Hoy vamos a volver a utilizar la técnica de “relacionar palabras”.
Escribid una historia de máximo 2.200 caracteres en la que aparezcan las siguientes palabras:
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Un oleaje de tristeza me invadió de inmediato. El policía me informaba de su muerte. Con el pecho apachurrado y los ojos desorbitados, no podía dejar de repetir su nombre. Su esposa embarazada y su hijita de tan sólo un año acababan de quedar desamparadas y aún no lo sabían. Pero yo no tenía ni la menor duda de que no se trataba de un accidente. No. La excavadora lo había aplastado, pero detrás de ello habían intención y motivo. La semana anterior justo me había estado contando que tenía miedo porque había cachado a su jefe en una jugada chueca, muy chueca para la que ya no había tapadera. Pedí al policía que me esperara un minuto, me dirigí al piano y tomé la composición que para él estaba yo escribiendo. En ese momento sentí que llevarla conmigo era una forma de tomarle a él la mano. Me dirigí hacia la salida, me encontré con el policía, al que interrumpí mientras comía una salchicha. ¿Le contaría acaso que me parecía un homicidio? ¿Y si la policía también estaba coludida?
Un día más empieza mi rutina a hora temprana. Son las seis de la mañana , el momento en el que me siento más libre de pensamiento, en el que nada más abrir los ojos a la salida del sol, gusto por contemplar el oleaje desde mi ventana.
La mar hermosa, bravía ó calma me da cierta tristeza y añoranza, me transporta más allá de la composición poética, de la plasticidad del paisaje, a los días de mi niñez, en los que el abuelo fiel a su promesa, me dedicaba su jornada de descanso, se olvidaba de su cotidiana excavadora y se hacía conmigo más de 100 kms. de ida , en su destartalada furgoneta y otros tantos de vuelta, para que su querida nieta, disfrutara del mar…
No sé quién era más criatura de los dos en aquellas escapadas; el abuelo que era capaz de comportarse como un niño chico enfurruñado, si la abuela le requería para algún quehacer cotidiano que truncara nuestras ínfulas de aventura, ó yo que montaba una buena pataleta si alguna de aquellas circunstancias, nos dejaba sin poder acudir a nuestra cita …
Siempre supe, que querría acabar viviendo frente al mar, reviviendo con cada una de sus olas la complicidad de aquellos días …
Con la energía de la niña que fui adherida a la piel, salgo corriendo hacia la orilla y abandonando mi ropa, me zambulló dispuesta a revivir el maravilloso día en el que el abuelo me enseñó a nadar, convirtiéndome en mi ensoñación en una preciosa sirena…
Al salir del agua, la brisa me estremece, y me devuelve al presente; las arrugas me recorren hoy el rostro, pero no he perdido un ápice de ilusión .
Presurosa me visto y vuelvo feliz hacía la casa, Hector no tardará en reclamarme para el desayuno, al salir lo dejé peleándose entre fogones, con unas salchichas con huevos revueltos.
Me lo encuentro al acercarme al porche, canturreando y sujetando la tapadera de la vieja cafetera rezumando café. Elevando sus adorables ojos azules, recitándome mudos que todavía me quieren , siento que he vivido y vivo una apacible vida, bendecida también con el amor.
Risueña, se dice así misma que el abuelo sonreiría viéndola feliz …
—¡El cuadro te ha quedado perfecto! —La sonrisa halagadora parecía muy sincera.
—Muchas gracias, maestra —se atropellaron las sonrojadas palabras de la niña.
En el taller de fotografía le habían asignado una composición que incluyera objetos sin relación como una tapadera, una salchicha y una excavadora. ¡Tamaña tarea! Se había asombrado la pequeña.
—Tío —dijo la niña—. Si me dejas tomarte unas fotografías en el trabajo, te regalo todas estas salchichas.
—Claro —aceptó el hombre—. Sólo porque eres mi sobrina consentida.
Se sintió rebosante de creatividad cuando pidió al tío que colocara la excavadora sobre una tapa del drenaje pluvial y le pidió que se comiera una salchicha. Así tomó una de las fotografías. Pero la que eligió para le exposición fue la foto donde hizo llover salchichas.
Laura había entrado al taller de fotografía cuando se había comenzado a portar algo deprimida con la llegada de la pubertad. Sus padres, preocupados la llevaron con varios doctores y psicólogos, hasta que descubrieron su pasión por las cámaras y las fotos.
Cuando cambió las muñecas por las cámaras, su pasión le había hecho olvidar a sus amigos imaginarios y a sus amores infantiles no correspondidos. Ya, también, había restado poder a quienes la querían molestar en la escuela.
Cuando su maestra reconoció su talento con “La lluvia de salchichas” los padres y los tíos de Laura reconocieron que la tristeza ya había encontrado la salida de su vida. Vestía siempre una sonrisa sobre sus alegres atuendos y entonaba canciones de moda siempre que podía.
La estrategia de sus padres la estaba preparando para el oleaje emocional de la adolescencia.
Demasiado rápido y poco original.
Otra vez me encuentro en la misma situación que cada mañana después de haber soñado que estaba contigo. No encuentro salida a mi situación actual y de hecho pienso que nunca voy a lograr olvidarte. Ya hace casi un año que despareciste de mi vida e intento borrarte de mi memoria y de mis pensamientos. Me llamo Ágata y tengo 21 años. Hace más de tres que trabajo en una farmacia cerca de mi casa, un pequeño piso con dos habitaciones y un balconcito donde toca el sol casi todo el día. Este trabajo es una tapadera porque realmente quiero ser ilustradora. Me paso la mayoría del día realizando dibujos para mejorar mis habilidades y formándome constantemente siempre que mi horario laboral me lo permite. Vivo sola. No tengo familia cercana, sólo unos primos hermanos.
En la composición que estoy realizando ahora mismo, te dibujo a ti abrazándome, como quisiera que hubiera sido nuestra despedida. La realidad es que no pude coincidir ese día contigo y no tuve el valor de invitarte a tomar algo para poder hacerlo. Por suerte si llegué a escribirte, vía whatshap, herramienta muy útil en estos casos, aunque algo peligrosa. Más que nada por la interpretación que cada uno le da a una frase carente de emoción. Ni el emoticono suele arreglar el problema muchas veces. Soy partidaria de no escribir frases sin añadir alguno de esos muñequitos horrorosos. Pero en aquel caso, no supe como describir mis emociones. Quizás la cara llorando, o a punto de llorar sería la ideal. La cuestión es que te fuiste y la tristeza me invadió. Te dije que habías sido un gran compañero de trabajo y incluso llegué a escribir la palabra mágica, en estos casos, “amigo”, cuando en realidad lo que estaba pensando es que quisiera ser tu amante.
Que bonito es imaginar y soñar y que cobardes somos en esta vida, en la que no expresamos lo que sentimos, ni verbalmente ni con los emoticonos del whatshap. ¿Y si te hubiera puesto ese corazón rojo? ¿O la carita besando? ¿Hubieras entendido que te amo en silencio?. Estás en mi inconsciente y apareces de repente por las noches, en las situaciones más impredecibles. Hoy, por ejemplo, en la salón de la casa de mis padres, cuando era pequeña. Sentado en una silla destartalada, mirando la televisión con tu pose de siempre, algo chulesca, cómo si nada fuera contigo. Y aparezco yo, con una única prenda, una sábana que envuelve mi cuerpo completamente desnudo. Te saludo y haces lo mismo, ante todo eres educado, aunque muchas veces lo haces por obligación. Te quedas mirando mi cuerpo y abres los ojos. Me tiendes la mano y la acaricio sentándome a tu lado. Tu mano es bonita, sencilla, con pocas arrugas. Tus uñas son perfectas. Sigo el contorno con mi dedo y acaricio la palma. Repito la misma operación una y otra vez, hasta que entramos en una conexión casi perfecta en la que tu sabes que quiero decir y yo entiendo tus respuestas. De repente me levanto, con vergüenza, como si me hubiera excedido en mis actos, como si quiera algo contigo. Que realmente es lo que quiero, pero ni en mis sueños consigo demostrarlo. Tu estiras el brazo con intención de quitarme la sábana pero yo no cedo y me marcho pensando en lo maravilloso que ha sido ese momento contigo, con un oleaje de deseos en mi interior, totalmente reprimido ni yo sé porqué puesto que estoy en mi propio sueño.
Me voy a una habitación y siento que tu vienes detrás. Intentas entrar, pero yo cierro la puerta. Picas y abro. Tu cara es un poema. No entiendes nada y es normal. Ni yo misma lo entiendo. El querer y no poder es una sensación muy desagradable. Me despierto intentando volver al sueño para lanzarme a ti, para seguirte el juego al que me has dado pie. Pero ya es imposible, no hay vuelta atrás.
Y ahora en mi mundo diario, me pregunto de nuevo porque no puedo olvidarte. Por más que lo intento una y otra vez acabas apareciendo, o en mis pensamientos o en mis sueños. Es algo desesperante. Cuando te fuiste, me costó mucho sacarte de mi mente, hubo un tiempo en que creí haberlo logrado, pero siempre regresas. Me siento impotente y me dan ganas de llorar. Lo curioso es que estés en mi cabeza y nunca te encuentre por la calle. La única vez que nos cruzamos fue hace más o menos un año y pocos meses, cuando cambié mi camino habitual hacia el supermercado porque una excavadora invadía toda la calzada. Hacía un ruido espantoso y pensé dar un rodeo para no romper mis tímpanos. Ahí te vi, más guapo y atractivo que nunca. Tu forma de andar y tu cuerpo….imposible olvidar ese momento. Te saludé y te quedaste impactado, como si no entendieras que hacía yo por ahí. Te di las explicaciones pertinentes siempre con mis argumentos que parecen, muchas veces, parte de un monologo de comediantes:
– He tenido que dar una vuelta para ir a comprar porque una excavadora está invadiendo mi camino habitual … si, cosas que pasan…. Ocupa mucho espacio y hace ruido… me perturba, ya sabes como soy.
Sonríes, como en muchas de nuestras conversaciones. Intentas colocarme bien el tirante de la mochila, yo no sé qué pienso, pero me sonrojo.
– Quieta, sólo quiero colocarte el tirante bien….
Me despido de ti, envuelta en una nube. Sigo mi camino y a lo lejos veo a mi vecina con su cara de chisme, cada día pasea a Rodolfo, su encantador perro salchicha.