Propuesta 83 – Taller de CREATIVIDAD LITERARIA

taller-de-creatividad-literaria-83Inventad una historia de máximo 2.000 caracteres que se desarrolle en una época en la que aún no se había inventado la electricidad. Procurad que eso se refleje en el texto.

 

 
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El libro de mi creatividad literaria

EL LIBRO DE MI CREATIVIDAD LITERARIA
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  4 comments for “Propuesta 83 – Taller de CREATIVIDAD LITERARIA

  1. Narradora de Cuentos
    26 noviembre, 2016 at 21:20

    Amanecí nerviosa, con la felicidad colgada del rostro. Hoy mi mayoría de edad, soñaba convertirme por fin en visible a sus ojos… Desde aquel almuerzo en la campiña inglesa, en el que papá fue agasajado con el fasto y cariño de la familia Cromwell, quedé desde mis inocentes 11 años, suspendida y enamorada, en las vivarachas pupilas del apuesto primogénito de los Cromwell, que por aquel entonces empezaba ya a despuntar con su simpatía innata y su descarada sonrisa, entre los prometedores jóvenes, de la austera nobleza londinense.

    Desde aquel día, varias celebraciones importantes en el marquesado de los Cromwell, habían permitido que volviera a verle. Siendo toda nuestra intensa relación, la delicada, casual y humillante caricia en la cabeza, dedicada a la graciosa hermana de su gran amigo James Brampton , pasando irremediablemente al instante siguiente, a relegarme al más absoluto de los olvidos.
    Los siete años que me llevaba, se erigieron desde el principio como un muro infranqueable, que cercenaba de cuajo, toda posibilidad al amor. Pero mi ensoñación y la ayuda inefable de las *hermanas Brontë, dieron alas y calado a ese amor, vivido y alimentado desde el asfixiante anonimato.

    A este especial día prometía acudir la flor y nata de Londres, por supuesto también los hijos varones de tan exquisitas familias. Pero mi ceguera emocional prometía tener ojos solo para el, y soñaba como no con que él, tuviera por fin ojos para mi.

    El día desde primeras horas de la mañana fue un ir y venir de gente por el palacete de verano, donde un batallón de ayudantes de cámara, doncellas, cocineras y camareros, dirigidos por la eficiente Sra. Larson, cuidaban de hasta el último detalle de la que prometía ser, la puesta de largo más comentada de la temporada. Tan solo para iluminar la fiesta se había preparado el encendido de más de 4000 velas.
    Mientras tanto ella, invertía nerviosa la mañana en acicalarse, cambiando dubitativa por dos veces el vestido y los zapatos, temerosa de errar en la importante decisión.
    Finalmente pidió al servicio que se retirara y dispuesta a ordenar sus ideas, tomó papel y pluma y a la sombra de la tililante vela, escribió …

    Llevo esperando este momento desde que soy capaz de recordar, pero me debo a mi familia y a su respetable apellido. Así me comprometo y dejó por escrito, que si vos no dais a partir de hoy pasos al frente hacía mi persona, mi firme propósito es olvidaros para siempre, acatando el destino que a bien tenga Mr.Brampton, mi padre para mi.

    Siempre suya;

    Sarah Brampton

    Hermanas Brontë. Charlotte, Emily y Anne. Novelistas inglesas cuyas obras transcendieron la época victoriana para convertirse en clásicas.

  2. 4 diciembre, 2016 at 20:39

    EL NOMBRE DEL DIOS

    Desde lo alto de uno de los árboles, Magec observaba a Sibisse, quien a su vez no apartaba su mirada temerosa, del mar. Era la más hermosa que había visto en su vida, más que la Diosa Chaxiraxi, aunque según el kanku, no lo era, no podía serlo, nadie era más bello que Chaxiraxi, quien tenía la dicha de mirarla quedaba ciego.

    Magec se acercaba a la playa solo para observar a Sibisse. Si no era por eso, nunca se acercaba al mar, su madre, antes de partir a caminar tras el sol, le advertía de los peligros de la costa.

    — Magec, tú no puedes caminar por la costa, eres demasiado alto, los hombres blancos que corren por el mar te encontrarían fácilmente y te capturarían. A la costa solo van los pescadores.

    Pero Sibisse, no parecía tener miedo del mar, aunque su mirada de color dorado expresaba preocupación, no era el mar lo que la asustaba. A veces, Sibisse percibía la presencia de Magec y le sonreía sin enseñar los dientes, pero no decía nada.
    Una tarde, Magec hizo caso omiso de los consejos de su madre y esperó a Sibisse en la playa, mientras desde allí, observaba la belleza del horizonte visto desde Taoro. Entonces, desde lejos vio llegar a Sibisse, arrastrando su cuerpo lánguido con zancadas de animal. Era ella, la reconocería aunque fuese ciego, aunque siempre se tapara los cabellos con un manto.

    Él se levantó de la arena y se aproximó a ella, que le miró con desconfianza.

    — ¿Vienes a ver a alguien que camina tras el sol?
    — No, vengo porque quiero estar sola.
    — Pues yo no voy a dejarte, podrían verte los hombres blancos que corren por el mar. Si intentaran capturarte, ¿quién lo impediría?
    — Tú. — Dijo- Y sonrió. — ¿Vienes a ver a alguien que camina tras el sol?- Preguntó Sibisse.
    — Vengo a verte a ti. — Ella sonrió sin responder.
    — ¿De qué tienes miedo? — Preguntó Magec.
    — De Guayota. Me exige como precio para aplacar su ira y no salir del Echeyde en mucho tiempo. Cada vez que sale su guarida, su vómito de fuego arrasa poblados enteros.
    — No pueden sacrificar más mujeres. Quedan pocas en Taoro, las hay que tienen varios esposos.
    — Pero el kanku lo aconseja. — Respondió Sibisse, el horror brotaba de sus ojos.

    No era la única en temer su propia muerte, Magec la acompañaba en su miedo. No le gustaría conformarse con verla caminar tras el sol, como le ocurrió con su madre. Se suponía que debería estar orgulloso de que su madre acompañase al séquito de Magec, el dios por el que recibió su nombre, pero le avergonzaba pensar que no lo estaba.

    Durante los días siguientes no pensó en otra cosa que no fuesen las palabras de Sibisse, pensó en qué podría hacer un humilde pastor, para salvarle la vida a una joven marcada como ofrenda al dios.

    Desde la gruta donde dormía, miraba las estrellas, que lucían fulgurantes en un cielo tan negro, como los cabellos de Sibisse. Pensó que no podía comprar su vida porque no tenía bienes. Tampoco le rezaría a Magec, el dios por el que recibió su nombre, porque hizo enfermar a su madre y se la robó para hacerla caminar tras él, con su séquito, desde que amanecía hasta que el sol se ponía. No se encomendaría a Achamán, el eterno, se suponía que un dios supremo debía impedir la muerte sin sentido. Tal vez le pediría la vida de Sibisse a Chaxiraxi, la que carga el firmamento.

    Dos lunas después, Magec fue a visitar al kanku, pues un hombre no podía hablar con una diosa sin la ayuda de un mediador.

    — Y bien ¿Cuáles son tus súplicas Magec? — Preguntó el anciano kanku, arrugado y oscuro como el cuero, escondido bajo su gorro puntiagudo de piel de cabra.
    Usted recuerda, anciano, que mi madre hace ya muchas lunas que se fue de nuestro lado, para caminar tras el sol.
    — Lo recuerdo. ¿Traes algún mensaje para tu difunta madre?
    — No, kanku. Ahora hay alguien, que está a punto de partir a caminar tras el sol, alguien a quien amo de verdad y creo que todavía puedo impedirlo.
    — ¿La joven de los ojos amarillos? ¿La que vas a buscar a la costa?
    — Sí, kanku ¿Cómo puede saberlo?
    — La gente murmura, Magec. Pero no hay nada que podamos hacer.
    — Quiero hablar con la diosa.
    — ¿Quieres hablarle a Chaxiraxi?
    — Ese es mi deseo.
    — Te costará dos reses.
    — Están fuera, kanku.
    — Está bien.

    El kanku se levantó trabajosamente, con la ayuda de Magec, prendió una antorcha con ramas secas y se acercó al lugar donde estaban la oveja y la cabra. Las llevó ante el pequeño altar que había construido frente a la gruta. Después de degollarlas entre fuertes balidos y sacudidas, preparó una hoguera y arrojó los dos cuerpos con la intención de que el humo llegara hasta el cielo, que era sujetado por la hermosa Chaxiraxi.

    — Ahora puedes hablar, Magec.
    — Quiero saber cuál es la forma de impedir que Sibisse sea ofrecida a Guayota como precio para que se quede en el Echeyde y no salga a arrasar poblados con su lengua de fuego. — El kanku guardó silencio por un momento.
    — La diosa ha respondido. Dice que solo hay una forma de salvar su vida, pero que pagarás un precio demasiado alto a cambio.
    — No importa, quiero saber cuál es la vía, para poder decidir.
    — Dice Chaxiraxi que debes presentarte ante el Mencey y decirle que si se encienden hogueras en todas las grutas de Taoro, cuando Gayota salga del Echeyde se confundirá y creerá que todavía está allí, así pasará de largo, quedando Taoro libre de todo mal y sin llevarse consigo a Sibisse. No obstante, Guayota es rencoroso y se vengará.
    — Tal vez pueda burlar a Guayota, o tal vez no crea del todo en tus palabras, kanku.

    Varias lunas más tarde, Magec fue atendido por el Achimencey, en vista de que el Mencey Bencomo, debía ser un hombre muy ocupado.

    El Achimencey pasó por su lado sin tocarle, se sentó en su pequeño montículo ante Magec.

    — Y bien joven, ¿Qué vienes a proponerme?
    — Una solución menos cruel para impedir que Guayota salga del Echeyde y arrase Achinech, sin que haya que sacrificar a una mujer.
    — ¿Y por qué habría de ser eso un problema? ¿Quién no querría estar al lado de un dios?
    — Al lado de un dios tal vez Achimencey, pero no al lado de un diablo.
    — ¿Y por qué deberíamos evitar esa ofrenda, joven?
    — Porque se sabe que las familias prefieren varones y se dejan morir muchas niñas al nacer, es por eso que a día de hoy escasean las mujeres fértiles hasta el punto de que debemos compartirlas. ¿No le parece estúpido derrochar en mujeres para los dioses si hay otra solución?
    — Eres un joven descarado. ¿Te has parado por un momento a escucharte? Tus palabras suenan tan escandalosas que podrían costarte caras. Sin embargo me causa curiosidad esa solución que me propones, estoy dispuesto a escucharla. Habla.

    Magec propuso al Achimencey la solución que le había ofrecido la misma Chaxiraxi y sus palabras fueron escuchadas con un punto de indiferencia. Es por eso que durante otras tantas lunas siguió sacrificando reses con el fin de que su idea se llevara a término.

    Finalmente sus plegarias fueron escuchadas y esta vez el Mencey Bencomo, le llamó a comparecer ante él.
    Bencomo era casi tan alto como Magec, pero el doble de fuerte. Se colocó frente a él, casi tocándole, sus ojos miraban en el interior de los de Magec mientras decenas de hombres les observaban a su vez. Bencomo tocó con su dedo índice el entrecejo de Magec y dijo:

    — Sibisse será igualmente preparada para el sacrificio. Mas se prenderán las hogueras como dijiste, y si Guayota no toca ninguna aldea, la joven conservará su vida. De lo contrario, será arrojada desde lo alto del Echeyde como pago por la calma de Guayota.

    Magec sonrió y ofreció una gran reverencia al Mencey. Bencomo siguió hablando:

    — Con una condición: Serás tú quien encienda las hogueras alrededor del Echeyde y en los lindes de los pueblos.
    Al día siguiente, Magec esperó a que el sol bajara de lo alto del cielo y fue a la costa para ver si volvía a encontrar allí a Sibisse. Tuvo que esperar casi hasta la puesta de sol, hasta que por fin llegó.

    Ella caminó con sus pasos largos y acompasados hasta llegar a su lado, llevaba los cabellos rizados y negros cubiertos con un manto de piel fina, muy curtida. Magec se levantó para recibirla. Ella le saludó con un tímido gesto. Él intentó hablar primero pero ella se le adelantó:

    — Hay algo que debes saber… — Magec guardó silencio, esperando sus palabras.
    — Sé que vas a arriesgar tu vida por mí. No deberías hacerlo, porque yo no te amo.— Sintió una fuerte punzada en el pecho, pero se recuperó rápido.
    — ¿Y a quién amas? ¿Al que vienes a ver a la playa todas las tardes? ¿A ese hombre que camina tras el sol? — Ella no respondió. — Tal vez ahora no sientas nada por mí, pero tu corazón será mío cuando te salve la vida.

    Y roto por el dolor, dejó a Sibisse en la playa intentando no volverse para mirarla. Ella se tapó el rostro con su largo manto, en señal de mal presagio.

    La noche de la ofrenda, pudo ver a Sibisse a lo lejos, la habían cubierto de ropajes y de adornos fabricados con astas de animal. Parecía la esposa de un mencey. Seguramente le habría obligado a beber algún brebaje que la adormecía, porque se tambaleaba bajo sus alhajas mientras ascendía con su séquito hasta la cima del Echeyde. Ni siquiera le miró.

    Magec encendió las hogueras ya desde el inicio del día de la ofrenda, ayudado por varios aldeanos de buena voluntad. El fuego prendió y se avivó hasta que el sol salió el día siguiente. La tierra no se movió, ni las lenguas de fuego salieron del interior del Echeyde. Guayota había pasado de largo creyendo que seguía en su guarida, y había ido a parar al mar.

    Durante las lunas siguientes se celebraron grandes festejos en todos los menceyatos de Achinech, en honor al Mencey Bencomo, que se atribuyó la idea de Magec. Pero a Magec no le importó, lo siguiente que hizo fue ir corriendo a la costa, horas antes de la llegada de Sibisse, para encontrarse con ella después de salvarle la vida. Aunque aquélla vez, la suerte no le sonreía. Una gran canoa de madera yacía sobre la arena y a bordo varios hombres blancos hablaban entre sí.

    Mientras él les observaba desde lejos, una especie de animal maloliente se precipitó sobre su espalda. No era una bestia, se trataba de otro hombre blanco venido del mar, era fuerte, pero mucho más viejo que él y de menor estatura. El hombre blanco comenzó a alertar a sus acompañantes y por un momento Magec pensó que la profecía de la diosa estaba a punto de cumplirse, que nunca volvería a ver Taoro, ni Achinech, ni a Sibisse, luego, su mente se enfrió, pensó que solía ser hábil en las luchas para la disipación de conflictos. Sin saber ni cómo fue, le derribó con varios movimientos ágiles de sus largas piernas. Sacó la tabona y se la clavó en el pecho varias veces, antes de salir corriendo entre las frondosa vegetación de Taoro. Tenía que impedir que Sibisse se acercara a la costa como solía hacer todos los días cuando se ponía el sol, luego avisarían a todos los aldeanos y correrían todos a esconderse a las grutas.

    En unas cuantas lunas todos los habitantes de Achinech hablarían de Magec, y no sería el nombre del dios el que aclamarían.

    • Narradora de Cuentos
      9 diciembre, 2016 at 00:57

      7000 caracteres más …

      • 2 marzo, 2017 at 16:18

        Creo que lo intentaré, me apetece seguir leyendo.

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