que él mismo había formado de tanto andarlo.
Respiró profundo, cerró sus ojos y al cabo de unos minutos se vio sumergido en un río pescando con mosca. Después de devolver un pez al río, decidió salir del agua y sentarse debajo de un gran árbol a contemplar la corriente.
Al cabo de unos minutos le sobrevino una agradable sensación de paz. Se quitó las botas, y con el sol atravesando las ramas de los árboles cerró sus ojos, respiró lentamente y sintió su cuerpo volverse liviano y pesado al mismo tiempo. Una luz blanca e incandescente bañó su cuerpo y al cabo de unos segundos la visión se le aclaró. Se vio a si mismo sentado a la veda de un camino sobre una roca en posición de loto. Abrió sus ojos y sus miradas se encontraron, y todo volvió a ser luz.
Como si despertándose de un sueño, reabrió sus ojos y se sintió renovado. Era él, pero algo dentro suyo había cambiado.
—Oye Tom.
El sujeto sonriente, de prominente barriga, alzó una ceja mirando de reojo a su compañero.
—Dime Tim
—¿Así que no vamos a pescar esta vez?
—¿Este camino lleva al río?
Tim, con su letanía característica, esa simpleza de razonamiento y movimientos imprecisos que lo acompañaran desde que de pequeño cayera de cabeza del granero, alzó la vista hacia las copas de los árboles.
—No. Lleva al bosque.
—Entonces no, no vamos a pescar Tim.
El joven se rascó los duros cabellos a fuerza de mugre y miró ahora sus manos, en las que sostenía la caña de pescar en una y un balde lleno de lombrices en la otra.
—Tom, pero me dijiste que lleve la caña.— Indagó.
Tom sonrió aferrado los tirantes de su jardinero de jean.
—Porque a donde vamos, las necesitaremos.
—Pero Tom, yo creía que se usan para atrapar peces…
—Y peces atraparemos, Tim.
El chico quiso replicar algo, pero su confusión ya era tan grande que le dolía la cabeza pensar. Se golpeó con la palma la sien una y otra vez tratando de mitigar ese dolor y fue en ese momento en que Tom le aferró la muñeca deteniendo su andar.
—Tranquilo amigo. ¿A caso no confías en mí?
—Sí Tom. Pero no entiendo.
—Mírame Tim. — y le sonrió cuando el joven abrió esos puros ojos posándolos en él.
—Voy a curarte Tim.
—¿Mis … mis dolores de cabeza?
—Sí. Y ya no serás más lento.
—No soy lento.
El hombre sonrió asintiendo. Tampoco quería preocuparlo. Que el chico fuera ignorante de su condición le hacían la vida más llevadera. Pero no a él.
—Bueno, ¿confías o no en mí?
—Sí Tom. Confío.
—Entonces vamos.
—Pero no vamos a pescar.
—Bueno… en realidad sí vamos a pescar.
—Pero no en el río. ¿Es así?
El hombre asintió sonriéndole y emprendiendo la marcha nuevamente con el chico por detrás.
—Pero vamos a usar las cañas.
—Sí, Tim.
Tim respiró hondo.
Miró a sus alrededores. Él conocía ese lugar, sabía a donde llevaba. Su mamá siempre le decía que no se aventurara más allá del camino de árboles. Y que nunca, pero nunca, siguiera adelante cuando encontrara el roble con el tronco arañado.
Y a ese roble lo habían dejado atrás hacía rato.
Tim miró a Tom. Este sonreía y estaba tranquilo. Y no entendía por qué, pero le daba miedo esa sonrisa.
Camino por el sendero, me inspira paz y tranquilidad, es un día de verano lleno de luz y se que al final del camino me encontraré con la casa en la que tantas veces fui feliz.
Oigo la voz de mi abuela lejana en el tiempo y el pasado se hace presente para mi.
Estamos sentadas en la cocina moliendo café y partiendo almendras mientras afuera el viento y la lluvia hace el invierno.
Con ella compartí maravillosos momentos llenos de cariño y de ternura. Oíamos novelas, leíamos revistas y libros, íbamos de compras, de visita a familiares, al cementerio a visitar a nuestros seres queridos, mirábamos viejas fotos, o cogíamos la talega de los botones y me iba contando la histora de cada uno de ellos, desde a que prenda de ropa perteneció y que uso se le dió a la misma.
Con ella aprendí lo que era un amor sin condiciones, me quiso por lo que yo era y nada más, nunca intento cambiarme ni que fuera diferente. Tenía muchos defectos, seguro, pero para la niña que fuí y para la mujer que soy, ella era perfecta. Trabajadora, amable, generosa. Siempre no lo tuvo fácil, vivió una guerra y su vida y su matrimonio no fue lo que le hubiera gustado, pero siempre miró hacia delante con el paso firme y las manos abiertas.
Adios Lola, es la última vez que vengo a esta casa pero quedaras por siempre en mi corazón.
Lo llamaban el paseo del amor, era un camino de tierra tan comun como cualquier otro, claro que estaba particularmente delineado por hileras de grandes arboles a la izquierda y derecha, pero realmente no tenia nada de especial, salvo la leyenda de que alli conocerias al amor de tu vida. Felipe no creia en esas tonterias pero ciertamente era muy curioso, y ya que andaba por la region decidió echar un vistazo, al fin y al cabo le quedaba de paso, claro que jamás se lo contaria a Carlota su prometida. Mientras caminaba por el dichoso paseo vio a un monton de jovencitas y jovencitos, emocionados y coquetos. ¡Qué ingenuos!, pensaba él, mientras paseaba con arrogancia y algo decepcionado porque esperaba encontrarse con algo mas elaborado digno de tal leyenda. Ya casi terminaba el recorrido, pensando en lo afortunado que era de tener un trabajo estable en el periodico y una prometida de una familia acomodada, pensaba en las ultimas noticias que habia escrito, como habia sido alabado por su nota de la economia extranjera. Pero de repente e inesperadamente olvidó lo que estaba pensando, eran números o una receta, no podía recordar, y eso nunca le había pasado; si hasta su nombre resultaba algo lejano, era que empezaba con E o F… no recordaba, y es que desde que esos hermosos ojos azules lo atraparon con tal mirada no sabia nada, solo que estaba ante la mas hermosa y virtuosa criatura que habia visto jamas, delicadamente ella le sonreia con los ojos, su piel blanca resplandecia en ese vestido de encaje, mientras su pelo negro caia perfectamente ondulado sobre sus hombros y sobretodo, ella lo miraba como si estuviera frente al mismisimo principe azul, de pronto Felipe olvido también respirar, lo que provocó que se desmayara sin nada de gracia y con una tonta sonrisa en la cara.
Diez años pasaron desde tal incidente, y Felipe aún tomaba la mano de su esposa cuando salian a la calle, y aún pensaba que a pesar de todo hizo la mejor elección cuando se casó con ella, porqué el amor no lo es todo, pero a veces hay que cambiar todo por el amor.
Ambos caminaban lento, como una pareja de ancianos en su caminata diaria, solo que no eran ancianos y eso no era parte de ninguna rutina, era la primera vez que se veían después de años. El camino de aquel parque estaba llenos de viejos recuerdos, rodeado de árboles que les susurraban viejas aventuras vividas entre ellos.
-Y, ¿Recuerdas el cumpleaños de Lucia?- dijo Emma, entre risas. Recibió una mirada un poco desconsertada, pero también recibió una sonrisa.
-¿En el que bebimos de más?- las risas de su compañera le indicaron a Carlos que estaba en lo correcto.
-Lo recuerdo, me caí en la piscina.
Ambos rieron a carcajadas al recordarlo. Sus helados se derretían bajo el sol de primavera y la caminata los estaba agotando (no eran ancianos pero tenían sus años). Afortunadamente, encontraron una banca y se sentaron.
Siguieron hablando y riendo, con la misma naturalidad de hace 20 años. Pronto hubo un silencio, y fue cuando Emma dijo:
-Hace cuanto no nos veíamos. ¿Por qué dejamos de hablarnos?
-Sinceramente no lo recuerdo- contesto Carlos muy serio.
Veían el atardecer mientras devoraban los últimos pedazos fríos de sus helados. Claro que lo recordaban. Ambos habían dicho cosas horribles en esa pelea. Mirándolo años después, los dos pensaban que no había sido tan grave. El problema fue la primera novia de Carlos. Luego de tanto tiempo, Emma se sentía avergonzada de sus celos hacia su mejor amigo, pensaba en lo poco madura que había sido.
Por suerte solo fue una pelea adolescente y, a pesar de estar tan enojados como para no hablarse nunca más, habían crecido y decidieron encontrarse nuevamente.
Pasaron un rato en silencio, reflexionando. Repentinamente, Carlos mira su reloj.
-Em, disculpame, tengo que irme urgente- le dijo recogiendo su bolso del suelo-. Esto del matrimonio y la paternidad es un trabajo de tiempo completo.
Emma se levanto para saludarlo.
-Tienes mi número, llamame y nos reuniremos- dijo Ella.
-Obvio, aun no nos hemos burlado de las fotos del anuario. ¿Cuánto te quedas en la ciudad?
-No tengo planes actuales de irme, pero te avisaré. Vendré a visitarte regularmente, lo prometo- su rostro se iluminó con una sonrisa.
Se saludaron una vez más y Carlos se dio la vuelta, pero decidió hacer algo más antes de irse.
-¿Em? Lamentó todo lo que dije hace 20 años.
Emma, emocionada, respondió:
-Yo también lo lamentó.
Intercambiaron sonrisas y se alejaron con el alivió de recuperar a un viejo amigo.
¡Muchas gracias por tus cándidas palabras! Creo que se me «escapó» el objetivo y literalmente me perdí en mis pensamientos, como bien expresas 😀
Era un domingo de un mes de abril de un año cualquiera. Amaneció un día soleado por lo que decidí dar un paseo aprovechando que hacía unos 25 grados. Me vestí con pantalón corto, camiseta de tirantes, unas deportivas, unas gafas de sol y unos cascos para poder escuchar música mientras me daba el paseo.
Antes de salir a andar me fui a desayunar a la Churrería que está al lado de mi casa. Me pedí un vaso de Nesquik con leche templada y tres churros grandes. Pagué la cuenta, fui al servicio y ya estaba preparada para comenzar mi paseo.
No me comí mucho la cabeza y fui por mi ruta habitual que consiste en ir hacia una gran arboleda cercana a mi casa. Antes de llegar a esa arboleda tan bonita y fresquita debes andar durante diez minutos por calles aburridas de la ciudad, luego llegas a un parque, cruzas un puente y, por fin, te encuentras ese bonito oasis en medio de la ciudad.
Para ser una mañana de domingo soleado y primaveral pocas personas me encontré por el camino. Supongo que la mayoría de ellas preferían descansar en su casa después de un sábado con mucho jaleo. En el fondo yo sentía un poco de lástima por estas personas porque no podrían disfrutar de un domingo tan bonito.
En fin, volviendo a mi paseo solitario por la arboleda. Debido al calor y a la humedad que hacía yo iba buscando la sombra de los árboles, parándome para ver o hacer una foto a alguna flor, planta o árbol que llamase mi atención como de algún insecto o pájaro que revolotease a mi alrededor.
A la media hora del paseo por la arboleda me entraron unas ganas enormes de hacer unas necesidades básicas menores y aprovechando que no había ningún paseante a la vista me escondí detrás de unos árboles con unas matas un poco espesas para que no se me viese por el camino. Luego bebí un poco de agua potable de una fuente cercana y me di la vuelta para poder ir a la panadería a comprar una barra de pan antes de que lo cerrasen.
Antes de iniciar el paseo de vuelta di un giro de 360 grados en mitad del camino para volver a admirar el paisaje, hice un par de fotos y me despedí mentalmente de la arboleda hasta mi próxima visita.
Sabía que nada sería igual después de este momento, cada paso le acercaba a la concreción de sus decisiones, unos pasos que deseaba disfrutar, inhaló profundamente, sus pulmones se llenaron del aire fresco del bosque, su cabeza se saturó del aroma de maderas y hojas frescas, sus pasos apenas se oían sobre la suave tierra, seguro y pausado marchaba por aquel improvisado camino bordeado por enormes testigos de madera que que mecían sus hojas «parecen decir adiós», pensó para si. Al final de sus pasos no habría marcha atrás, no habría cabida para el arrepentimiento. El tiempo vuela, son casi la una de la tarde, es puntual y confía en que el encuentro se de sin contratiempos, no duda en que lo esperara al final del sendero y por fin recibirá lo que tanto ha anhelado, es una cita, un compromiso serio. La conoció la noche en que corrió al bosque para llorar su pérdida, se extravió y entre la pena y la confusión ella apareció, fue su consuelo, su guía y su esperanza; le prometió que todo pasaría pero si al término de dos años el dolor no había pasado lo encontraría en el mismo lugar a las 3 de la tarde, le prometió un camino que lo llevaría hacia ella, le prometió su ayuda, le prometió un costo posible de pagar y no negociable. Dos años pasaron ya. Apenas cruzó la mitad del camino y la oscuridad lo envolvió, la noche repentina y antinatural le dieron la certeza de estar en el lugar exacto, un viento frío silbó al colarse entre las ramas de los cientos de árboles, sin prisa y sin duda dio pasos más largos, su corazón latía ansioso, deseaba correr y acelerar el proceso sin embargo mantuvo el ritmo de su marcha, cerró los ojos y la imaginó una vez más, la recordó feliz, a su lado; abrió los ojos para evitar que los recuerdos le arrebataran su belleza con la memoria de un accidente. Apenas pisó la línea final del camino y la que conoció esa noche apareció. «Estoy en un punto de no retorno» pensó. – «Lo sabías desde siempre, esto no es un pacto con el diablo, es conmigo», -«lo sé, ¿me está esperando?» La espectral figura señaló a su izquierda, apenas se asomó una sonrisa iluminó su rostro; la muerte empuñó una daga, mientras él corría para abrazarla su cuerpo se desplomó con un golpe seco en tierra.
Ese olor, lo reconozco, es inconfundible, sí, no hay duda, es olor a tierra mojada. Abro los ojos muy lentamente, me siento adormecida, estoy tirada sobre el pasto, quiero levantarme pero no puedo, el cuerpo me pesa, aunque lo intento no puedo moverme. Quiero pedir ayuda pero no hay nadie alrededor, solo puedo ver pasto y un largo camino acorralado de dominantes árboles. ¿ Qué hago acá? No puedo recordar con claridad, me veo bailando con amigas, subiendo a un taxi, ellas me gritan como siempre: ¡Avísanos cuando llegues! Luego todo se desvanece, se torna oscuro, ya no voy a volver.
-Venga corre mas rápido -dijo Marc riendo, incluso los árboles corren más rápido.
Jorge un chico gordito, no podía más, estaba agotado, le sudaba toda la cara. Quería parar pero no lo quería decir en público, le daba vergüenza. Estaba rojo como un tomate, se estaba ahogando, empezó a ver esos árboles tan bonitos de forma rara, los veía borrosos y con puntitos de colores, no era normal. Paró y se cayó al suelo, se desmayó!!! Como iba último nadie lo vio caerse, se quedó solo en medio del bosque desmayado. Pasaron horas y horas, al final una familia que paseaba por ahí se preocupó por él, le preguntaron…
-Hola, ¿ nos oís? ¿Nos puede oír? -preguntaron
Pero como Jeorge estaba desmayado no respondió, le miraron el latido del corazón, y estaba bien pero latía pero muy lento. Llamaron a la ambulancia para que viniera, pero como estaban en el bosque tardó mucho. Cuando vino preguntó…
-¿Que le ha pasado? – dijo el médico intrigado.
-Nos lo hemos encontrado así – respondieron.
El médico se arrodilló a mirarle el corazón, le puso los dos dedos en la muñeca, y dijo…
-Masaje cardiaco ya! Cinco golpes separados en la espalda entre los omoplatos también 5 compresiones abdominales. Venga rápido, si no lo perdemos. La familia dio dos pasos atrás asustados. Como el niño no respondía lo llevaron al hospital. Al cabo de 2 días la familia fue a preguntar a los hospitales más cercanos de donde lo encontraron , después de tiempo investigando encontraron la respuesta. TODO SALIÓ BIEN GRACIAS A ELLOS!
La oscura noche caía entre las rendijas del follaje. El paradisiaco camino de cipreses comenzaba a tornarse lúgubre y desolado. Un chico de 12 años hurgaba con una vara las brasas de una pequeña fogata que tenía al frente. El fuego hipnótico crujía cada cierto tiempo y dejaba escapar al aire reminiscencias encendidas.
-Él y sus reglas-. Su voz se amplificó por el silencio y un eco tenue le llegó en forma de murmullo. Se llevó ambas manos a la boca, el sonido de su propia voz lo sobresaltó. ¨No es nada¨, se tranquilizó. Bajó su mirada nuevamente y una brisa de aire fría le acaricio el rostro, alzó sus ojos para ser testigo de un búho que surcaba el cielo en ese preciso instante. El niño todavía absorto en sus pensamientos se sobrecogió de golpe. ¨Qué animal más silencioso¨, se dijo y sintió miedo.
-Quizás ya debería volverme- esta vez el eco no lo sorprendió. -Ya han pasado algunas horas y quizás papá esté preocupado-. Negó con la cabeza. — Todavía es muy pronto, debo aguardar un poco más para que se preocupe de verdad -.
Un sonido estridente se escuchó a lo lejos, ¨Me está buscando¨, pensó. Sintió un alivio enorme, ya eso de ser un forajido lo estaba asustando. ¨Si vienen varias personas papá no podrá reñirme delante de todos¨.
El chirrido sonó esta vez más cerca y fue tan claro que no tuvo dudas. Poniéndose en pie de un salto corrió despavorido por donde había llegado. Era un grito de dolor humano producido por algún tipo de ave. El miedo se le colaba por los poros, ¨ ¿Papá estará por ahí? ¨. Algo cayó del cielo varios metros frente a él, se detuvo en seco. El corazón le retumbaba en los tímpanos. HHHAAAIIIIAAAHHH el chirrido ensordecedor tronó a una distancia prudencial. Dio media vuelta y corrió llamando a su papá con todo el aire que le dejaba su huida. Se detuvo de pronto, paralizado, la bestia que acababa de caer frente a él desde la copa de los árboles era una masa sanguinolenta con forma humana, se le veían retazos de ropa, los ojos desencajados del rostro, unas fauces abiertas denotaban un dolor inminente, su mandíbula se desencajó y pronunció un chillido ensordecedor. Las hondas del grito retumbaron en un muro a la entrada del bosque, sus ladrillos agrietados tuvieron espacio para otro cartel de persona desaparecida.
La bola de pelos me ve y ni siquiera me mira
No conoce de problemas, ella tan solo vive
Es tanto amor que da y tan poco el que pide
Que reinventa la felicidad cada vez que respira
La bola de pelos incita con cada emboscada
A ser el niño de siempre que a veces se olvida
Porque entender el cosmos es rascar su barriga
Y Descubrir a Dios es tenerla en la almohada
El retorno siempre aguarda, devoción divina
Preámbulo de amores, tristeza desterrada
La vida se hace fácil si la observa su mirada
Nunca te vallas de ella mi pequeña canina
Perdón, este escrito es del tema 5.
Era casi el crepúsculo la maga blanca seguía tumbada boca arriba a la orilla de un bosque que colindaba con el mar. Las nubes negras merodeaban por el cielo; parecía que ellas mismas empezaban a emprender su huida también. El aire olía a tierra mojada y hierba, estaba impregnado con un dejo salado de la brisa marina.
No sabía cuanto tiempo llevaba ahí, lo único que sabía era que estaba viva; había logrado escapar. Recordaba haber estado corriendo, tampoco sabía por cuanto tiempo, pero sí sabía que huía de la oscuridad.
Hacía casi un año, si sus cálculos no le fallaban, había entrado al bosque de la salvación, en cuyo centro se encontraba el árbol corazón, de cuya savia manaba el elixir de la felicidad. Y como todo gran tesoro, árbol estaba resguardado desde tiempos inmemoriales por tres arpías que no permitían que nada ni nadie se acercase a él y para ello, sobre el cernían hechizos y maldiciones que alejaban a cualquier visitante que no fuera de su agrado.
La maga blanca entró al bosque con determinación. Durante décadas había estado vagando en busca de algo que le diera sentido a su vida, y creyó encontrarlo en ese sentimiento.
Camino durante algunas semanas y pronto se encontró con las arpías, quienes pusieron a prueba su valor y determinación de alcanzar el árbol corazón. Los detalles serán contados en otra ocasión, pero hubo una larga lucha que según dicen, pudo escucharse hasta los lugares más recónditos del bosque y que se prolongó durante días y noches enteras.
La maga blanca tarde comprendió que su cruzada había carecido de sentido. No había mucho qué hacer ya en contra de las tres arpías. Sus hechizos y su veneno estaban ya muy adentro del árbol corazón, había alcanzado sus raíces y lo pudrían desde el interior. Con una profunda tristeza en su corazón, la maga supo que tendría que huir o de lo contrario, moriría alcanzada por el veneno en lo que se había convertido lo que en alguna ocasión confundió con su salvación.
Comenzó a correr, tanto como sus piernas podían hacerlo. A sus espaldas escuchaba gritos, maldiciones, hechizos que las tres arpías lanzaban en su contra para impedir que saliera del bosque: nadie que entrase, podía salir con vida. Corrió y corrió hasta que no pudo escucharlas más, hasta que sus piernas se tambalearon, y perdió el equilibrio. Cayó contra el suelo y ahí se quedó durante quién sabe cuanto tiempo. Finalmente pudo girarse y observar el cielo que reflejaba el azul del mar. Respiro profundamente sintiendo el olor y el dolor de su derrota. Sintió también como las lágrimas inundaban sus mejillas: y lloró.
Carlitos corría por la senda de abedules tras un perro bodeguero que había encontrado hacía dos horas junto a la carretera que pasa por delante de la pequeña casa de piedra que tienen sus tíos en la sierra.
Su hermano, de actitud mucho menos curiosa, prefirió quedarse dormitando junto a la sombra de un manzano. Sin embargo, Carlitos se alejó tras aquel animal movido por su afán indagatorio.
El blanco perro, manchado de negro, corría como movido por una fuerza invisible. A duras penas, el niño lo seguía. Hasta que, bruscamente, se detuvo junto a un frondoso roble bajo el que comenzó a escarbar dejando al descubierto un agujero muy parecido a una madriguera.
Carlitos había leído la famosa novela de Lewis Carroll y no pudo más que sentirse identificado con Alicia, salvo con la excepción de que el animal al que él perseguía no era un elegante conejo blanco con chaleco y reloj, sino un hermoso ratonero andaluz. La imaginación del niño empezó a desbordarse con las maravillas que encontraría si caía por el agujero, así que, con sigilo, para no espantar al perro, fue acercándose poco a poco a aquel túnel que lo conduciría a un mundo de fantasía.
Justo en el momento en el que alcanzaba el borde, se escuchó la voz de su tía en sus espaldas: “¡Carlos, que te vas a matar!”. Pero ya era demasiado tarde y el cuerpo de Carlitos resvaló por el agujero.
Para su decepción, y alegría de la tía, aquella “maravillosa madriguera” no medía más que unos pocos centímetros ya que se trataba de un buen escondrijo para los huesos que el canino hurtaba a los vecinos de la zona.
Os podéis imaginas la enorme desilusión del pobre Carlitos que, en un momento, vio todo su mundo de imaginaciones evaporarse ante sus ojos. Aunque bastante peor fue la descomunal regañina que recibió de su tía por haberse marchado solo, campo a través, alejándose de la casa y del sendero de abedules.
Era igual que lo recordaba. Una legión de caballeros con sus armaduras de cortezas , sus ramas en ristre y sus miles de galardones verdes que demostraban su poder, cuantas batallas habían ganado. Papá me dijo que este lugar era su orgullo. Realmente era un pedazo de tierras de nuestra familia, pero su orgullo era casi tan grande como este terreno como para adueñarse-lo. Pues aquí habían batallado no se que pueblo medieval, o quizá era uno de esos lugares donde mataron a españoles en la guerra civil.
De pequeño jugaba entre ellos, esas historias de guerras me inducían a imaginarme que caminaba por un gran salón y estos guardias me conducían a un gran soberano y aún más gran tesoro, pero el final era tan lejano que los gritos de mis padres me hacían retroceder. Otras veces era algún conejo que hacía de bufón y cuando me quería dar cuenta, la oscuridad me impedía avanzar. Por mucho que los guardianes lo vigilaran, no era demasiado valiente.
Quizá es al final del camino a donde fue papá cuando no volvimos a verlo aquella noche de invierno. Todo el pueblo dice que lo buscaron aquí, pero yo era demasiado pequeño. Ahora que ya tengo mujer e hijos quizá sea el momento de adentrarme en el salón de nuevo y ver si junto a ese tesoro estará papá sentado en el trono. No les he avisado de que he venido aquí, tan solo les he dicho que no tardaré mucho en volver.
Aunque ahora que lo creo, eso fue lo ultimo que recuerdo que me dijo papá.