Escribid un cuento infantil sobre un animal de compañía.
El texto no debe sobrepasar de 2.000 caracteres.
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Miraba por la ventana con los ojos tristes. No le era fácil entender distancias. Para él, que su amigo se mudará de casa no quería decir que ya no pudieran verse. Pero sus papás le explicaban que Pepe viviría lejos, muy lejos de ahí, atravesando mares y montañas. Tan lejos quedaba aquéllo, que no se podía ir ni a pie, ni en coche. ¿Qué haría por las tardes sin Pepe? ¿Con quién jugaría en los recreos? Con Pepe podía abrir los brazos y ser un avión al vuelo. Podía patear una pelota y ser un campeón mundial. Podía, incluso, hacer la tarea divertido… En esto pensaba, cuando escuchó la voz de su padre: – Hijo, ven que te tengo una sorpresa-. Bajó sin muchas ganas, encontó a su papá muy sonriente con un caja en las manos. – Toma, ten, te lo manda Pepe.- ¿Pepe? Eso le entusiasmó. Se asomó dentro de la caja, y encontró un pequeño erizo albino que le miraba con sus ojos rojos. Acercó su mano para acariciarlo, y el erizo se hizo bolita asustado. Parecía una cochinilla. – Deberás ponerle un nombre- le dijo su padre. ¿Cómo se llama ese lugar en el que Pepe va a vivir?- preguntó. -Praga, se llama Praga y queda en Checoslovaquia.- -Pues entonces se llamará Pepe Prago.- respondió. Pepe Prago era pequeño, espinoso y muy simpático. Le alegraba las mañanas, las tardes… Pero sobre todo, las madrugadas. Y es que Pepe Prago era nocturno, es decir, que andaba tremendamente activo toda la noche, haciendo ruidosas travesuras, y en cambio, descansaba todo el día. Pepe Prago, con sus hermosas espinas, acabó con toda la tristeza, y dejó bien instalada en esa carita una sonrisa de felicidad, tan grande y tan hermosa, que todo lo podía.
Valentina era la pequeña de cuatro hermanas y echaba mucho en falta un amigo para jugar .
Un buen día, una de sus hermanas apareció con un precioso Setter irlandés y a Valentina le costó creer que no fuera un sueño. Se volvió loca de ilusión, nunca había imaginado que llegaría a tener una mascota en casa, y cuando se encontró con esa sorpresa, decidió que no se separaría de ella ni un momento.
Se pasaba el día a su alrededor y la perrita juguetona y saltarina rápidamente la eligió como su querida » ama «. Ahora al salir del colegio corría a casa, con ganas de acariciar a Lula, nada le parecía más divertido que estar con ella.
Hoy sin entretenerse con los otros niños, se fue feliz imaginando ya a Lula saliendo a recibirla, moviendo alegre su cola. Pero al llegar a casa, Lula no ladró, ni salió al abrir mamá la puerta.
Valentina levantó los ojos y buscó los de su madre, vio en ellos tristeza. Y empezó a gritar Lula, Lula, donde estás Lula…
Llorando, preguntó y su mamá acariciandola , la abrazó y con todo el cariño del mundo, le explicó que Lula estaría feliz en su nuevo hogar en el campo, que allí podría estar al aire libre, correr, saltar y divertirse en una casa llena de niños.
Valentina no podía dejar de llorar, no podía entender a los mayores, por qué? por qué ? por qué ?
Mamá, se la quedó mirando y le dijo, Valentina, cariño, no llores más , te prometo que cada quince días iremos a ver a Lula, sus nuevos amos son amigos de papá y podremos arreglarlo.
Valentina abrazo muy fuerte a su mamá, y le prometió agradecida portarse bien.
Se quedó tranquila, la sonrisa de mamá, no mentía.
Hace mucho tiempo, cuando los abuelos aún eran niños, todos conocían a Parlo. Parlo era un perrito con la colita retorcida como una viborita enredada en una rama, pero sin la rama. Lo más genial, era que este perrito podía hablar con los niños y sabía cosas del mundo, porque conocía muchos países y personas.
Una mañana, Parlo se encontró a un niño muy triste en la orilla de un gran lago.
—¡Hola! ¿Cómo te llamas?
—Soy Quique —dijo el niño—. ¡Sabes hablar!
—Sí. Hablo porque cuando nací, mi dueño me daba alfabetos para comer y me bañaba con sílabas —le explicó Parlo a Quique—. Y tú ¿Por qué estás triste?
—Es que no me llevaron a pescar en bote —dijo el niño limpiándose sus lágrimas.
—¿Por qué no te llevaron?
—Porque no quise ir.
—Y ¿Por qué no quisiste ir?
—Es que el capitán del bote, siempre tiene cara de enojado —dijo Quique.
Parlo hizo unas piruetas y algunas otros trucos perrunos hasta que hizo reír a Quique. Durante el día se hicieron amigos y Quique le daba galletas de letras para que no dejara de hablar. Su nuevo mejor amigo, le dijo que él lo iba a ayudar para que pudiera ir a pescar.
Al día siguiente, Quique se levantó muy temprano, puso agua en su cantimplora y llevó doble ración de galletas para todo el día; para él y su nuevo amigo. Pero Parlo no apareció a lo orilla del lago. Creyó que se había ido.
Quique creía que Parlo no era su amigo, porque no estaba y se puso triste toda la mañana. Veía embarcaciones a lo lejos, en el lago, y creía que nunca más iba a ir a pescar ni a tener amigos.
De pronto. Oyó que alguien le gritaba desde al agua y cuando se asomó al lago, vio que Parlo venía nadando hacia él.
—¡Amigo Quique! ¡Ya puedes ir a pescar! —le dijo su amigo canino, mientras se sacudía toda el agua y bañaba al niño.
—¿Por qué? —Preguntó sorprendido.
—El capitán dijo que tiene la cara así por una enfermedad, pero que le gusta que vayas con ellos.
Quique entendió que no debe pensar mal de las personas y las situaciones sólo por la primera impresión. Y se puso muy feliz.
Había una vez un niño que se llamaba Israel, vivía con sus padres en un pequeño piso en el centro de una ciudad. Una mañana él y su padre Manuel, se dirigieron al colegio, como cada día, y al salir de casa encontraron una cría de gorrión:
¡Papa mira es un bebé pájaro! Pobrecito, está sólo, lo van a atropellar….
Debe haberse caído de un nido o habrá llegado aquí volando, aunque todavía no parece que tenga muchas plumas para poder volar…
¿Podemos llevarlo a casa, por favor?
Eso haremos. Le pondremos pan y lo dejaremos en el balcón en un caja de zapatos.
Israel y su padre dejaron al bebé pájaro dentro de una caja de zapatos abierta en el balcón de su casa y se fueron al colegio. Al poco tiempo la mamá de Israel llegó a casa y no sé dio cuenta del nuevo inquilino. Sólo se fijó en que dos gorriones piaban mucho alrededor de la ventana. Eso le sorprendió mucho porque era algo que no solía pasar. Más tarde salió al balcón y vio al pequeño pajarito. Entendió que los gorriones eran sus papás que venían a traerle comida. Los dejó allí, observándolos desde lejos. Era bonito ver como alimentaban al pequeño dentro de esa caja de zapatos.
La mamá de Israel salió a comprar, y a la vuelta vio sorprendida que el animal no estaba en su sitio. Buscó por el balcón. Los gorriones padres seguían viniendo al balcón, piando con fuerza llamando a su hijo. Se asomó hacia abajo y observó que el pequeño animal había caído al vacío y revoloteaba en el suelo. El dueño de la pastelería del barrio lo vio y lo cogió. Se lo llevó dentro de su tienda.
Marta, así se llamaba la madre de Israel, sabía que el pastelero era un buen hombre, amante de los animales y por tanto quedó tranquila ya que sabía que lo cuidaría muy bien, mucho mejor que ella.
Mientras hacía las tareas domesticas, se dio cuenta que los padres del polluelo seguían yendo y viniendo al balcón, piaban desconsoladamente buscando a su hijo. Habían perdido su rastro. Pasaron horas así hasta que Marta no pudo aguantar más y decidió bajar a la pastelería a por el pajarito. El pastelero le comentó que lo había dejado en un árbol puesto que sólo hacía que revolotear y salir de la tienda. Fueron hacia él y efectivamente allí se encontraba, piando a sus padres.
Creo que deberías volverlo a dejar en el balcón, seguramente lo sigan alimentando hasta que él tenga fuerzas para hacer vuelos más grandes- dijo el pastelero.
Marta estuvo de acuerdo. Así que el bebé volvió a su cajita y sus padres le llevaron comida durante todo el día. Israel y Manuel regresaron a casa y se quedaron anonadados al conocer la historia.
No se deben recoger crías de pájaro. Hay que asegurarse que sus padres no estén cerca. Es la última opción llevarlos a casa. Tampoco comen pan, se alimentan de insectos- comentó Marta.
Al día siguiente ni el pajarito ni los padres estaban en el balcón. Seguramente, el pequeño animal consiguió las fuerzas suficientes para aguantar el vuelo. De vez en cuando, algunos gorriones rondan el balcón. La mamá de Israel piensa que son familia del animal al que ayudó.