Escribid hoy un relato de máximo 2.500 caracteres que de algún modo se centre en el «agua» como elemento importante de la narración. Recordad que para contar los caracteres de un texto, podéis usar el menú Herramientas de Word o cualquier contador de caracteres en línea como estos:
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Sorteando el vertiginoso tramo, en el que los caudalosos rápidos, parecían abrir sus fauces dispuestas a devorarnos, la adrenalina era la protagonista absoluta… Minutos interminables de angustia, nos encogieron el estómago cuando Denver, no supero el angosto cañón y desapareció literalmente, tragado por unas aguas dispuestas parecía, a triturar cualquier ánimo de culminar, sus más de 5200 kilómetros de recorrido.
Me pregunté fugazmente que razones habrían impulsado a Denver, a compartir conmigo la locura de descender al completo El Nilo, considerado hasta hacía poco el río más largo del mundo.
De pronto asomo el vértice de su remo, y tras el, la desencajada expresión, de alguien dispuesto a lidiar hasta el último suspiro por su supervivencia. La providencia vino en su ayuda y tras unos inenarrables segundos en los que todos creímos sucumbir a su pérdida, un tibio remanso permitió a Denver encajar la pala de su remo, entre una piedra y una rama, que lanzándole su » brazo salvador «, le permitía agarrarse con decisión a la vida…
Aquella jornada, culminó como tantas otras, sabiéndonos un día más privilegiados, al raso de un protector cielo cuajado de estrellas, saboreando una taza de té, al abrigo de la hoguera. . Llevándonos en el alma la visión del magestuoso río, y de una región que nos había hecho sucumbir, a la inigualable belleza de sus increíbles paisajes, su colorida cultura y del poder y misterio, que cautivó a civilizaciones tan bastas como la del Antiguo Egipto.
Mientras intercambiábamos cháchara, té y tabaco, todos supimos que el río, desde sus fuentes en Etiopía hasta lograr alcanzar la desembocadura en el Mediterráneo, nos habría cambiado para siempre…
Fe de errata
VASTAS con » V »
Llevo el alma entre las manos, se ha manchado, se ha roto. Llevo el alma entre las manos flotando en una cama de saladas lágrimas. Camino con los pies descalzos, con la frente en alto, con la mirada clavada en el hueco de mis manos y lo que en ellas transporto. Voy serpenteando en el camino, avanzando entre los árboles, dando pasos cortos que siguen la carrera que lleva el río. Los minutos pasan rápidos, ruidosos, salpicados por el agua y por los cántaros. A la vuelta de la vereda, la gran cascada me recibe con su sonrisa de espuma y sus alas blancas. Hasta su orilla me aproximo, junto a su falda me arrodillo, y en la transparencia de sus aguas deposito mi alma. Ahora sí, mis lágrimas se han fundido con el río haciéndose extensas, interminables, vivas. Ahora sí, mi alma vuela a la caída de la gran cascada, y yo miro el bosque, observo la cascada, respiro el viento y la luz, y me elevo hasta recuperar el fondo mismo de mi alma.
Dicen que somos un setenta por ciento agua.
Siempre he pensado que el agua hace que las cosas sean más livianas, que meterse en la ducha sea una sensación placentera y relajante y descansar en la superficie del mar haga que, durante unos instantes, nos olvidemos del mundo.
¿Por qué no podemos sentirnos así si estamos compuestos en su mayoría por agua? Quizá lo que más pesa son las preocupaciones, los problemas, las ganas de desaparecer y la cara de enfado que llevamos a todos lados. Desde las siete de la mañana en la que suena el despertador hasta las doce de la noche cuando por fin conseguimos conciliar el sueño. Quizá por eso nos pesa tanto la vida. Porque según vamos creciendo cualquier nimiedad va aumentando su peso, hasta que el peso del plomo es comparable a aquel día en el que no nos levantamos del todo bien.
Y nos acostumbramos. Nos acostumbramos a aumentar las desgracias, convirtiéndolo en lo natural.
Pero yo he decidido ser agua, por fin. Fluir. Si, como si fuera una película hippie de los años 60.
Porque fluir como el agua, dejarla correr por los dedos, por los hombros, por las piernas y ver cómo toca el suelo es la única manera de sentir que floto de nuevo, aunque sea una mera ilusión.
Un nuevo sobresalto sacudió mi sumergido cuerpo con aquella aparición momentánea. ¿Qué habría sido? ¿La joroba de alguna ballena? ¿Un delfín? A esa distancia y con el oleaje del océano no pude verlo bien. ¿Y si fue un tiburón?
Mi piel ardía en la corriente del agua salada y la de mi pensamiento; quizás también a consecuencia del fuego. El mar de calamidades había comenzado esa mañana cuando el piloto del globo aerostático, de siempre, había mandado a un sustituto. Dijo que era tan experimentado como él.
¡Algo tocó mis piernas! Me dejo hundir un poco y abro los ojos bajo el agua, solo veo algún cardumen de peces que se desliza cerca de mí, evitándome. Pienso, con alivio, que quizás un pececillo lo logró evitarme pero se incorporó al grupo.
Antes de mediodía por fin habíamos comenzado a elevarnos sobre el campo del golf junto a la costa, ya todo iría bien. Todo, excepto la ráfaga de viento inesperado que nos comenzó a desviar de la ruta proyectada. Comenzábamos a dejar atrás el litoral donde los dos jóvenes que corrían en la playa, iban perdiendo tamaño.
Yo no puedo correr sobre el agua y mis piernas se están cansando de tanto moverlas para mantenerme a flote ¿Cuánto tiempo más seguiré moviéndolas? ¿Estaré perdiendo mucha sangre de la pierna?
El piloto del globo había dicho que tendríamos que elevarnos más para regresar a tierra, con una corriente inversa de aire porque arriba siempre había. Los músculos contraídos de su cara nos tomaron por sorpresa. Cuando llegó el infarto, el hombre golpeó el quemador y empezó el incendio. En segundos, ya se me había encajado un tubo en la pierna, mi esposa se había desmayado por el calor y, creo que el guía había muerto antes de que cayéramos al océano.
Aún con esperanza grito a Armida y después guardo silencio para escuchar su respuesta, solo me contesta el chapoteo del mar y una súbita sombra que miro de reojo. No es ella. Parece un animal que se acerca o sólo lo imaginé.
Ahí está de nuevo, parece una aleta de tiburón. Oigo algún motor a lo lejos. ¿Nos estarán buscando? Otra aleta de tiburón. Parecen aún algo lejos. He oído que les atrae la sangre y tengo una herida en la pierna. Aferro mi esperanza al sonido del motor.
En medio de tanta agua, todo puede pasar. Me pregunto si me encontrarán primero los de la embarcación, o antes llegarán los tiburones al origen de la sangre.
Miro hacia el horizonte y veo esa enorme masa de agua y me da miedo. Estoy en una playa tomando sol y bañàndome. Cuando salgo del agua, que refresca, que alivia, que es muy grata, me dejo llevar por la imaginaciòn y me veo incitada a aceptar un desafìo con ese mar, que ahora sereno no provoca susto, pero cuando embravece, su furia aterra; porque muestra un poco de su poder asolador. Pero como es imaginario, nado largos trechos y el agua acaricia mi piel un poco enrojecida por el sol y la brisa tan suave me arrulla y floto viendo como se aleja la orilla, y no me importa pues me lleva el mar hacia sus confines. Y me sumerjo en esta agua transparente e inofensiva, tan limpia que puedo mirar su flora…
Se deslizaba sutil y delicadamente por entre las piedras. Por la tranquilidad que transmitía nadie podría dilucidar que unos cuantos árboles, piedras, y fauna más arriba era una imponente caída que podría liquidar a cualquier temerario ser viviente que se osara interponer en su intransigente determinación fomentada por la gravedad. Tan adaptable y caótica, ambas cosas armonizadas perfectamente en una danza líquida que se escapa a cualquier intento de inmortalización. Así mismo, la misma que vieron caer atrás, yo la veo en un cristalino espejo líquido que, como si fuera por arte de magia, me permite verme cara a cara, viéndome a mí mismo tan cambiante, pero a la vez cegado por mi egocéntrico embrutecedor, que no me permite admirar más allá de mi reflejo como para poder entender que no solo yo he cambiado con el paso de los años, sino también esa agua que me refleja. Basta no solo con mirar al agua para saber que no somos los únicos que nos movemos en este planeta.
Allá en las profundidades,
Donde la luz no llega y el sol no calienta,
Habitan ciertas criaturas.
Pocos las conocen,
A pesar de haber sido vistas tantas veces.
Algunas veces las llaman vampiros del mar,
Pues, con la mas absoluta inocencia,
Se alimentan de la sangre de sus víctimas, muchas veces hipnotizadas.
Sus enormes ojos los miran, parecen dormidos,
Y ellas ven allí su subsistencia.
Monstruosos colmillos aparecen de sus bellos labios,
Y aquellas, sin perder algo del preciado tiempo,
Rodean el cuerpo en sus brazos y se hunden en las profundas fauces,
Disfrutando de su manjar carmesí.
No hay que confundirse, no es un misterio,
En su corazón no existe apenas una pizca de maldad;
Son seres divinos envueltos en el cuerpo del océano,
Agarrándose a la vida desesperadamente.
En general, las narraciones son muy cortas. Es muy fácil escribir pocas palabras, no hay un desarrollo de la imaginación en continuo ni se construyen historias con las partes que no han indicado en otros ejercicios. A parte veo que la gente publica en los ejercicios que le gustan y no se esfuerza en otros. A no ser que no se publique todo, que tambien puede ser.
Hoy estábamos especialmente nerviosas. Esto ocurría los días en que teníamos que ir a lavar ropa al lavadero. Previamente, mi madre se informaba, en el corrillo de vecinas, si ese mismo día podía ir a lavar La Eugenia o La Cataollas. Todo el pueblo sabía que cuando ellas iban al lavadero, era imposible tener algo de espacio para lavar tu ropa. Se sentaban abiertas de piernas con kilos de prendas viejas alrededor. Tenían 12 y 13 hijos respectivamente con lo cual se podían estar allí toda la mañana.
– Tengo que ir a lavar, ¿sabes si hace mucho que fueron?
– ¡Ay María!, hace ya que no asoman ni por las fuentes ni por el lavadero. Isidora me ha dicho que seguro que se presenten hoy o mañana.
– ¡Bendita la gracia! Tengo que lavar la ropa de fiesta de Manuel, si no quiero acabar con la cara marcada….
– ¡Envía a tus chiquillas! Ya están muzuelas…
– Pero ¿Cómo voy a hacer eso? Si no saben ni defenderse, ya sabes como se las gastan esas dos mujeres….
– ¿Te enteraste de la pelea?
– ¡Todo el pueblo lo sabe, se engancharon de los pelos por una sabana! No sé quien de las dos ganaría…
– Las Cataollas son peores que las gitanas…
– Si, pero no te fíes de la Eugenia. El otro día parece que se atrevió con el marido.
– ¡Dios bendito! ¿Y cómo fue eso?
– La amenazó con un palo por no tener la comida a tiempo. Fue su hija la Mariquilla, ya sabes como es, siempre con los novios para arriba y abajo, no hizo la comida y cuando el Paco llegó a casa y no estaba la mesa puesta, lo pagó con la madre y con la hija.
– Esa niña no aprende….
– No, y la Eugenia, cuando vio que la quería atizar con el palo, se revolvió como una culebra y ¡le mordió en la mano!
– ¡Por eso no puede trabajar en el campo!
– Si, esa es la historia. Me la contó la Benarda, ya sabes que siempre está escuchando por los patios.
– Pues estará de buen humor. Dios quiera que no me la encuentre. He de lavar la ropa si o si.
– Que tengas suerte. Yo de momento, puedo esperar.
María entró en casa. Su hija Carmen estaba sentada en su cama leyendo un libro de texto.
– Ya estamos con los libros, ¡te va a ayudar a algo tanta lectura?!
Carmen la miró con ojos de compasión.
– Madre, ya sabes que estoy entusiasmada con la novela de Genoveva de Bravante, no puedo dejarla a medias…. El problema es que soy muy lenta leyendo, ya me lo dice Doña Marina en clase. Por cierto, ¿sabes que hoy le ha pegado un guantazo a la Emililla del Quiosco?
– Algo estaría haciendo…
– Cazando moscas del tintero con la pluma…
– Ya lo sabía yo…
– Pero madre, todas lo hacemos, lo que pasa es que ella no oye bien y no la escuchó llegar. ¡Como se puso la señorita…echaba humo por la boca!
– Como se va a poner padre si te ve así en la cama a estas horas….. Hazme el favor de levantarte de ahí e ir a lavar la ropa de fiesta al lavadero.
– ¿Qué? ¡Seguro que está La Cataollas! No me obligues madre, esa mujer me da mucho miedo…
– Seguramente vaya a la fuente o al lavadero, vete al río, tendrás que caminar más pero seguro que ella no llega hasta allí.
– Está bien… menuda me espera. Con el calor que hace.
– ¡Pues date prisa, antes que apriete!
Carmen cogió la ropa de su padre, la envolvió formando un paquete y se la cargó a la espalda. Tomó camino hacia el río. La verdad es que le gustaba mucho aquel paisaje, hasta llegar a la zona del lavado. Primero pasaba por varios campos llenos de olivos, miraba en las solanas para ver si veía algún espárrago. Después había una carretera en cuesta algo complicada porque no había muchos árboles que proporcionaran sombra, el suelo era árido y seco. Con el calor se hacía muy pesado llegar hasta el sendero por dentro del bosque que llevaba hasta el río. Por ahí siempre pasaban hombres a caballo que miraban a las mujeres que iban a lavar la ropa. Muchos hacían un recorrido más largo expresamente para toparse con la Dolorilla. Era una joven fea, con granos, tenía el cabello lleno de grasa y completamente pegado a la cabeza. Vestía con ropa muy ceñida, dos tallas inferiores a la suya. Su escote era muy pronunciado, prácticamente podían verse sus pezones. A parte, siempre sudaba y sus gotas caían por un canalillo perfectamente construido. Eso encantaba a los hombres.
– Chacho, creo que la Dolorilla va a lavar.
– Prepara los caballos que hoy pasamos por la carretera del río.
Menuda cara de embobados… Yo quería ser como ella. Pero ni por asomo tenía su pelo, ni su cuerpo, ni sus pechos…
El camino se hizo corto, aunque pesado. Una vez llegada al río, sumergí las manos en el agua. Estaba fría y muy cristalina. Me encantaba mirarla y escucharla. Cerraba los ojos y me quedaba unos minutos disfrutando de ella, siempre y cuando no hubiera nadie más allí. Hoy era mi día de suerte porque estaba sola. Empecé a deshacer el bulto de ropa. Olía mal. A sudor. Tendría que frotar más en la zona de los sobacos y en la entrepierna. Me daba asco. Pero por favor… ¡no podía ni pensar eso! ¿Qué pasaría si padre se enterara? Me acordé en ese momento de Encarnita y su teoría de que los mayores pueden leer la mente de los niños. Para evitar eso, bastaba con no mirarlos a los ojos. Eso era lo que yo hacía. Padre no podía saber que es lo que pensaba sobre él si no acabaría marcada.
Froté el traje con fuerza, un poco con odio. Lo empujé varias veces sobre las piedras. El agua empezó a tomar un color marronoso. Que rabia me daba ensuciar esa pureza con la mierda del traje de mi padre. Tenía ganas de acabar en cuanto antes y que todo volviera a su estado inicial. Me di cuenta de que en el bolsillo de la chaqueta había un objeto. Era la navaja de fiesta. La metí en mi bolsillo. Por suerte me había dado cuenta antes de perderla. Algunas manchas no acababan de salir. Creo que era de vino. Madre siempre me decía que las dejara un tiempo al sol con un poco de sosa, así que eso hice. De mientras fui a dar una vuelta por la zona, siguiendo el curso del río hasta la zona “de los cailones”. Era una especia de cueva creada de manera natural en la que alguien escondió una virgen en una pequeña gruta. Muchas veces íbamos a pedirle buena fortuna. A madre no le gustaba. Decía que allí se ahogó Juan el de Ratones. Se bañó en una zona fangosa y quedó atrapado en el fondo. Nadie pudo ayudarlo a salir. También se ahogaron varios caballos. Uno de su abuelo. Era una zona muy peligrosa.
Después de pedirle a la virgen varias cosas, entre ellas que por favor pudiera acabar el libro de Genoveva de Bravante, volví al río a quitar las manchas del traje de padre. Cual fue mi sorpresa cuando vi a La Cataollas. Se había apoderado de la zona con sus piernas abiertas e había arrojado mi ropa en medio del fango.
– Pensé que no era de nadie -gruñó- como estaba ahí en medio…. Necesito lavar las sabanas de mis hijos, que tengo 13, ya lo sabes….
No sé qué me dio cuando vi el traje y escuché esas palabras….
– No sé quien se cree que es usted, Doña Cataollas. ¿Tiene derecho a venir y a echar a quien le de la gana porque tiene muchos hijos?
En ese mismo momento, me di cuenta de que varias mujeres del pueblo habían llegado al río y estaban perplejas al escucharme.
– Por Dios santo, ¿esa no es la Carmen? ¿La hija de la María del Carruco?
– Si, se está discutiendo con La Cataollas…. ¿En que está pensando? Corre… vuelve al pueblo a llamar a su madre…
Una chiquilla salió corriendo hacia el pueblo en busca de alguien que pudiera ayudar a la pobre niña.
– ¿Qué has dicho? ¿Tienes el valor de responderme a mi? ¿Quieres que te moñee aquí mismo y te arranque los pelos de abajo? -gritó-
– Si puedes levantar ese “peazo” de pandero que tienes ahí aposentado, ocupando las siete plazas disponibles para el resto de lavanderas…..
– Te las has ganao, prepárate que después de la tunda que te voy a dar, pienso hablar con tu padre, a ver si cuelga de la cuadra y te pega una paliza hasta reventarte…
– A mi padre no creo que le digas nada, “peazo” de cerda….
Dicho esto, se abalanzó contra la mujer que inesperadamente no supo reaccionar. Con la navaja de fiesta le rebaneó profundamente su cuello. La sangre empezó a brotar a borbotones. La gente del pueblo empezó a gritar y correr. El cuerpo de La Cataollas, cayó hacía el río provocando que aquel agua limpia y cristalina se tiñera de color rojo. Tiró la navaja y se limpió las manos con el traje de su padre. Corrió hacia los cailones, poseída por la rabia. Su cuerpo ardía, el agua la llamaba. Rápidamente se sumergió en la zona fangosa ante la impotencia de quienes quisieron ayudarla.