La revelación de un secreto da pie a pensar en argumentos sugerentes.
Imaginad que un amigo vuestro está borracho sentado a vuestro lado en la barra de un bar y empieza a confesaros “la verdad”.
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. . © El libro de mi creatividad literaria. Ediciones Obelisco. |
EL LIBRO DE NUESTRO AMOR*Un libro
para escribir en pareja y conocerse mejor. *Ya que no se puede amar de verdad lo que no se conoce, completar entre dos El libro de nuestro amor ayuda a fortalecer los lazos que unen a cualquier pareja.*En sus páginas se proponen cientos de preguntas formuladas de modo que el libro puede ser escrito por cualquier pareja que se ame, independientemente de su edad, sexo o conocimientos.*De venta en librerías y en www.sobrelineas.com
libros para escribir y luego leer
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Después de cerrar varios locales agotando lo que parecía ser siempre la última copa, Enric y Joan aterrizaron en un mugriento hostal de carretera, en el que apuraban el trago un par de parejas, con la urgencia de recalar en el cuerpo del otro. Así al menos lo delataban sus miradas, destilando alcohol y lascivia por igual…
Con las vicisitudes de las últimas dos semanas, en las que recibieron al unísono, la notificación de que no les renovaban el contrato. Siguieron los dos sumidos en la burbuja de la irrealidad, huyendo desaforados de aquella situación que más allá de dejarlos sin ingresos, les destinaba quizá a alejarles las vidas sin remedio.
Joan con la mirada etílica, miraba derretido y errático, como Enric acalorado, desabotonaba el cuello de su camisa. Sin preguntarse dos veces las consecuencias, decide quedarse, pendido en la boca del hasta ahora compañero, y durante lo que parecieron unos segundos eternos se aventuró a decirle; – Enric, desde el primer momento, en el que nos cruzamos en la entrevista de trabajo, advertí, que mi forma de mirarte, había destapado en mi, algo que siempre supe, pero que nunca me había parado a admitir. Que más allá de la camaradería que nos profesamos los dos, desde el minuto uno, me sentí atraído por ti sin remedio. Empujándome los sentimientos hasta el punto, de desatender mi puesto de trabajo, todo en aras de coincidir ó estar cerca de ti unos segundos…
Joan a duras penas acertó a articular palabra, prefiriendo mirar aquellos labios que delataban sin rubor que le deseaban y se precipitó de bruces a besarlos, sin capacidad alguna de retener por más tiempo su disfrazada realidad, que vivía escondido entre las rejas de un matrimonio, que primero le refugió de si mismo y luego lo aprisionó a una vida, de la que en silencio, cada vez más, renegaba.
Ahora todo cobraba de golpe sentido, atrás quedaban los reproches de su madre, cuando en la niñez lo veía olvidarse de sus camiones y pistolas, para ensimismado mirar a hurtadillas los juegos de sus dos hermanas mayores… Atrás las humillaciones del » matón del patio» , que le celaba en el baño y le obligaba a masturbarlo, jurándole que lo mataría si se atrevía a contarlo… Atrás su negado amor por aquel chico, que se acercó en la playa aquel verano, después de días y días de miradas furtivas, al que decidió no conocer por miedo a no saber controlar sus emociones, para acabar echándose en los brazos de María amiga de siempre, que aunque le conocía bien, decidió también apostar por el yugo del conformismo.
Aquel beso quemaba y derretía el velo de la negación, a una sexualidad que había condenado a vivirse desde el ángulo equivocado, cercenando de cuajo dos vidas , desperdiciadas en complacer a otros…
¿No crees que ya hemos tomado mucho? -le dice Rosa a Angèlica-
Tomemos el ùltimo trago y nos vamos -responde Angèlica con voz traposa- ¿Sabès?… tengo ganas de conversar, quiero soltarme un poco y revelar un secreto que me atraganta.
No es hora de confesiones que mañana lamentaràs o no recordaràs y yo sì, porque no estoy tan borracha como tù -Rosa no querìa oìrla-
No quiero continuar viviendo con Leo, pero me chantajea con contarle a la Jani que èl no es el papà.
¿¡No es el papà!?…
No, no es el papà… pero es el padre que conoce mi hija.
Jamàs me imaginè que Leo no fuera el papà
continuaciòn
_ ¿Sabès lo que dices Angèlica?
_ Por supuesto. He tomado màs de la cuenta, sì, si camino no lo harè en linea recta y seguramente no podrè hacer el cuatro, perdì el dominio de mi cuerpo por el alcohol, pero sè lo que digo.
_ ¿¡Cuàndo se enterò Leo!?
_ Siempre lo supo… Nos conocimos trabajando. Yo tenìa como 18 años y pololeaba con un chiquillo del barrio, que no era Leo. Me embaracè y mi pololo, tan joven como yo, se asustò y me dejò. Yo, sola, asustada tambièn, angustiada por la precariedad en la que vivìamos en la casa de mis papas, no me atrevìa a contarles de mi embarazo. Los meses pasaron y mi pololo desapareciò. Cuando mi preñez ya no podìa disimularla y mi llanto era frecuente: le contè a mi mamà, y ella se encargò de darle la noticia a mi papà.
_ ¿Y dònde aparece Leo?
_ Durante los meses de embarazo, Leo, se acercò a mi. Nos hicimos amigos y me apoyò mucho emocionalmente. Comenzò a visitarme en la casa durante mi permiso maternal y se preocupaba mucho de mi hija. Y un dìa me propone que nos casàramos y que le permitiera reconocer a mi hija como suya. Me dijo que estaba profundamente enamorado de mi y que tenìa muy claro mis sentimientos. Y yo aceptè todo… Y ahora vamos al baño o voy a vomitar aquì -concluyò Angèlica-
_ ¿Llamo por telèfono a Leo para que venga a buscarte? -pregunta Rosa, suspicaz-
_ Te acabo de contar que lo quiero dejar y ¿¡Quieres que lo llame!?
_ Disculpa, llamarè un taxi para ambas.
Al otro dìa, Rosa aùn consternada por la revelaciòn, telefonea a Isabel otra amiga en comùn que maneja màs informaciòn de Angèlica y èsta le confirma la paternidad de la hija de Angèlica.
CARTAS A NADIE III
Ya te conté, Juan, en la primera carta que te escribí, como me enteré de que fuiste tú el autor de aquél anónimo. Supongo que nunca llegarías a leerla. La escribí para un curso de narrativa, poco después del gran descubrimiento. Tal éxito tuvo (ni te lo imaginas), que llegó a ser publicada en un libro. Le regalé una copia a Laura, la novia de tu amigo, la que trabaja en Mercadona, pensé que te la haría llegar.
Tal vez creas que pretendo abandonar mi vida por tener un romance contigo, pero no, no es eso lo que quiero. Es muy difícil que me entiendas, te enamoraste y después me olvidaste. Descubrir a mi admirador secreto, no hizo sino despertar sentimientos que anidaban en mí y que ni siquiera sabía que existían, como si un extraño mecanismo me hubiese anestesiado esas sensaciones en el pasado, para que no sufriera. Después de saber tu identidad, brotaron como flores exóticas y palmeras en un territorio lejano que cambia de clima de la noche a la mañana y de pronto, lo que era un desierto, tras las fértiles lluvias se convierte en un vergel. Lo siento Juan, tengo que parar de escribir un momento, estoy derramando lágrimas sobre el teclado y necesito beber un vaso de agua.
Después del gran descubrimiento, no se me ocurre otra cosa que contárselo a Marina. Tú la conoces. Yo con miedo a que me tomara por loca, despacito, con pies de plomo: “Marina ¿Sabes qué? ¿Te acuerdas de aquélla carta que me enviaron en el Instituto? ¿Esa que nunca llegamos a adivinar quién la escribió? Pues nunca me creerás…” Va la tía y me suelta que ella ya lo sabía, con una media sonrisa en la cara. Siempre supe que Marina no era trigo limpio, Juan, pero a veces pienso que ser amiga suya fue una de las muchas cosas que no elegí. Íbamos juntas al colegio de monjas y mis padres pensaban que era de buena familia, que era la típica niña que me convenía, una buena influencia. Pues ya ves tú, menuda buena influencia, una tipa que me oculta información y la usa conforme le conviene.
No pude contenerme Juan, las lágrimas me rodaron por las mejillas otra vez, como lo oyes. Me senté en el sofá, Marina empezó: “Vamos, no seas tonta. ¿Te vas a poner así por una notita del Instituto?¿A tus 35 años?” Pues sí, Juan, me sentó como un tiro, porque no es por ti, no es la carta, es el símbolo de lo que no he vivido. Mientras ella se pasaba la vida de novio en novio, yo era la que volvía sola en el taxi los sábados por la noche, la que siempre la acompañaba a buscar a sus ligues y siempre salía por la puerta de atrás mientras ella era la reina de la pista, abrazada a su gorila, que cada sábado era uno distinto. No tenía por qué callarse, ella que siempre me ha tachado de envidiosa. Pues no me pidió ni perdón, me dijo que lo hizo por mi bien, para que no me descentrara, para que no me pusiera nerviosa, que aquéllos fueron tiempos muy difíciles para mí y que no me convenías nada. No se puso ni blanca, ni colorada. ¿Te lo puedes creer? Ahora ya que más me da Marina si sólo la veo dos veces año y ni eso, no merece la pena enviarla a freír espárragos, pero sé que nunca se lo perdonaré.
Supongo que cuando se cruza contigo por la calle te saluda y tal, hasta tontea contigo, a pesar de que hoy en día acaba de ser madre y se ha puesto más gorda que una vaca. Bueno, qué más da, en el fondo es una malcriada, una pobre persona sin autoestima que trata a los demás como objetos. Así nos trató a los dos, como muñecos. Ya sabes, la próxima vez que te la encuentres y te pregunte cómo estás con su vocecita de pánfila, pídele a Dios que te libre del agua mansa, porque supongo que de la brava ya te libras tú solo.
A veces me sorprende que no te enamoraras de ella, tan mona y tan falsa. Creo que sé por qué. Te miraba con interés y yo te ignoraba, eso me hizo más interesante a tus ojos. Sí, Juan, creo que le gustabas, por eso no me contó nada, pero además creo que lo sabías, pedazo de cabrón, por eso tapaste el bote y lo metiste en la nevera. Qué crack eres, y pensar que te tenía por un idiota. También puede ser que porque se parece demasiado a su padre. Esa es otra buena razón para que no te gustara. Perdona que me ría sola, pero es que estoy descubriendo el sentido de muchas de las cosas que en el pasado no me cuadraron, debo ser algo payasa pero me hace feliz. Te lo escribo a ti, porque André no entendería estas cosas, además me parece de muy mal gusto contárselas.
Bueno cariño ¿Te puedo llamar cariño? ¿Me dejas? Bah, me tomo la confianza. No quiero aburrirte más, con estas cartas tan largas que parecen testamentos, seré breve, aunque sé que nunca llegarás a leerlas, a veces lo pienso y se me parte el alma, otras veces me siento aliviada. Uno de mis psicólogos me recomendó que les escribiera a las personas a las que odiaba o había odiado, como un ejercicio de desahogo. Pero a mí no me gusta recordar a esa gente. Entonces un día pensé en alguien a quién sí que quería escribirle cartas, alguien a quien nunca se las podría hacer llegar, ya sabes quién. De todas formas si te doy miedo, o estas tonterías mías te hacen sentir mal, eres completamente libre de esconderte si me ves por la calle, de bloquearme en Facebook, o yo que sé, de tirar mis cartas a la basura. No me importa. Aunque quiero que sepas por nada del mundo querría hacerte daño.
Cuídate mucho cariño. Tal vez alguna vez tenga suerte y te acuerdes de que un día existí.